Eva María Ferreyra (49) coloca dos sillas plásticas en un imaginario pasillo divido, de un lado, por fardos compactados de cartón y papel apilados unos sobre otros y, por el otro, de una montaña de los mismos materiales que la mujer debe luego seleccionar y clasificar. Se trata en definitiva de basura, y ella se sienta cómodamente dispuesta a charlar de su historia como si estuviera en el living o el patio de su casa. No está demás decir que Eva lo siente así, desde hace un tiempo vive en una pieza del Comedor y merendero La Virgencita en barrio Parque, donde es referente y trabajadora de la Cooperativa de reciclaje desde hace casi una década.

En ese lugar, Eva se siente protegida y dignificada porque fue la basura y el propósito de salir a buscarla para “tener una moneda”, como lo describe, la que le permitió dejar atrás el infierno de la prostitución, los golpes y el hambre.

Eva cuenta su historia de frente, mirando a la cámara, sin eufemismos aunque reconoce que recordar aquel pasado de “la noche” la deprime. Describe un entramado de variables que en su juventud la llevaron a dejar su Quebracho Herrado natal para buscar una vida en nuestra ciudad junto a su pareja. Pero su historia es el drama de muchas mujeres que, al no poder conseguir trabajo y teniendo que ayudar a mantener a sus hijos -tiene seis ya adultos todos-, se vio obligada y empujada, por quien ella amaba, a prostituirse para comer.

Historias - Eva María Ferreyra

“Me vine de Quebracho para juntarme con un chico de barrio Parque. Al principio todo lindo, pero tenía poco estudio, pasaba el tiempo y no encontraba trabajo. Ahí fue cuando se me vino todo el mundo abajo. Mi pareja me empezó a decir que me tenía que prostituir porque no teníamos para comer. Primero me sentí mal, sucia, después vinieron los golpes si no lo hacía y ya no era solamente por la comida, después él necesitaba otras cosas. Así me fue alejando de mi familia y quedé en ese mundo por varios años”, cuenta Eva con dolor mientras recuerda aquellos años oscuros.

Confiesa que hubo un tiempo en que ya no quería vivir y que solo pensar en el futuro de sus hijos le permitía aguantar ese calvario. “Esto duró muchos años, vivía encerrada. Solo salía para trabajar de noche y no me movía de la casa por miedo al qué dirán, porque no solo me iban a juzgar a mí sino también a mis hijos”, dice.

- ¿Cómo pudiste salir de ese infierno de la prostitución, los golpes?

- Mis hijos empezaron a venir al merendero de La Virgencita; yo ni conocía que existía. Mis nenas me dijeron que tenía que venir a ayudar pero yo tenía vergüenza de la gente. Pero si no lo hacía, ellos no iban a poder seguir yendo. Así que con depresión y todo vine y la gente de Cáritas me trató con amor, me encontré con otro tipo de gente, gente buena. Vi todo eso lindo, que podía cambiar, salir de donde estaba y le di para adelante.

De esta manera Eva empezó a colaborar en el merendero ayudando a preparar la comida de los chicos que asistían y la de sus propios hijos. Y luego surgió el proyecto del reciclado, en el que según integrantes de Cáritas Diocesana, ella fue una de las más fervientes impulsoras.

Aquel “desatino” de salir de la casa para acompañar a sus hijos al merendero y el querer involucrarse con la institución, le costaría a Eva reproches, golpes y la violencia de aquel hombre que la creía su propiedad. 

“El infierno siguió hasta que pude separarme, pero igual tuve que andar con un botón antipánico, por un tiempo. Pero me pude animar porque en Cáritas no me sentía sola, estaba contenida y siempre me ayudaron”, subraya.

Cartonear para salir del infierno de la prostitución: “Entre la basura me siento más limpia”

- ¿Cuáles fueron tus primeras sensaciones de salir a buscar basura, revolver, seleccionar lo que otros descartan?

- Me generó paz, no me sentía tan sucia trabajando con la basura. Me sentí limpia en medio de la basura, aunque suene loco. Pero con eso tenía un plato de comida y para mí era una plata limpia, que la había ganado dignamente. Salía a la calle con esa fortaleza de saber que no iba a hacer nada malo, iba a buscar cartón nomás. Y por ahí  buscando encontraba una bolsa de ropa que después servía para mis hijos. Cosas así, que parecen pequeñas pero que me hacían pensar: ‘Mirá todo lo que perdí si hubiese sabido de esto antes’. Por eso decir que estoy acá y que trabajo en la “Cope” de la Virgencita, es un orgullo. Y ver que esto se está agrandando y que vamos a tener una máquina nueva que nos va a ayudar, me emociona, todo lo que se hizo acá es impresionante.

La familia del cartón

Eva trabaja entre seis y ocho horas diarias. Su tarea ya no consiste en salir a buscar cartón, sino que se ocupa de seleccionar el material, recortar, hacer fardos y de atender a los cartoneros que van llegando a la cooperativa y a los que ya toma como si fueran familia. 

