Es difícil no congraciarse con Gustavo Alejandro Jaluf (55), el reconocido profesor de educación física de San Francisco que hizo del baile su forma de vida. El hombre esboza una amplia sonrisa y brinda un fuerte apretón de manos cuando recibe a El Periódico en su segunda -o quizás, principal casa-, el salón de su Academia Ritmo Azul, que mantiene vigente desde hace 23 años. 

De inmediato, el “profe” que lleva en su cabeza una bandolera de estruendoso amarillo y una gorra rosa encima, además de su remera con el logo de su academia y unos amplios pantalones para poder bailar más cómodo, comienza a hablar y así surgen las anécdotas y las risas.

Cuenta que desde siempre vivió en San Francisco, salvo los cuatro años que se fue a estudiar el profesorado de Educación Física en el IPEF en Córdoba -además de viajar a diferentes puntos del país y el mundo-, y confiesa que desde que asistía a jardín de infantes, mientras sus compañeritos querían ser bomberos, astronautas o policías, él quería ser “profe”.

Gustavo es hijo de Osvaldo Jaluf, que fue propietario de una reconocida firma de arte funerario, y de Clelia Olga de Ocaña, ama de casa (ambos fallecidos); y es el más chico de tres hermanos, Osvaldo y María Elena.

Cuenta que gracias a sus docentes y su experiencia con ellos lo guiaron hacia su profesión: “Tuve un referente como Luis de Franceschi que era un profe mío muy conocido, un audaz, un distinto que nos hizo amar la vida en la naturaleza”.

Y agrega:“No había nadie relacionado a la educación física en mi familia y fue duro para mi viejo que esperaba tal vez un médico en la familia, o un abogado. Y bueno, no coincidía con lo que quería. Fue duro para él al principio, pero después cuando me vio laburar se dio cuenta que contra lo que yo quería y era mi vocación no podía ir, así que lo terminó aceptando y le encantó”. .

Gustavo Jaluf, el profe que encontró en el baile la forma de vencer su timidez

De la educación física al baile

Jaluf se muestra orgulloso al hablar de su profesión y de las diversas oportunidades que ofrece. “La carrera es muy amplia y es hermosa porque te da la posibilidad de trabajar con niños, adolescentes, adultos, con la tercera edad y con una variedad de deportes, en la naturaleza o viajando; el baile empezó más o menos terminando mis estudios en Córdoba. Empecé a hacer aeróbica deportiva en escuelas y me gustó, tenía un amigo que daba clases de gimnasia localizada, step y todo es tan lindo con el tema de la música, así que empecé a hacer cursos y convenciones internacionales”, relata.

Según el docente, en San Francisco era algo que prácticamente no existía: “No estaba el varón que daba clases de aeróbica, de ritmos, entonces vi una veta bastante interesante, aunque ni bien comencé me criticaban mucho. Jugué por años al rugby, que un rugbier se convierta en bailarín era una situación media rara”, admite entre risas.

Cuando regresa a San Francisco ya egresado, refiere que le llovieron los trabajos, entre los que tuvo la suerte de desempeñarse en la empresa de viajes Setil: “Uno de los dueños era el ‘Indio’ Navarro y con el tiempo le compré su parte y quedé como dueño por varios años, eso me fue llevando al tema de baile. Se fue poniendo de moda el tema del hip hop, la salsa, la bachata y si en esto te quedás un poquito fuiste, entonces viajaba mucho a Buenos Aires y Córdoba a hacer cursos de lo que salía”.

Luego agrega: “Me puse de novio con una chica que quería estudiar Educación Física, que fue alumna mía y el día de hoy es mi señora, Paula Chioccarello, así que terminamos los dos apuntando a una academia de baile”.

Así, entre los dos crearon Ritmo Azul, que ya lleva 23 años de trayectoria, donde no solo se enseñan ritmos y bailes sino que también realizan shows y animaciones para eventos. “Vivimos de esto, que no es poco en una ciudad chica. En este momento tenemos unos 200 alumnos que van desde los tres añitos a jubiladas de 90 y es un placer, trabajás siempre con música y es una actividad que te mantiene joven”, subraya Jaluf.

Gustavo y Paula junto a integrantes de la academia.
Gustavo y Paula junto a integrantes de la academia.

