¿Qué fue de los familiares de los genocidas? A veces aunque se busque en internet no se encuentra mucho. Alrededor de esas familias el silencio, miedo y hasta vergüenza son un rasgo común.

De todo ese grupo indeterminado de personas, algunos han elegido contar y dar un mensaje sobre lo que vivieron, integran el Colectivo Historias Desobedientes, familiares de genocidas. Son hijos, nietos, familiares en definitiva de personas que tuvieron un rol activo en gobiernos de facto.

Agustín Boix, Mercedes Francés y Adriana Britos son hijos de militares y policías involucrados en hechos de la última dictadura cívico militar. Estuvieron en San Francisco en el marco de una charla organanizada por el Espacio por la Memoria y los Derechos Humanos San Francisco (EMDH) en el marco de las actividades por el Día de la Memoria.

En sus relatos hay cierto dolor, entre todos buscan respuestas, pero más que nada integran el Colectivo y deciden hablar sobre lo que vivieron porque es parte de la construcción de la memoria.

“Somos un colectivo que reivindica los errores de nuestros padres. No nos hacemos cargo, no heredamos esa culpa, tenemos una eslogan que dice ‘la culpa no se hereda, yo elijo mi vereda’. Elegimos la posición, estamos en contra del accionar de nuestros familiares”, explicaron a El Periódico.

Susana, hermana de Víctor Crosetto que se encuentra desaparecido, se abrazó afectuosamente con Adriana Britos hija de un genocida. Ambas se conmovieron fuertemente al escucharse.
Susana, hermana de Víctor Crosetto que se encuentra desaparecido, se abrazó afectuosamente con Adriana Britos hija de un genocida. Ambas se conmovieron fuertemente al escucharse.

Juntos

En este Colectivo cualquier familiar de genocidas puede sumarse, a veces toma un tiempo tomar un rol activo, pero escuchar también se valora. No es fácil para estas personas tampoco perder el miedo y la vergüenza.

Mercedes Francés es una de esas personas y con la misma claridad de sus ojos dijo: “Soy hija de Casimiro Francés. Mi papá perteneció al Ejército. Ser familiar de un genocida lleva mucho peso, lleva un proceso. Yo hace ya tres años que estoy en el colectivo, pero hace poco di el paso formal de agarrar y pedir el legajo de mi padre el cual estamos esperando obtenerlo”.

Su padre era militar, vivió en el barrio reservado a integrantes de esta fuerza en la ciudad de Córdoba. Nació en los ’90 y su padre falleció en 1997. “Cuando se convirtió en mi padre y yo en su hija, ya estaba retirado, o sea, yo no viví su carrera militar. Sí sé que algo tuvo que ver, que algo hizo, que por algo en algún momento lo fueron a buscar (la justicia federal). Murió, pero yo necesito buscar respuestas”.

Esta postura implicó y aún lo hace ciertos resquemores familiares, no obstante no claudicó. Con sus compañeros coincidió: “El desobediente es solitario en la familia, porque el resto de la familia no acepta que yo esté diciendo todo esto. Tienen miedo, tienen vergüenza, tienen otra ideología, otro pensamiento, miedo, pero más bien vergüenza”.

Aportar a la memoria

Del otro lado de la mesa Adriana Britos coincide en pleno con su compañera. Durante 20 años fue policía, igual que su papá Hugo Cayetano Britos.

“Soy nacida en el año 1969, la cuarta de seis hijos. Mi padre fue uno de los integrantes del Departamento 2 de Investigaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, integrando la temible patota de la D2”, expresó casi como un desahogo.

Hugo Britos era parte de la Brigada de Investigaciones de ese departamento, uno de los más reconocidos en la negra historia de la dictadura. Cuando ella era pequeña la invadía la curiosidad como a toda niña y así se enteró de cosas que solo entendería muchos años después.

“A muchos de ellos (de la patota) los conocía porque las reuniones de los preparativos de los allanamientos y las devoluciones de los allanamientos, entre otras cosas, se realizaban en mi casa. Entre asado y asado, mucho vino, se hacían las planificaciones. Yo ya escuchaba nombres, allanamientos, cómo los mataban, por qué los perseguían, edades, menores de edad, los bebés robados”, relató.

