Orlando Cravero es uno de los referentes de la industria metalúrgica de San Francisco. Con perfil bajo logró construir en 50 años dos fábricas que hoy supervisa “de arriba”, casi como un vigía ya que con sus 76 años se mantiene algo alejado del negocio que comanda actualmente su única hija y su yerno, entre otras personas de confianza.

Sus inicios no difieren casi en nada con el de otros empresarios que se destacaron en la ciudad. También se hizo bien de abajo empezando con un torno en la pequeña cocina de su casa en barrio Sarmiento y con algo, claro, de azar.

“En cada galpón había un tallercito, un tornito, todos tenían trabajo. Había muchas fábricas de máquinas y herramientas, rectificadoras, y muchos de manera particular trabajábamos para alguna fábrica. No era fácil, pero con voluntad y ganas se podía”, reconoce Cravero a El Periódico, quien montó primero su fábrica de repuestos y más adelante una fundición para poder abastecerse.

Un metalúrgico con historia: a los 76 años, Orlando supervisa a su modo sus fábricas

El primer trabajo –cuenta- lo consiguió a los 17 años al ingresar a la firma de tornos Parmo. Hasta ese momento, no había tenido vinculación alguna con el rubro metalúrgico.  

“Lo mío no viene de familia, sino que me inicié como empleado en tornos Parmo. Fueron 12 años. Estando allí adentro pensaba en tener algo mío, entonces les compré un torno usado a ellos y me instalé en una cocinita en mi casa en barrio Sarmiento. Trabajaba fuera de hora para la misma fábrica”, recuerda.

De a poco comenzó a crecer y adquirió un torno nuevo, lo que definitivamente le hizo dar el paso a la independencia. Se mudó a bulevar Roca, cerca de las Facultad Regional San Francisco de la UTN, donde en la actualidad todavía funciona y además tiene su casa.

Era la década del 70 del siglo pasado y Cravero ya tenía montado su pequeño taller con unos cinco empleados que lo ayudaban. No había más que campo, por ese entonces, a su alrededor.

A las primeras firmas que les trabajó fue Talleres Kopp y Godeco, fábricas de máquinas de coser a las que les fabricaba los cigüeñales: “Se los entregaba listos para colocar en la máquina, era un trabajo de precisión. Pero siempre seguía con la idea de hacer algo propio”.

En esa búsqueda, Orlando asegura que el “de arriba” lo ayudó: “Un tipo me quiso comprar la fábrica pero no era mía sino que yo les fabricaba para estos talleres, entonces traspasé esa labor. Tuve suerte porque al año siguiente eso lo empezaron a traer de afuera y acá no se hizo más”.

Un metalúrgico con historia: a los 76 años, Orlando supervisa a su modo sus fábricas

Para ese momento, Cravero ya había montado su producción de poleas para cigüeñal de autos, camiones y tractores. Las “poleas plateadas” como se conocen en el mercado y que son un distintivo de calidad.

Casi como un pulpo, trabajaba de manera manual en la máquina, embalaba, atendía pedidos y los despachaba: “Me pasaba horas dentro de la fábrica”, asume.

Invertir para crecer

A medida que Repuestos Cravero iba creciendo, la tecnología también iba avanzando. Los primeros tornos quedaron obsoletos y los numéricos aparecieron en la mira: “Me privé de varias cosas, compré un usado y fue el segundo que entró a la ciudad (el primero lo trajo la firma Nelso Ferreyra). Eso nos facilitó mucho el trabajo, permitía bajar los tiempos. Fue un desafío grande, mucho dinero invertido pero fue el primer inicio para empezar a crecer”.

Además de máquinas, Cravero decidió expandirse con su taller y compró terrenos aledaños a donde funcionaba. Con el tiempo logró un gran galpón lleno de máquinas (ocho tornos de control numérico y un centro de mecanizado) y trabajadores en su interior. En su rubro, son los únicos fabricantes en la provincia.

La fundición, la fábrica que faltaba

Cravero destaca que uno de sus mayores desafíos, ya como empresario, ocurrió en diciembre de 2005.

“La fábrica de poleas crecía y la materia prima nuestra es la función gris. Esto lo hacía mediante terceros, pero fuimos creciendo en kilos y llegó un momento donde las fundiciones no me alcanzaban abastecer”, explica.

Un metalúrgico con historia: a los 76 años, Orlando supervisa a su modo sus fábricas

Ese escenario lo obligó a cambiar de estrategia. Lo primero que hizo fue alquilar una máquina en San Carlos Centro (Santa Fe) y así tiró cinco años. Luego decidió tener la propia: “Vi que no iba esto del alquiler, entonces tenía dos caminos: volver a fundir mediante terceros o comprar las máquinas. Viajé a Cleveland, Estados Unidos, uno de los sitios de compra y venta de máquinas de fundición. Traje lo justo y necesario para montarla. Compré el terreno en el Parque Industrial, hice el galpón y montamos el circo”, dice risueño.

Cravero reconoce que gastó “lo que tenía y hasta lo que no tenía” para tener su fundición pero algo sabía: “Tenía una ventaja, no montaba una fundición para otros, sino que la mitad de lo que fundía era para mí y lo demás para terceros”.

Una profesión por azar

Orlando refiere que de niño no tenía sueños de ser alguien especial cuando sea grande. La metalurgia llega a su vida de casualidad de adolescente. Sin embargo, de volver a nacer recorrería el mismo camino.

“Elegiría el mismo recorrido, arranqué porque fue mi primer trabajo de joven, a lo mejor hubiese sido constructor, piloto de avión, pero fue esto y aprendí mucho”, señala y aconseja: “Hay que jugar un poco con la sabiduría y la experiencia, no soy el mejor fabricante ni vendedor, pero en poleas somos número uno en el país. Todo en base al sacrificio, a buscarle la vuelta y no quedarse”.

En el final, Cravero aclara que haber sido empleado y luego patrón le dio una visión especial de las cosas: “Estuve en las dos veredas y se logra un equilibrio para saber llevar adelante una fábrica. Yo me sigo sintiendo un empelado más”.