"Siempre di problemas", cuenta entre risas la actriz María Rosa Calvi (72) al recordar su infancia y adolescencia en Freyre, ya que se rebelaba contra los roles y conductas establecidas en la época para las mujeres, incluso dentro de su familia. Si bien había tenido algunos coqueteos con el teatro, no fue hasta cumplidos sus 60 años que decidió sumarse como actriz en el grupo teatral La Comedia San Francisco, que daba sus primeros pasos a comienzos de la década pasada. Para ella, fue todo un cambio en su vida y ya como adulta pudo vivir ese juego y responsabilidad de ser otro que implica la actuación, una pasión que había tenido desde niña pero que por idas y venidas de la vida no había podido concretar.

"La vida es una actuación, todo el tiempo. Yo considero que nos vamos adaptando y vamos actuando según la circunstancia. No creo que seamos totalmente sinceros nunca", dice María Rosa en la charla con Yo Digo, el programa semanal de entrevistas de El Periódico TV y El Periódico Radio FM 97.1 (martes a las 19).

Feminista de la vieja escuela, confiesa que no creyó llegar a ver el impulso que tiene hoy el movimiento y los cambios que va logrando en la sociedad. Es también una amante de los animales y en la entrevista asegura que siendo niña fue gracias al contacto con su perro que reaccionó en un sanatorio después de pasar varios días inconsciente al sufrir un accidente mientras la llevaban en moto.

María Rosa Calvi: "Me voy del teatro por la puerta grande"

- Comenzó con el teatro de manera profesional ya de grande, ¿pero de chica le gustaba actuar?

- Yo iba a un colegio en Freyre y siempre tenía la mano levantada para actuar, bailar o recitar. Siempre lo quería hacer. Después en la secundaria me aplacaron, yo era una señorita y había cosas que estaban prohibidas. Tenía un zapato encima. Pero ni bien pude liberarme de ese zapato volví a ser la María Rosa indomable que siempre fui. Y que sigo siendo.

- Dice que siempre dio guerra por su rebeldía, porque no aceptaba que hubiera cosas que no podían hacer las mujeres. ¿Siempre lo sufrió a eso?

- Sí, había que ir a misa, yo iba a un colegio de monjas y fijate vos hasta dónde llegaba, que había que pasar por la escuela para que la monja firmara la libreta que te había visto que ibas a misa. Yo me escapaba a la plaza y cuando terminaba la misa pasaba por la escuela otra vez para que te firmaran que habías estado.

- O sea que alguna trampa encontró.

- Sí, por eso te digo que la vida es una actuación. Todos actuamos. 

- ¿Y en qué momento empezó con el teatro?

- Cuando estaba en el secundario tuve dos grandes profesoras de San Francisco, que adoré, a mí me gusta mucho la literatura y la historia. Una era Mabel Boc. Y después Perla Milanesio. Esas dos mujeres me enseñaron a amar el teatro. Y guardo como el más sagrado tesoro un libro que ellas me regalaron que se llama Impaciencias del corazón, de Stefan Zweig. Y realmente el corazón es impaciente, porque no va de acuerdo con lo que vos pensás, sino con lo que vos quisieras y no podés lograr. En mi casa, de clase media, mi mamá y mi papá trabajaban y nunca nos faltó nada. Pero me pusieron un pie encima y no me dejaron expresarme como yo quería. Por ejemplo, a Juana Ibarburu o Gabriela Mistral más que las poesías no me dejaban leer, la biografía nunca. Yo decía, ¿por qué no me dejaran leer la biografía? Acá hay algo esconcido. No me permitían leer las historias de personas destacadas que salían de lo común. En el pueblo, la mujer servía para las tareas domésticas. Me recibí en el 69 de maestra, me casé en el 70 y me fui a Colonia Marina. Empezaban los primeros fogonazos de la dictadura, se veía. Di clases y viví 10 años allá. Hacía teatro, cosas mínimas, sumamente elementales al lado de lo que hice acá con Adrián Vocos.

- ¿Y fue desde ahí que no volvió a hacer teatro hasta que retomó 30 años después?

- Claro, porque cuando llego acá, en 1980, mi marido se enferma y se muere a los seis meses, en 1981. Yo tenía un niño de siete años, ¿con quién lo dejaba, si no tenía familiares?

- Entonces ese interés lo tuvo como dormido mucho tiempo hasta que decidió lanzarse a actuar, ¿lo sintió como un volantazo en su vida?

- Sí, me acuerdo el primer día en la clase de Adrián. Yo llegué hecha una pinturita, vestida con un tapado y tacos. Me trataron muy bien, pero los otros estaban en zapatillas, tenían 12, 17 y 23 años. Yo decía qué hago acá, esto no es para mí. Pero enseguida me enganchó, a la clase siguiente ya fui como iban los otros. Después actué en muchas obras, como La casa de Bernarda Alba, Las de enfrente, Esperando la carroza y otras.

- ¿Cómo se sintió en todos estos años?

- Maravillosamente bien, porque los chicos me trataban como realmente era. Cuando llego, Adrián me propone ser la madre de Bernarda Alba en la obra, yo le dije que no sabía si iba a poder porque hacía poco que iba, pero me convenció. Y de ahí en más, de todos los chicos que llegaban yo era la abuela.

- Pero la actuación y la formación se la tomó en serio, no como algo ocasional.