“En lo que haga falta ayudo, estoy en todos lados, es como mi casa. Si falta alguien en la cocina para darle la merienda a los chicos lo hago, ayudo a hacer la comida, o limpio. Preparo el jugo o el agua fresca para los chicos que vienen a traer el cartón y casi siempre almorzamos todos juntos. Se ha generado un ambiente muy lindo gracias a Marcelo (Suppo) y Emilio (Amé)”, destaca. 

“Ya no estoy saliendo tanto a buscar cartón -agrega-, salvo que me llamen, tengo gente que me conoce y me llama cuando tiene papel o cartón, entonces sí, busco mi carro y salgo”. 

Según la mujer, el cartonaje creció mucho en San Francisco en los últimos años, “antes que nada es un trabajo digno para muchos que no tienen nada. Nosotras fuimos las primeras mujeres (junto a Gisela, su nuera) que nos animamos, cuando empezamos a salir en la tele y en las notas (periodísticas) la gente vio que esto te da una oportunidad y por lo menos salen a buscar cartón y no tienen que andar robando ni haciendo nada malo”, reconoce Eva.

Eva y Gisela, las mujeres referentes de la cooperativa.
Eva y Gisela, las mujeres referentes de la cooperativa.

La cooperativa no se detiene

Desde octubre del año pasado, los responsables del proyecto de Cooperativa La Virgencita junto a empresas y colaboradores de la comunidad comenzaron un plan de expansión de las instalaciones.

Se encuentran ultimando los detalles para inaugurar un galpón de 350 metros cuadrados que permitirá un mayor acopio de fardos. Además, prevén que para el próximo mes puedan incorporar la nueva máquina compactadora, diseñada por alumnos de UTN y construida en el Parque Industrial San Francisco, que ayudará a generar mayor reciclado, por ende traerá consigo más trabajo y beneficios no solo para los que viven de la actividad, sino también para el medio ambiente de nuestra ciudad. 

Todo esto Eva lo sabe y lo vive con ansiedad: “La ‘Cope’ se va agrandando, eso es lo que me gusta y lo que quería para el barrio, para las chicas y chicos que están en la calle y quieren cambiar de vida. Les digo que se puede y que este lugar es para ayudarlos, así como lo hicieron conmigo”.

- ¿Qué te dicen tus hijos hoy?

- Están orgullosos todos. Siempre me lo dicen cuando me ven en una nota o algo. He pasado muchas cosas, pero nunca dejé que les falte nada, siempre traté que tuvieran un estudio, que no sean como yo y que nadie los manipule. Por eso le agradezco a Dios y a la gente de Cáritas que siempre me han ayudado, tanto a mis hijos como a mí.

“Eva fue marcando el camino de lo que hoy es la cooperativa”

Marcelo Suppo, integrante de Cáritas Diocesana San Francisco y uno de los coordinadores de la Cooperativa ‘La Virgencita’, destacó el rol de Eva que acudió a la entidad como muchas mujeres del barrio y otros sectores: agobiada por la marginalidad y con diversas necesidades.

“Como muchas historias de las que uno encuentra en el comedor y en el barrio, a Eva la encontramos en un momento de su vida que estaba como rota y hubo que abrazarla y ayudarla. Es una persona con un corazón muy grande, con muchas ganas de trabajar, con iniciativa, pero había pasado situaciones de su vida que hicieron que anímicamente se caiga y deje de creer en ella misma”, recordó.

Pero luego admitió que todo “su empuje fue marcando un poco el camino de lo que hoy es la cooperativa, porque fue la pionera, la que primero nos dijo necesito hacer algo, tengo que cambiar y generó esta idea de empezar a juntar otras chicas y chicos de las calles que estaban sufriendo lo mismo que ella y que necesitaban un espacio que los contuviera y los cuidara”.

En ese sentido, Suppo remarcó que la llegada de Eva y su propuesta cambió un paradigma de trabajo en lo que antes era un merendero y un espacio de contención: “Eso fue un poquito lo que empezamos a hacer, las instituciones ya no tienen que trabajar para el que necesita sino con el que necesita y eso nos lo enseñó ella. Empezamos todos a trabajar en post de lo que es la cooperativa y en su desarrollo que hoy en día es muy importante y sigue creciendo”, señaló.

Marcelo Suppo y Eva, en uno de los galpones de la Cooperativa.
Marcelo Suppo y Eva, en uno de los galpones de la Cooperativa.

El escape de la prostitución

En las oscuras noches de su pasado, Eva asegura haber vivido situaciones que no le desea a nadie. Como ser trasportada como mercadería de consumo junto a otras chicas a distintos puntos del país. 

“Me han mandado a muchos lados, una vez nos llevaron a La Rioja y había una mujer que tenía contactos allá, te daba una plata y te llevaba como una cosa que vendían. Hasta que no devolvías esa plata no te traían de vuelta”, explica ensimismada.

Y continúa: “Llevaban de a dos o tres chicas. Cierto día no aguanté más y me escapé, salieron atrás mío a los tiros. Tuve como un Dios aparte, mientras corría casi me choca y tuve la suerte que era un taxista que me vio desesperada y me subió para salir de ahí. Son cosas que me han dolido y me han quedado en la cabeza, cosas muy tristes que no se las deseo a nadie. Pensar en mis hijos me dio fuerzas para no quedarme y salir corriendo de ahí”, concluye.