Hay pocos registros en la historia en que miembros de las Fuerzas Armadas de un país, con la complicidad de sectores políticos y el clero, hayan atacado con bombas y otras armas a la población civil para implantar terror e intentar tomar el poder. Eso fue lo que sucedió en nuestro país en 1955, lo que dejó más de 300 muertos y unos 1.200 heridos.

El 16 de junio de ese año, la Armada Argentina con apoyo de sectores de la Fuerza Aérea encabezó un ataque que tenía por objetivo asesinar al presidente Juan Domingo Perón y a los miembros de su gabinete para instaurar un golpe de Estado. Pero también se buscaba atacar a civiles que defendieran a un gobierno de importante apoyo popular.

Los aviones lanzaron más de cien bombas, muchas de ellas cayeron sobre la Plaza de Mayo y la Casa Rosada. Ese suceso se dio en el marco de la “Revolución Libertadora”, como se autodenominó, que dio paso meses después a una dictadura militar.

Marcelo Ítalo Moreira (89) estuvo el día de ese bombardeo. De hecho tuvo un papel destacado, ya que era granadero de la Sección Blindados, la que según cuenta hoy el hombre, es la que comprendía tanques y semiorugas.

Moreira reside hace varias décadas en San Francisco. Nacido en San José, provincia de Entre Ríos, a sus 12 años debió radicarse en Buenos Aires a partir de un revés que sufrió su familia, productora de frutales, tras una plaga de langostas que arrasó con su principal sustento económico.

El granadero que protegió a Perón en el bombardeo del ‘55 y que vive en San Francisco

Fue justamente en Buenos Aires cuando le llegó el aviso de que debía hacer el Servicio Militar, resultando luego granadero. Integró la Sección Blindados, que llevaba ese nombre por el blindaje de las máquinas.

El bombardeo del ‘55

“A nosotros nos prepararon, ya se sabía que iba a haber una revuelta”, explicó Moreira a El Periódico sobre el bombardeo de 1955, que fue un intento fallido de derrocar a Perón.

Tras un día libre en el que curiosamente fue a ver una película de guerra con un amigo, comenzó la tensión. “Nos dieron la orden de que vayamos a la Sala de Armas, que es el lugar donde está todo el armamento. Nos otorgaron un arma y nos mandaron al cuartel donde están los tanques. Primero fue el bombardeo de la aviación, que atacó a Casa de Gobierno, una bomba cayó justo en la oficina del general Perón. Nos dieron la orden de salir y combatir”.

Moreira salió dentro de una semioruga, junto a varios compañeros, y manejaba la ametralladora. Recordó que escuchó gente gritaba por Perón pero que ese grito se acalló y empezaron los bombardeos. Ahí fue cuando empezaron a avanzar, llevándose varias vidas de personas que murieron aplastadas en el tumulto, algo que hasta el día de hoy lamenta.

Dado por muerto

Mientras avanzaban en la semioruga, el hombre sufrió un ataque que lo dejó en grave estado. Fue así que lo dieron por muerto, pero poco después notaron que estaba vivo y lo asistieron.

El granadero que protegió a Perón en el bombardeo del ‘55 y que vive en San Francisco

Moreira lo narró así: "Veo que tiran la bomba y le aviso al sargento. Yo no sabía lo que era una bomba. Y explota. Una esquirla raspasó el correaje, que es donde llevábamos las balas, y pasó cerca del pulmón. Perdí mucha sangre”, recordó.

Según contó, lo sacaron y lo dejaron con los demás heridos. Hasta que en un cese en el ataque, una ambulancia lo rescató. “A mí me recuperaron porque dicen que yo me moví o que respiré. Así se dieron cuenta de que seguía con vida y me llevaron al Hospital Militar, donde estuve tres meses”, sostuvo.

Curiosamente, le dieron el alta dos días antes del inicio del posterior golpe de Estado. Ese mismo día lo llevaron nuevamente al lugar en que se encontraban los tanques de guerra. “Otra vez nos iban a bombardear”, rememoró.

Y llegó la rendición: “El Regimiento de Granaderos a Caballo fue el último en rendirse. Si nosotros no nos rendíamos el 16 de septiembre, bombardeaban el regimiento y el gasoducto de Buenos Aires. Yo no estaría contando esto”.

“Cada 16 de junio recuerdo y me hace mal. Yo me salvé, pero he visto a compañeros malísimamente mal”.

Moreira relató que fue tomado como prisionero junto a otros integrantes del regimiento y los llevaron a Plaza Constitución. Tras ello, cuenta una escena que le quedó grabada: les dieron una pistola Mauser y una bayoneta calada, que debía clavarle a algunos de sus compañeros: “¿Y quién dio la orden? Los 'revolucionarios', los de la 'Revolución Libertadora'. Pero yo siempre dije ¿a quién liberamos, si peleamos entre hermanos?”.

Además de ello, asegura que tuvieron que destruir la CGT y otros organismos que relacionaban con Perón.

Recuerdos tristes

De su narración, Moreira lamentó muchos hechos. Uno de ellos, el haber visto morir a un compañero dentro de la semioruga, al cual lo alcanzaron las esquirlas de una bomba.

El granadero que protegió a Perón en el bombardeo del ‘55 y que vive en San Francisco

Otra, observar tantos compañeros heridos y tantas ausencias al regresar del hospital: “Era un dolor terrible. En el Hospital Militar yo vi a compañeros a los que les faltaban los brazos o las piernas. Si vos te guías por los libros es una cosa. Vivirlo es otra”.

El exilio

Moreira recordó también lo que pasó el día en que Perón se exilió en Paraguay: “Perón estaba ese día. En Casa de Gobierno hay un túnel subterráneo, por ahí salió. Él no quería que hubiera muertes, entonces tomó la decisión. Se fue por el túnel que da al río Uruguay y se exilió”.

Su relación con Perón

Su relación con Juan Domingo Perón se limitó a cruzarlo cuando el expresidente iba al regimiento. Pero pese a ello, llegó a cuidar a Mancha, su famoso caballo.

“Hay una historia muy grande, porque una prima mía era jefa de teléfono del Estado. El esposo de ella era secretario de Oscar Nicolini, jefe del Correo Central. Y Nicolini estaba casado con la hermana de Evita. Con la hermana de Evita nos juntábamos a cenar. Íbamos a Mar de Plata, a todos lados. Con Perón el trato fue de Casa de Gobierno al Regimiento de Granaderos. A mí me gustaban mucho los caballos y Perón tenía un caballo pintado. Y yo se lo atendía. Ese fue el trato”, detalló.

“Fue una alegría ser granadero, ver el cambio de guardias. Yo lo viví inmensamente, fue algo que supe que tenía que guardar para toda mi vida”.