La historia de María Mirta Tissera de Ceballos, también conocida como Mari, estremece al escucharla y nos hace reflexionar a cuántos peligros estamos expuestos sin saberlo. Esta mujer de 69 años perdió su visión por una reacción alérgica al amoníaco que la tuvo al borde de la muerte en 1982.

Mari cuenta que desde muy jovencita trabajó para ayudar a su familia. “Al principio trabajaba como empleada doméstica y luego fui operaria de una fábrica de zapatillas”, señala. Cuando se casó siguió trabajando hasta que  junto a su marido se mudó a Villa María. En aquella ciudad, consiguió un puesto como auxiliar de portera en el Jardín de Infantes de la Escuela Alberdi, donde concurría su primer hijo. “En todos esos lugares utilizaba productos de limpieza que tenían amoníaco. Desgraciadamente eso me iba intoxicando”, detalla Mari.

Advertencias

Ella desconocía que un enemigo la estaba acechando silenciosamente y la primera advertencia no la supo interpretar. “En un viaje a San Francisco le pedí a mi hermana peluquera que me haga una permanente. Cuando me sacaron el líquido tenía unas ampollas”, recuerda.

Mari indica que esa reacción de su cuerpo no fue tomada en cuenta y luego de un tiempo decidió hacerse otra permanente. “Esa segunda vez fue terrible. Me hizo una reacción alérgica y ese líquido que antes tenía amoníaco quemó mis corneas”, relata. “Además del daño en mis ojos –continúa- tenía quemaduras en todo el cuerpo y se me cayó el pelo, perdí las uñas y tenía ampollas en la planta de los pies”.

El delicado estado hizo que la trasladaran en estado de coma al Hospital Rawson de la ciudad de Córdoba, donde permaneció durante dos meses y siete días.

La mujer cuenta que le diagnosticaron el síndrome de Steven Johnson que le afectó con quemaduras severas todo su cuerpo, pero principalmente su vista. “Esto cambió totalmente mi vida”, dice con mucha tristeza.

 Volver a empezar

 Mari se emociona cuando recuerda los momentos duros que debió pasar para recuperarse y asumir la pérdida de la visión de sus ojos. “Las personas no tienen conocimiento de la discapacidad hasta que les toca”, afirma.

La mujer confiesa que alguna vez pensó en dejarse vencer, pero que volvió a empezar por el amor por su marido y sus dos hijos. “De un día para el otro no ver fue muy duro, pero yo tenía dos hijos y tenía que criarlos. Poco a poco fui empezando con las tareas de la casa. Me apoyé mucho en Dios”, explica.

 Nuevos horizontes

 Con su familia se trasladaron a vivir a San Francisco y a los pocos meses desembarcó en el Centro de Acción Comunitaria Para No Videntes (Cacnovi). En esta ONG tuvo la posibilidad de aprender el sistema Braille y actualmente participa de activamente de los talleres que se ofrecen en la institución. A través de un convenio de Cacnovi con el Conservatorio de Música Arturo Berutti también aprendió a tocar el piano.

Más respeto

Mari reflexiona sobre las dificultades que deben atravesar las personas que sufren alguna discapacidad cuando salen a la calles y solicita más respeto por parte de la comunidad. “Todo el mundo anda apurado y solamente piensa en llegar sin importarle el resto”, asegura.

Pide tener conciencia sobre los obstáculos en la vía pública para las personas que padecen una discapacidad. “En el centro las veredas son una maravilla, pero en los barrios es un desastre. Y en las esquinas nos pasan las motos zumbando los pantalones”, se queja.

Cacnovi

Castelli 1646.

Teléfono: 03564 – 431010