Luis Molina (65) y César Messa (63), sin quererlo, se transformaron en actores secundarios dentro de la historia de la ciudad, en uno de los acontecimientos más tristemente recordados de San Francisco: el Tampierazo.  

Ese día, el 30 de julio de 1973, ambos, movidos por la curiosidad adolescente -Molinta tenía 17 años y Messa apenas 15- llegaron a la manifestación que abarcaba todo el Centro Cívico, donde los empleados de la fábrica Tampieri le reclamaban a la patronal cuatro quincenas de trabajo, aguinaldos y aportes a la caja de jubilaciones. Una huelga que llevaba varias jornadas de protesta pero que tendría su desenlace fatal aquel día. 

La represión policial provocó una balacera entre facciones que dejaría decenas de heridos y un muerto. Entre los baleados estaría César Messa, mientras que el fallecido, sería el hermano menor de Luis, Oscar “Cachi” Molina. 

Pero en esa “lluvia de balas” como ambos la definieron, el mayor de los Molina junto a otro amigo, rescataron al adolescente Messa que había resultado herido con dos disparos en sus piernas y se encontraba en el piso clamando ayuda. 

Casi medio siglo después, El Periódico logró reunir a estos hombres que solo se habían visto en dos oportunidades en sus vidas y que recuerdan el acontecimiento de diferentes maneras.

César y Luis recuerdan los acontecimientos en los que se vieron involucrados.
César y Luis recuerdan los acontecimientos en los que se vieron involucrados.

“Vamos a ver que hay un lío bárbaro”

Con esas palabras César recuerda que convenció a un amigo de barrio Sarmiento, donde ambos vivían, para tomar sus bicicletas y acercarse a calle 9 de Julio al 1300, donde se desarrollaban las manifestaciones obreras frente al chalet de la familia Tampieri. 

“Escuché que había tumulto por toda la ciudad y dije voy a ver. Llamé a un amigo y le dije: ‘Vamos a ver de Tampieri que hay un lío bárbaro’. Enseguida en toda la ciudad se comentaba que había movilizaciones. Cuando llegamos hasta el chalet mi amigo vio la cantidad de gente que había y dijo ‘yo me voy, esto es mucho quilombo’. Yo le dije que me iba a quedar”, asegura sentado en una charla que surgió en El Espacio de El Periódico, ante la atenta mirada de Luis Molina, que llegó al lugar ayudado por su andador, mientras se encuentra superando las secuelas de la neumonía bilateral que lo tuvo 40 días internado en el Hospital Iturraspe. 

“Me quedé sobre el cantero de 9 de Julio -continúa Messa-, cuando de repente se empezaron a escuchar disparos y vi que la gente corría. También empecé a correr pero creo que no alcancé a bajar del cantero que sentí el primer balazo en la rodilla. No podía apoyar la pierna derecha y al ratito vino el segundo tiro en el pie de la otra pierna. Así que ahí caí. Me desmayé sobre 9 de Julio y ya no recuerdo más nada hasta llegar a la Cruz Azul”. 

La caminata de Luis

Aquella mañana, la CGT había decretado un paro laboral para las 10. El joven Molina tenía 17 años y trabajaba en una tienda de ropa sobre calle General Paz al 700 y recuerda exactamente cuando le dijeron “vayan muchachos que cerramos”. 

Se volvía caminando a su casa cuando al pasar por el Centro Cívico le llamó la atención la cantidad de gente congregada en los alrededores y de puro curioso se quedó a ver qué pasaba. “Nunca había sucedido algo así en San Francisco. La curiosidad nos llevó a mí y a mi hermano”, afirma. 

Diarios y revistas de aquellos años estimaban que más de mil personas se reunieron durante los actos de aquel día. Luis era testigo maravillado de la manifestación popular que había congregado no solo a trabajadores, sino también a familias y jóvenes que acudieron a la manifestación. “Después del acto se empezó a correr la voz: ‘Vamos a la casa de los Tampieri’. El grueso de la de la columna salió para 9 de Julio cruzando por Champagnat y ahí empezó el desastre. Primero fueron piedrazos, después el ataque al chalet”, asegura. 

A Molina todavía le retumba el grito de la llegada de la Policía y la desesperación por escapar de aquella estampida de personas.

Alrededor de las 14, Luis pudo encontrarse con su hermano Oscar, de 16 años, que también había llegado frente al chalet de la familia Tampieri movido por la curiosidad. Casi media hora después comenzó la balacera. La primera reacción del mayor de los Molina fue tirarse cuerpo a tierra contra un tapial, allí pudo notar que las balas rebotaban cerca de donde estaba y atinó a escapar corriendo. 

“Salí por la vereda de enfrente hasta que me cruza mi amigo Jorge Vera y me grita ‘pará Luis que hay un chico herido’. Cuando me doy vuelta lo veo a César que estaba en la vereda y levantaba una mano pidiendo auxilio. Era un pibe rubiecito, chiquito. Nos volvimos los dos unos 40 metros. Jorge que era más grande que yo y lo levantó de los brazos y yo de las piernas. Justo llevaba la rodilla de él en mi antebrazo y la sangre me chorreaba caliente”, recuerda. 

