Pedro Lucato y Rubén Gazzera son los últimos en su especie. Mantuvieron vivos dos antiguos oficios: el sastre y el letrista, respectivamente. El primero, aquejado por una enfermedad, acaba de retirarse y busca donar sus libros para que sirvan a la comunidad. Gazzera, en tanto, se reconoce como uno de los pocos que quedan en esa ocupación y ha transmitido parte de sus conocimientos a sus hijos. Las historias de dos maestros y dos legados diferentes.

El último sastre de la ciudad, Pedro Lucato, recientemente tuvo que abandonar su trabajo abruptamente por una enfermedad ocular que le produjo una grave disminución visual. El hombre nunca quiso que su oficio llegue a su fin y por eso está dispuesto a donar algunos materiales y conocimientos para que puedan servir a otras personas.

“Me quedó pendiente la tarea de enseñar, quise hacerlo pero no se dio. Han querido venir a aprender pero era gente que buscaba salidas laborales rápidas y este oficio lleva años, es como la vida, nunca se termina de aprender”, asegura Lucato.

Una vida entre telas

Lucato tenía 11 años cuando decidió aprender el oficio de sastre. Su primera tienda fue “Scolari”, ubicada sobre bulevar 25 de Mayo, del “colorado” Bevaqua. Los años fueron pasando y el joven Pedro fue pasando por otras tiendas, una de ellas la de “Carbone y Jovet”, que estaba ubicada por bulevar 9 de Julio. A los 18 años se largó como trabajador independiente.

Desde entonces nunca paró pese a que tuvo que batallar contra la producción en serie de trajes, que le fue ganando terreno. En la década del ‘90 recurrió a la confección de trajes para alquilar. “Esto no fue iniciativa mía sino de la gente que se casaba y me decía que iba a utilizar el traje solo para esa vez. En ese tiempo era un uniforme para algún evento o que utilizaban algunos profesionales”, recuerda.

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Dejar un legado

Lucato llevaba más de 70 años dedicados a la sastrería cuando el año pasado una enfermedad ocular lo afectó y le redujo considerablemente la visión. Su lamento es no haber podido dejar un legado. Sin embargo está dispuesto a donar alguno de sus libros a una entidad para que sea útil a quienes quieran continuar con su oficio.

“Es lamentable no poder dejarle este oficio a alguien, puede ser una salida laboral para gente joven. Quiero donar este libro sobre el método de sastre para mujeres. Me gustaría que le sirva a algún lugar, donde tenga la seguridad de que sea útil”, confiesa.

Un arte que es trabajo y sustento

A Rubén Gazzera de pequeño le atrajo el dibujo y la pintura, hasta que en su adolescencia le propusieron un desafío: dibujar un Cristo de dos metros de alto para la iglesia Guadalupe de Frontera. Desde entonces comenzaron a llegarle propuestas de trabajos. Una carnicería, una verdulería, una panadería; todos querían que Rubén les dibuje el cartel para sus negocios.

“Antes se pintaba de todo más allá de carteles y paredes, también se hacían dibujos y letras en remeras, motos, vidrieras. Cuando comencé con esto había entre 10 a 13 letristas en la ciudad y yo era el benjamín. De ellos aprendí un montón, me enseñaron a trabajar como un profesional con la pintura”, evoca Rubén.

Hoy, si bien sostiene que trabajo no le falta, comenta que el arte del letrista sobrevive mucho en los pueblos, sobre todo desde la llegada de la rotulación. Sabe que puede ser uno de los últimos en su profesión, aunque espera que le queden muchos años más de trabajo.

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Toda la familia en el rubro

“Puedo decir que yo vivo de esto, que a mi familia la mantuve con un pincel. Si bien mis hijos dibujan lindo, tengo expectativas que se dediquen al deporte, aunque los dos me ayudan cuando tienen tiempo libre y también mi esposa. Toda la familia aprendió el rubro así que hay posibilidades de que esto siga”, destaca Gazzera.

En este sentido, Rubén se manifiesta como un agradecido de la vida porque puede trabajar en lo que le gusta. “Le pongo pasión, yo me levanto temprano y desayuno enseguida porque me quiero ir a pintar”, dice.

Con su arte pudo recorrer todo el país en épocas en que la rotulación avanzó en los locales comerciales. “A los letristas se nos complicó muchísimo con el furor de la rotulación. Hasta que las empresas se dieron cuenta que tenía una corta duración y así volvieron a llamarme. Hoy estoy conforme con el trabajo que tengo, tanto acá como en la zona”, sostiene.