Miguel Ángel Brito (22) o “Kukuni”, como muchos lo conocen, forma parte del paisaje céntrico de San Francisco, casi como testimonio de una dura realidad. Desde hace años, en la esquina de bulevar 25 de Mayo y Buenos Aires, pasa varias horas de casi todos los días limpiando vidrios de automóviles que por allí transitan.

Es otro personaje de la ciudad, con una historia de vida muy difícil y que de corta edad debió afrontar diversos obstáculos. En su humilde trabajo busca la manera de seguir adelante y ganarse el pan, pero también tratar de encauzar su vida. Lo que no es tarea fácil.

A los siete años recibió un disparo en la cabeza que le causó una hemiplejia, cuestión que le afectó el costado derecho de su cuerpo. Esa lesión cambió su vida para siempre y le dejó secuelas físicas que lo limitan y se perciben en su andar.

Son casi las siete de la tarde del martes 9 de mayo y Kukuni camina sobre 25 de Mayo arrastrando su pierna derecha mientras la luz roja del semáforo detiene a los autos. Con su brazo izquierdo levanta su escurridor ofreciendo la limpieza, a la espera de que algún conductor lo autorice. La gran mayoría le dice que no con el dedo, solo unos pocos aceptan y otros, aunque no piden que les lave el parabrisas, le dejan algún dinero.

Cuenta a El Periódico que hace muchos años eligió esa esquina para trabajar -no recuerda cuántos- y que tuvo que salir a la calle por necesidad a los ocho años. Arrancó pidiendo monedas, luego haciendo malabares con su única mano “buena” y aunque reconoce que algunos se le reían, a él no le importaba porque necesitaba el dinero

“Hace de los ocho años que estoy en la calle. Somos pobres y se necesita comer, así que me las rebusqué siempre. Al principio costaba que la gente te diera una moneda, pero me fui haciendo más conocido”, reconoce.

La dura historia de Miguel, el limpiavidrios más conocido del centro

Los días en la esquina

Miguel insiste en que todos los días realiza doble turno de trabajo en la esquina del bulevar céntrico, a veces de un lado, otras enfrente. En total, contabiliza unas seis horas de trabajo, que por las noches ya lo dejan exhausto sentado en uno de los cordones.

Él se encarga de comprar sus insumos y un local gastronómico del sector le facilita el agua.

“Cambié de hacer malabares a lavar vidrios porque ganás un poquito más -relata sobre el cambio de tarea-. Compro una botella de jabón líquido que me tira unas semanas y el escurridor, que éste que tengo ahora lo compré hace poco”, dice.

Miguel no tiene un monto fijo por la limpieza de parabrisas: “La gente me da lo que quiere y puede, yo no pido nada”, explica.

Sin bicicleta

Días atrás la realidad le dio otro revés. En un descuido, mientras limpiaba un parabrisas, le robaron su vieja bicicleta playera, único medio de movilidad que le permite cruzar desde barrio Santa Teresita en Frontera, donde reside con su madre y dos hermanos, hasta el centro de San Francisco.

“Estaba limpiando un vidrio y cuando me di vuelta no estaba más la bici. Ahora me tengo que manejar en colectivo, no me queda otra. Quiero juntar algo de plata para comprarme una usada, para mí es mi movilidad, la necesito para trabajar”, destaca.

“Plum”

 Ante la consulta del porqué de su discapacidad, no anduvo con vueltas: “Me pegaron un tiro cuando era chico”, responde.

“Tenía como siete años, era chiquito. Estaba arreglando la bici en el patio de mi casa y me acuerdo que alguien venía corriendo y ‘plum’, me tiró de la nada. Sentí la explosión y me dio chanta en la cabeza. Estuve internado grave como tres meses en Santa Fe”, relata.

- ¿Conocías al que te disparó?

- No.

- ¿Había alguna “bronca” con alguien de tu familia que haya provocado esa acción?

- No. Lo único que sé es que era de barrio Parque, que estuvo una semana preso y lo largaron porque era menor.

El joven no quiso dar el nombre del agresor, pero con gestos señaló cómo la bala le atravesó la parte superior del parietal izquierdo y el cráneo. “Mucho más de eso no me acuerdo, solo estoy feliz de estar vivo”, se sincera.

Tras el hecho, y luego de más de un año de recuperación, dejó la escuela y tuvo que salir a la calle. Comenta, además, que una vez por año viaja a Santa Fe para chequeos médicos y menciona los cuidados que debe tener para no golpearse la cabeza.

La dura historia de Miguel, el limpiavidrios más conocido del centro

Miguel es el quinto de ocho hermanos, aunque no viven juntos -uno de ellos falleció- y no tiene relación con todos, por distintas circunstancias de la vida. En su brazo izquierdo lleva tatuado el nombre de su abuela Susana, ya fallecida; de su hermano Marcos, hallado muerto en Miramar -y del que sostiene que fue asesinado, pero el caso nunca resuelto- y de Morena, una hermanita que no vive con él.

Luego de las horas de trabajo en el semáforo, regresa a su casa para ver televisión. Asegura no juntarse con nadie porque “está pesado el ambiente”, por eso solo piensa en su tarea diaria y en cómo poder conseguir una bicicleta que le dé nuevamente movilidad e independencia.

Pese a todo, Kukuni se muestra agradecido con la gente, sus “clientes al paso” y con algunas personas que lo ayudan con ropa y algo de dinero.

- ¿Cómo te imaginás el futuro?

- No sé, tranqui. Trabajando acá en los semáforos-. Por cómo estoy -por su discapacidad-, trabajo nadie me va a dar. Me dejaron arruinada la mano, apenas puedo abrir los dedos -muestra cómo abre y cierra su mano izquierda totalmente contraída-. Pero bueno, estoy tranquilo, mientras pueda limpiar vidrios lo voy a hacer.

Cae el sol sobre el bulevar. Miguel sigue un rato más en los semáforos, pese a los constantes rechazos, luchando con sus limitaciones y tratando de sobrevivir.

La dura historia de Miguel, el limpiavidrios más conocido del centro