Julio Daniel Chachagua (66) llegó a San Francisco desde Rafaela hace más de 20 años buscando un nuevo horizonte para su familia. Por ese entonces, en 2001, la crisis económica que vivía el país terminó por arrasar su emprendimiento familiar, situación que lo empujó a nuestra ciudad para empezar de cero. 

Ya en tierras cordobesas estuvo seis meses viviendo solo mientras su esposa Celia y sus hijas Alejandra, Cyntia, Gabriela, junto al varón y menor de los cuatro, Emiliano, lo esperaban en su ciudad. Sin embargo, de a poco se fue instalando y con mucho trabajo y sacrificio pudo lograr una estabilidad económica que permitió la llegada de su familia a San Francisco. 

“Vengo de una familia de gente trabajadora, de mucha lucha, y así conformé la mía. Llegamos a San Francisco después de aquel problema económico, nos habíamos quedamos sin casa, así que debimos salir a pelearla de cero. Estuvimos separados un tiempo mientras me organizaba acá y todo eso nos llevó a que seamos una familia muy unida”, cuenta Daniel, hoy jubilado, matricero de profesión con una amplia trayectoria musical. 

La familia hizo arraigo en nuestra ciudad y fue proyectando un prometedor futuro a través de sus hijos. Sin embargo, la tragedia golpearía a los Chachagua de una forma que nunca pudieron imaginar ni prever. En julio de 2008, Emiliano, único varón y el favorito de las hermanas, tomó la fatal decisión de quitarse la vida en la casa que sus padres habían logrado levantar en barrio Sarmiento. Aún hoy, esta familia no encuentra respuestas a tamaña desgracia.  

El suicidio de Emiliano, junto al de otros dos adolescentes de edades similares que se registraron con pocos meses de diferencia en aquel 2008, dejaron una profunda marca en la comunidad. Tanto es así que hasta el presente, al referirse a aquellos tristes hechos, se los nombra por lo bajo y se habla de la hipótesis de un supuesto “pacto suicida” que alimentó el morbo colectivo por años. 

Hoy, su papá Daniel habla sobre aquel doloroso hecho y es necesario que el suicidio deje de ser un tema tabú y se haga visible bajo determinados criterios, con la idea de prevenir más casos. 

Emiliano en su fiesta de egreso del secundario.
Emiliano en su fiesta de egreso del secundario.

“Un chico sin maldad”

Cuando Daniel habla del suicidio de Emiliano lo hace lentamente, en voz baja, como quien trata de buscar las palabras que flotan en un vacío interno, ese que dice que deja la muerte inexplicable de un hijo. 

Emiliano había terminado sus estudios secundarios en la Escuela Normal Nicolás Avellaneda y se estaba preparando con una psicóloga para ingresar a la carrera de bioquímico en la Universidad Nacional de Córdoba. Tenía una novia y un grupo de amigos íntimos a los que su familia califica como de “fierro”. 

“Emiliano siempre fue muy apegado a su mamá, a las hermanas, siempre recibiendo el consejo de las mayores. Y era una persona muy solidaria, si había algún error o problema era el que se hacía cargo, le dolía que hubiera hasta un problema dentro de su grupo de amigos”, recuerda su papá. 

El fin de semana del 12 de julio, los Chachagua recibían la visita de la mayor de las hijas que residía en Córdoba y la familia lo celebró con una reunión. Más tarde, Emiliano le pidió a Daniel que lo lleve a la casa de unos amigos donde realizaban una juntada y después saldrían a uno de los boliches de moda de la época. 

Ya en la madrugada del 13, el joven había tomado algunas copas de alcohol de más –recordó su padre- por lo que debieron ir a buscarlo. El domingo, la familia se juntaría para almorzar y luego despedir a Alejandra. Pero Emiliano no quiso ir, decidió quedarse en la casa. 

“Me dice ‘papá no tengo ganas de ir, me voy a quedar en casa”. Esas fueron las últimas palabras del adolescente. Unas horas después, la madre volvería al domicilio y lo encontraría ya sin vida en una habitación, sin carta de despedida.  

“No sabemos el porqué de esa decisión, todavía hoy no hallamos respuestas. Personalmente creo que era un chico muy inocente, sin maldad, el hecho de haber tomado, porque nosotros siempre le decíamos que todo tiene un límite y había llegado en algunas oportunidades muy mal, quizás eso, pero no sabemos. Antes él había hablado con la novia y le dijo ‘le fallé de nuevo a mis padres’; sintió que nos había fallado”, dice con la mirada perdida Daniel. 