- Sí, más de una vez me salía de libreto. Siempre hice papeles quizás importantes, pero no como una cosa establecida. Yo considero que el actor en ese momento en que se traba y no le sale, hay que salir de la situación. En una comedia que hacíamos, Las de enfrente, con José Beuchel nos dio un ataque de risa en un momento y el público no entendía nada, se enganchó con nuestras risas, pero nosotros no sabíamos cómo seguir. El teatro es hermoso, es la vida.

- Y por estos días dejó de actuar. ¿Ya se retiró?

- Sí, lamentablemente. Yo entré por la puerta grande al teatro, porque el papel de la vieja loca de la madre de Bernarda Alba no es para cualquiera. De toda la gente que había en ese momento, la única loca y audaz era yo. Estuvimos cinco años en cartel. Pienso que para todo hay una época, un tiempo. No me puedo ir por la puerta del fondo, me tengo que ir por la puerta grande.

- Sería como saber retirarse a tiempo.

- Claro, no estoy de acuerdo con las mujeres y hombres que se inmortalizan en la pantalla. Creo que todo tiene su ciclo, hay gente nueva que uno tiene que ayudar a formar. Pero además, ¿sabés por qué me retiré en este momento? No puedo subir más escaleras, tengo un problema serio de cadera. Entonces subir las escaleras, hacer los ejercicios, subir al auto y llegar a las once de la noche a mi casa me costaba. Y tengo miedo. Entonces, me voy por la puerta grande.

María Rosa, en su papel en La casa de Bernarda Alba. Hizo cinco temporadas.
María Rosa, en su papel en La casa de Bernarda Alba. Hizo cinco temporadas.

- ¿Ya pensó con qué lo va a reemplazar?

- Me anoté en un montón de cositas pero ninguna me llena como el teatro. Comencé a hacer música, me defiendo, pero no me llega como el teatro. He vuelto a tomar el recitado de poesías, que me encanta, en especial el romancero español. La que me ayudó mucho en su momento fue la “Gringa” Grandetti, una mujer apasionada. Pero esas cosas que se usaban en mi época, la declamación, ya no se usa.

- Usted se considera feminista de la vieja época, en momentos donde declararse de esa manera era toda una osadía.

- Era terrible, no te lo permitían.

- ¿En ese momento ya lo sentía y sufría de esa forma?

- Claro. Por ejemplo, los zapatos tenían que ser blancos o negros y de vez en cuando te permitían alguna chatita de color crudo. Las polleras iban a las rodillas. Siempre me pregunté por qué. Tuve un accidente de chica que me caí de la moto, volé diez metros y me golpeé la cabeza, porque ¿cómo la nena va a ir sentada a caballito? Las chicas tenían que ir de costado.

- Como se ve todavía hoy muchas veces.

- Sí. Volé diez metros y dormí diez días.

- ¿Estuvo diez días internada?

- Claro. Fui a verlo a mi hermano a jugar al fútbol, manejaba mi tío una moto. Se corta la horquilla de la moto, a él no le pasó nada, pero yo que venía sentadita de lado como una señorita volé diez metros. Otro tío que venía detrás y que era médico, me recoge y me llevan al sanatorio en Córdoba. Estuve diez días inconsciente, únicamente preguntaba por mi perro. Mi tío va a Freyre, busca a mi perro y me lo lleva a Córdoba. Yo lo reconozco al perro y comienzo a hablar. Los perros tienen un... yo digo que el peor de todos los animales es el humano, porque tiene conciencia y la usa mal. No, directamente no la usa.

- El feminismo nos atraviesa como sociedad y propone cambios para bien. ¿Pensó que iba a llegar a ver el impulso que tiene el feminismo en estos días?

- Siempre lo deseé, pero no pensé que iba a llegar a verlo en esta magnitud, comparado con aquella época. Me halaga. Creo que todo el mundo tiene derecho a vivir libremente y como quiera, sin ser más o menos persona porque tengas pollera o pantalón, o porque te vistas con taco o uses el pelo largo. En aquella época no se podía, faltaba que te metieran presa, tenías todo en contra.

La charla con María Rosa en El Periódico.
La charla con María Rosa en El Periódico.

- ¿Qué es lo que más extraña del teatro?

- Extraño todo, el grupo. Me da bronca leer de las obras, porque yo podría estar ahí y no puedo subir una escalera. No soy una figura que tienen que esperarla con la silla. Una vez me fui a Colombia, en Perú me dio un pinzamiento y me bajaron en silla de ruedas. Estuve 10 días en silla de ruedas y no conocí nada. Las cosas hay que hacerlas en su debido tiempo.

- ¿Se siente bien en San Francisco o tiene ganas de volver a Freyre?

-Sí, estoy instalada acá, estoy bien, en un lindo lugar y rodeada de gente que me quiere. La gente que no me quiere no viene y no me importa. Hay un cartel grande en mi casa que dice si te gustan las mascotas entrá; si no, no vengas porque la vas a pasar mal. Y cuando yo quiero algo, lucho hasta que lo consigo. Ahora estoy detrás de que venga el doctor Pecas Soriano, que habla de la muerte asistida. Porque si mi vida fue digna, también mi muerte debe serlo.

- ¿Se reconoce como un personaje querido de la ciudad?

- No sé si personaje, sí sé que no paso inadvertida. Y no todos me quieren, a veces soy agresiva, porque no tengo cintura, digo lo que pienso en el momento y no analizo lo que pueda llegar a pasar con lo que digo. Debiera aprender a actuar de otra manera.