- ¿Te miraban de reojo por ser varón y dar clases de baile en tus inicios?

- Sí, se daban esas cosas. Hoy evolucionó, pero no al ritmo de una ciudad grande, ha mejorado pero San Francisco sigue siendo muy especial. Para que te des una idea, en una clase de adultos tengo siete varones y 30 mujeres, ya es un logro. Pero en las ciudades grandes al tipo que le gusta bailar va y lo hace. Acá tengo conocidos que por ahí están solos, no hacen actividad y les gustaría bailar, pero se persiguen de que en una academia de baile te van a mirar, pero es mentira. Le cuesta al hombre de San Francisco dedicarse al baile, no quiere comerse ninguna gastada y no se da cuenta que es una forma de vida espectacular, hacés un trabajo cardiovascular hermoso y ni hablar desde lo psicológico, venís a disfrutar.

-También sos presentador, animador de fiestas, ¿cuánto hay de actor en vos?

- A pesar de lo que se ve hay una gran timidez oculta, desde la secundaria hasta que terminé el profesorado hice teatro, tuve la suerte de tener un genio como Rafael Bruza que me dio clases, un tipo que tenía unas condiciones tan grandes que no merecía estar en el país, pero empecé con el teatro justamente por la timidez. Es como mi mecanismo de defensa. Y la misma profesión es como que te lleva a convertirte un poco en payaso de circo, en animador.

Año complicado y de emociones

Como a la mayoría de los argentinos, también el 2022 tuvo sus vaivenes en materia económica para Gustavo. Aunque su mayor preocupación pasó por el lado de la salud y de resolver una vieja dolencia que lo tenía a maltraer.

Ese malestar se remonta a unos 30 años, cuando siendo propietario de Setil se encontraba arreglando una bandera de uno de los techos, con la mala fortuna que cayó parado de unos 10 metros de altura. “Se me quebró el tobillo derecho y sobre todo se murieron las células que le dan movilidad, quedó con una artrosis y sin movimiento, está fijo a 90 grados, esa fijación con los años de baile y movimiento me generó un problema grave de cadera”, revela.

Aquella lesión le provocó delicados inconvenientes y un malestar constante. “Hace seis años que me revolcaba en la cama de los dolores. El seguir bailando, que fue una decisión, me terminó desgastando los huesos de la cadera, por los roces y la artrosis, no servían más. Daba clases durante el día, bailaba y cuando me iba a dormir lloraba por las noches”, admite.

Según cuenta, debía operarse y colocarse unas prótesis para retomar una vida normal y seguir con el baile, pero como siempre ocurre aparecieron las negativas de una obra social y ante esto, la ayuda solidaria y de corazón de muchos de sus alumnos y conocidos.

“Apross no me cubría las prótesis -señala- y me quería imponer unas nacionales que el médico no me recomendaba por calidad y durabilidad. Entonces comprar las prótesis importadas me salía casi 10.000 dólares. No tenía el dinero porque la verdad que vivimos bien, pero somos una familia de cinco y no tenemos esa posibilidad de ahorrar tanto. Pero así fue que alumnos y alumnas de la Academia, gente conocida, me preguntó qué había pasado y les dije que no me iba a operar porque me faltaba el dinero. Un día después, apareció el dinero, me lo prestaron ellos, alumnos de muchos años que me brindaron ese gesto hermoso, ese día me fui a mi casa llorando como un nene”.

Así, pasó por dos intervenciones que –dice- le solucionaron la vida: “Duermo de noche, bailo todo el día, volví a tener 20 años”, afirma.

Gustavo Jaluf, el profe que encontró en el baile la forma de vencer su timidez

Una familia de nombres poco frecuentes

Junto a Paula, Gustavo es padre de tres hijos: Zair, de 17 años; Jandy, de 15, y Tufik, de 11. Y cuenta el por qué de la elección de estos nombres casi extraños: “En el profesorado de educación física en Córdoba, de 36 estudiantes, ocho éramos Gustavo y cuando había lección y llamaban por el nombre, nos mirábamos entre todos y lo sufríamos. Entonces me dije, ‘no sé cómo va a ser pero el día que tenga un hijo seguro que le voy a poner un solo nombre y que sea distinto’”.

Así fue, los nombres de sus hijos tienen una ascendencia sirio libanesa y son poco comunes.