La necesidad de ayuda

Chachagua reconoce que tras el hecho toda la familia buscó asistencia psicológica, inclusive con su esposa concurrieron a algunos incipientes grupos de ayuda que se formaron por aquellos años. 

“Como padre y jefe de familia tuve que asumirlo de entrada -confiesa-, siempre digo que a él no le reprocho nada porque él nos dio todo: su amor, era un chico muy dulce, muy amigo. Y si caía yo, le iba a hacer muy mal a mi familia”, reconoce el entrevistado. 

El hombre recapacita que nunca encontró una respuesta sobre lo sucedido, pero aclara que aprendió a dejar de buscar los porqués: “Cuando se muere un hijo no hay palabras, es un vacío total, el cuerpo parece que está hueco y no existe forma de cómo llenarlo. Me puse la idea de tener que sacar todo adelante por el resto de mi familia”.  

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Un pacto que no fue

Aquel 2018 quedó estigmatizado por las muertes de tres adolescentes que tenían 18 y 19 años, quienes tomaron la decisión de quitarse la vida en distintos acontecimientos, con algunos meses de diferencia. Eran jóvenes que se conocían entre sí aunque no había amistad directa. Por ello, en el imaginario popular se habló de un “pacto suicida”.  

“Eso para mí está descartado -sostiene tajante Daniel-. No había una amistad directa con los otros chicos. Se escucharon muchas cosas y en su momento tuve que ir a los medios porque se decía que había temas de drogas y cosas que no eran, nada que ver”, recuerda. 

Lautaro Doñate (32), actualmente abogado, fue íntimo amigo de Emiliano y también descree de la teoría del pacto suicida. Juntos, asegura, conoció el sentido de la “verdadera amistad” y pese a sufrir la pérdida del “Negro” -como lo llamaba-, aún lo recuerda con gran afecto y lamenta no haber podido detectar algunos indicios que pudieran haber ayudado a evitar aquella muerte. 

“Con el Negro nos conocimos cuando apenas él se vino a San Francisco, coincidimos jugando al básquet y arrancó en la Escuela del Trabajo. De entrada pegamos muy buena onda porque me había parecido un pibe muy cálido y nos juntamos mucho en su casa o en la mía, ya sea con grupitos de básquet o de la escuela. Teníamos un vínculo especial”, destaca. 

Los amigos se pasaron luego juntos a la Escuela Normal y hasta finalizados los estudios secundarios continuaron con su relación. “Por esa manía de querer seguir juntos empezamos un cursillo de ingeniería en UTN, lo hicimos a medias porque no nos interesaba a ninguno de los dos. Yo enseguida empecé a estudiar abogacía”, dice Lautaro. 

Para su amigo, Emiliano fue una persona muy especial. “Más allá del aprecio que yo le tenía, ese amor de amigos, pocas veces en mi vida he conocido y tenido como amigo a una persona con tantos valores como él. Por ejemplo, la amistad para Emiliano era algo que no podía traicionar y él no podía ocultar nada, no podía mentir”, señala, aunque aclara: “Su contracara era que también era tremendamente sensible, una persona muy culpógena. Hoy, con todo lo que he vivido y me ha tocado atravesar con su muerte, podría decir que tenía rasgos de una persona depresiva”. 

Señales

En relación a ello, Doñate reflexiona sobre esas señales que en su adolescencia no supo interpretar: “Eso lo fui construyendo posteriormente ya de grande. El Negro tenía una personalidad frágil, cada vez se iba cargando más cosas en la mochila porque sentía que todo lo que sucedía y funcionaba mal era a causa de conductas suyas, pero que eran totalmente normales”, afirma. 

Y añade: “En ningún momento lo condené después de lo que pasó, aunque me hubiera encantado que en ese momento hubiéramos tenido la lucidez de poder parar, hablar con un profesional, decirle que había posibilidades y que estábamos ahí para él”. 

“Fue justificación para no encarar la realidad”

Luego del tercer suicidio de aquel año, en octubre de 2008 con el caso de un adolescente de 18 años, se comenzó a hablar de un “pacto suicida” ante la pérdida de jóvenes vidas. 

“Me acuerdo que se instaló esa idea porque esas muertes pegaron fuerte. A las otras personas que se suicidaron ese año las conocía superficialmente, de alguna salida o juntada, no podría dar una opinión. En cuanto al Negro es absolutamente imposible. Primero porque no compartió una amistad con ellos y segundo porque no era algo que funcione con él”.