Lo balearon en el Tampierazo y 48 años después se reencontró con quien lo socorrió ese día

Corriendo hacia la clínica

Los amigos que rescataron al menor corrían hacia la clínica Cruz Azul pero antes de llegar tropezaron con el cordón de la vereda, con herido y todo cayeron a la calle. Unas personas levantaron a César para ingresarlo al centro de salud y otras a Luis, que se había golpeado la cabeza. Los dos coincidieron en la misma habitación. 

Luis sigue: “Me entran en una habitación que estaba creo que a la entrada, justo estaba César ahí, llorando de dolor en una camilla. Ahí veo que tenía un balazo en la rodilla y otro en el pie”. 
Mientras Molina trataba de consolar a César, otros gritos desgarradores invadieron la clínica. Apenas pudo intercambiar palabras con el muchacho que acababa de rescatar cuando una enfermera ingresó, era una familiar lejana a la que Luis le preguntó si había otros heridos. Absorta, la mujer llegó a responderle que sí: “Te dije a vos-mirando al ahora adulto César de frente-, aguántame un cachito que voy a ver quién es y vengo. Salí de al lado tuyo y no volví nunca más”. 

Molina iba a ingresar a otra habitación donde había unas 30 personas desesperadas, según rememora. Comenzó a abrirse paso hasta llegar a casi un metro de otra camilla, en ella se hallaba muerto su hermano Oscar. Una bala calibre 22, conocería luego, le había atravesado el corazón. 

“Estaba bañado en sangre, con los ojos abiertos mirando el techo. Él tenía una remera verde que se había vuelto roja de tanta sangre. Creí que estaba herido y ya no, no estaba con vida. Entré en una crisis de nervios, me puse como loco. Esa imagen no me lo puedo borrar nunca”, remarca Molina.

Tampierazo: 48 años de un crimen sin resolver y una herida que todavía duele

Numerosas versiones a casi cinco décadas 

Casi 50 años después, ambos hombres todavía desconocen quiénes dispararon las balas que rozaron a uno y atravesaron a otro. Muchas versiones escucharon y les contaron, pero ninguna confirmada. 

“Siempre se pensó que fue la Policía la que mató a mi hermano -sostiene Molina- y siempre tuve la duda porque la bala que a él le atraviesa el corazón era calibre 22 y no era el arma reglamentaria que usaban, entonces siempre dudé de quién pudo haber sido”.  

Sin embargo, ambos coinciden en la teoría de infiltrados o agitadores inmersos en uno y otro lado. Aunque tampoco se atreven a confirmarlo. 

“Si bien el balazo me destruyó la rodilla derecha, después de tres meses de yeso quedé bien de la operación. Mucha gente me dijo ‘te eligieron’ para pegarte dos tiros, pero no, yo tenía 15 años, estaba mirando, no tenía nada que ver con la fábrica Tampieri ni con nadie. Si me eligieron, le erraron”, afirma César.

Una semana después del trágico episodio, Luis fue a visitar a César a su casa: “Tu mamá me atendió muy amablemente -le dice-, fuimos con la que era mi novia y la noviecita de mi hermano. Habremos estado una hora y esa fue la última vez que yo te vi. Y siempre pensaba qué habrá sido de la vida de ese muchacho”.

César responde que no se acuerda de aquella ocasión porque mucha gente lo fue a visitar aquellos días y le resulta imposible recordar. 

- ¿Se sienten víctimas de lo que les tocó vivir?

- César: Yo creo que no, era muy pibe, fui ahí a curiosear y pasó lo que pasó. A mí me operaron en la clínica y mis padres no sabían, sin consentimiento de nadie, pero después había quedado muy bien de la operación. El tema fue que tiempo después empecé a correr en moto y en mi vida tuve mil quebraduras más. 

- Luis: Pienso que los sanfrancisqueños que estuvimos ahí fuimos la mayoría víctima e inocentes. Y en el caso de César fue distinto, él no sufrió pérdida, fue una cuestión física la que tuvo que superar. A mí cada mes de julio siempre me pone muy triste y me trae el recuerdo de mi hermano. Me siento víctima porque a mí me arruinaron la vida, nunca más pude ser feliz completamente.

La foto de César enyesado en revista Así
La foto de César enyesado en revista Así

El pibe enyesado

Mientras que Luis guarda varias revistas y diarios de la época, César solo tiene una: la edición del 2 de agosto de 1973 de la revista Así. 

Curiosamente ambos concurren a la entrevista con la misma revista, la mantienen casi intacta y en ella además de diferentes artículos de los acontecimientos aparece una foto del joven Messa enyesado luego de recibir dos disparos de arma de fuego. “La verdad la guardo porque mi mamá antes de morir me dijo ‘tengo esta revista en la que aparecías vos y quiero que la tengas’. Y es la primera vez que se la muestro a alguien. Es lo único que tengo de aquella época”, confiesa. 

Por su parte, Luis reflexiona: “Lo que es la vida, ¿no? Haber estado 20 minutos intensos y desesperantes juntos y nunca más nos volvimos a ver. Siempre me acordé de él, tenía la imagen de un niño, la verdad me alegó haberme encontrado ahora con un hombre trabajador y de bien”.