Todo lo que vivió Adriana fue tomado como testimonio por la justicia, sirvió para abrir caminos de investigación y afianzar otros. En su caso “significó una verdadera disrupción en la familia” como en tantas otras situaciones.

Luchar por la Memoria, Verdad y Justicia desde el lugar que les asignó la vida no ha sido sencillo. A su mente se vienen recuerdos de vacaciones en la niñez en un lugar escabroso como el Chalet de Hidráulica que en la última dictadura la policía lo usó como centro de tortura y exterminio.

Adriana allí vio una puerta con candado y quiso ver, se dio maña y logró entrar. “Era un calabozo, los grilletes en la pared, con una ventana así chiquitita. Había un bote, cuando estaba tapado no podíamos jugar ahí porque ellos decían que estaba ‘el bulto’, después de grande entendí lo que era. Todas esas situaciones que yo hasta el día de hoy las converso con mi madre, mi mamá tiene 88 años, y le digo, nosotros fuimos expuestos al terrorismo de Estado sin querer”, rememoró.

Transmitir la memoria

De frente a sus compañeras, Agustín Boix eligió no hablar de lo que vivió sino de dar cuenta cómo lo que sucedió debe ser tenido siempre presente.

“Todos, de alguna manera, porque todos, hemos buscado respuesta a lo que nosotros suponíamos o los recuerdos nos traían. Eso se logra a través de encontrarte un par que te dice ‘no, vení, vamos a investigar por acá’ y no estar perdido”, destacó sobre cómo se hicieron fuertes en el Colectivo que integran.

Su evaluación de la realidad lo lleva a hablar de que “lo que pasa hoy, ya pasó antes” y lo graficó así: “Lo que nos están imponiendo es que esto ya pasó en alguna época. Nosotros somos de tres generaciones distintas y estamos reventados los tres. Si nos ponemos a pensar en todo lo que pasó, Malvinas, dictadura, represión, crisis económica, estamos reventados. Es decir, nosotros somos testimonios vivientes de que esto ya pasó”.

Boix es veterano de Malvinas, en su niñez vivió en el cabildo (la Jefatura de Policía). “Viví allí desgraciadamente, he visto a gente de rodillas en el Cabildo lleno y el patio continuo era el de la D2. Estuve allí por seguridad porque mi padre era quien era, pero no podía salir, no me podía juntar con mis amigos. De un día para el otro yo desaparecí del barrio”.

Todo lo que vivió ahí no se lo olvidará jamás, sus relatos no quiere que queden en el vacío sino que tengan una finalidad, un “para qué”. Su “Para qué” se resume en que no suceda otra vez, que “la represión y la limitación de la libertad no continúen”.

"Iba del Cabildo al colegio y del colegio al Cabildo. Y después cuando mi papá terminaba su actividad… En fin, quiero decir que nosotros la hemos vivido. Adriana a su manera, Mercedes a su manera, yo a mi manera. Somos historia viviente. Pero me parece que lo más importante es dejar el mensaje. No permitamos que esto siga adelante porque esto ya lo vivimos”, reflexionó.

La charla podría ser más larga, pero los tiempos apremiaban. A la salida de la oficina fueron a ofrecer testimonio de quienes son y porqué alzan la vos, ellos eligieron no seguir en silencio y a partir de estar en la vereda del frente a lo que hicieron sus familiares luchan por la Memoria, Verdad y Justicia.

Estas personas eligieron salir a la luz y dejar de lado la vergüenza de ser “hijo de” para luchar junto a familiares directos damnificados por la dictadura. Su lucha conmueve, tanto que suceden cosas inimaginables.

A la salida Susana Crosetto, hermana de Víctor Crossetto (desaparecido) e integrante del EMDH, se abrazó con Adriana Britos, hija de un genocida condenado y ex integrante de la D2. El dato no pasa desapercibido, ambas lloran porque sus caminos se cruzaron y se abrazan unidas por el mismo dolor, incluso por la paradoja de que hay indicios de que Víctor pasó por allí.