“Éramos todas personas que nos conocíamos, pero creo que ese pacto que se dice se creó en la sociedad por necesidad de encontrar justificaciones y no encarar la realidad. De decir, se están matando pibes, había un problema y me parece que surgió esa idea como para quitarse una forma de responsabilidad social, eso sumado al morbo que hubo y hay respecto al tema”, explica Doñate. 

“Me queda el haber vivido la experiencia de la amistad verdadera y después de conocer la tragedia. Y de creer que, tal vez, moviendo un par de fichas, hablando un poco más, buscando ayuda, el Negro podría estar vivo, sentado acá con nosotros”, sostiene invadido de recuerdo.

Nación reglamentó la Ley para la Prevención del Suicidio

DÓNDE PEDIR AYUDA 

Existen centros de asistencia y quienes estén atravesando crisis pueden llamar al (0351) 2266135, al 0800 122 1444 -opción 6- o al servicio de Salud Mental del Hospital Iturraspe, (03564) 443790. Especialistas en la temática remarcan que comportamientos suicidas pueden reducirse con apoyo y tratamiento de especialistas en salud mental.

Mario Vignolo: “Con el solo hecho de prestar el oído podemos salvar una vida”

Al menos cuatro suicidios se registraron la semana pasada en el departamento San Justo, dos de ellos en San Francisco. El dato fue confirmado por el médico psiquiatra y forense del Hospital Iturraspe, Mario Vignolo, quien advirtió que los meses de otoño y primavera son los más endémicos y donde se registra la mayor cantidad de casos.

“Es preocupante siempre que se registran estas muertes, pero lo más triste son las edades porque las víctimas tenían 40, 30, 20 y 17”, dijo el médico, quien advirtió que anualmente en el departamento San Justo hay un promedio de 30 casos por año. Sin embargo, alertó: “Este año vamos camino a pasar esa cifra porque ya llevamos más de 26”.

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Cada vez más jóvenes

Un dato impactante en el análisis de la suicidiología de esta región es el descenso en las edades de las personas que toman esta drástica decisión.

Vignolo junto a su colega Carlos Cornaglia han realizado un estudio sobre este tema: “Desde 1985 a 1995 la edad promedio era 63 años; de 1995 al 2005, de 56 años; del 2005 al 2015 bajó a los 48 y hoy la edad media está en los 40”, sostuvo.

Ocho de cada diez son hombres

Por motivos que todavía no están claros, la estadística demuestra que en la mayoría de los casos se trata de hombres. Según el registro con el que cuenta Vignolo, el 80% de los casos son protagonizados por hombres y solo el 20% por mujeres.

“Cada vez hay más hombres que mujeres. Tal vez sea porque las mujeres tienen más resiliencia y a lo mejor no tienen tanto coraje y los elementos para hacerlo”, analizó.

- ¿A qué tenemos que estar atentos?

- Una de las situaciones que se dan en muchos jóvenes es la falta de expectativas en un mundo donde el consumismo y la inmediatez es todo. Queremos todo para ahora, estamos acostumbrados a que no se respeten más los procesos y cuando chocan con la realidad es un golpe duro. Sumado a esto que somos más lo que consumimos que lo que sentimos. 

- Hay que estar más alertas.

- Sí, debemos estar muy atentos, mucho más ahora. Antes se elaboraban los suicidios. Ahora hay muchos más inmediatos, sin un cuadro previo y de un día para el otro toman decisiones. Eso es más preocupante porque no hay aviso. Cuando vemos alguien que está con cambio de actitud, pensamientos raros o ideas catastróficas hay que ayudarlo. El que se suicida no es alguien que se quiere morir, sino que es alguien que no soporta vivir. Para él lo que es un conflicto tremendo para otros es algo que tiene solución.  Cuando tengamos alguien del entorno familiar, laboral o amistoso, y vemos que está distinto hay que preguntarle qué le pasa. A lo mejor con el solo hecho de prestarle el oído ya le estamos salvando la vida.

- ¿El consumo de estupefacientes puede ser determinante?

- Sí, porque en los menores de 30 años que toman esta decisión, el 80% al momento de realizar la autopsia tienen restos de cocaína o marihuana. Muchos se vuelcan a estos estupefacientes por problemas, pero otros por modas y consumismos.

- Hay que consultar a un profesional, pedir ayuda…

Es muy importante. Antes era un tabú ir al psiquiatra o el psicólogo, pero hoy está lleno de gente que asiste. Cuando hay alarmas, las familias enseguida deben estar atentas.