Todavía hay personas que tienen dudas de lo que puede generar este virus. Aun muriendo gente en la misma ciudad en que viven. Caso contrario, no se entienden algunas manifestaciones públicas, como por ejemplo la del pasado lunes donde una importante cantidad de personas salió a la calle en rechazo a las medidas de la cuarentena ante la pandemia de coronavirus. Que se entienda, no se trata de estar de acuerdo o en desacuerdo con las políticas de un Gobierno o la gestión de la crisis, sino a que este tipo de conductas ayuda a la propagación de un virus que empezó a hacer estragos en nuestra ciudad y la región.

Las víctimas fatales y los contagiados ya dejaron de ser un número, una cifra, sino que tienen nombre y apellido; son personas que solíamos o solemos saludar o cruzar en la calle. Seres humanos que cumplen una función en la sociedad, incluidos profesionales de la salud, claves para el momento que vivimos. Cada una de estas personas tiene un rostro, un nombre. Algunas, en tanto, ya tienen una vida truncada y una familia destrozada.

La muerte es irreversible y en estos casos más dolorosa, porque quien se enferma gravemente inicia una lucha por vivir en soledad, sobre una cama del hospital y sin nadie -de su entorno íntimo- que le tome la mano para darle algo de fuerzas.

La forma de prevenir esto es siendo responsables en nuestro comportamiento. Puntualmente hablo de empatía y solidaridad, rasgos que todavía cuesta entender en algunos sectores.