En un mundo donde las profesiones tradicionales parecen comenzar a perderse en medio de la modernidad y la tecnología, hay muchos sectores que mantienen la esencia del trabajo y el esfuerzo de los oficios de siempre. Don Ángel Taborda, un sodero de 70 años, con una trayectoria de 45 en el rubro, es un claro ejemplo de ello. A pesar de estar jubilado, la pasión y el compromiso por su oficio y por la firma que lleva adelante con sus dos hijos es tan fuerte que no piensa en dejarlo.

Se define como comerciante en el rubro “sodería” que comenzó en 1978 junto a su suegro, don Juan Machado. Este último había llegado a San Francisco proveniente desde Colonia Marina y comenzó con el negocio de la soda en 1975, en un emprendimiento familiar. Ángel se sumó al poco tiempo, ya que por entonces se desempeñaba como camionero en la localidad de Devoto.  

De esta manera, se unió a su suegro y cumplió 45 años ininterrumpidos en su tarea y no piensa dar un paso al costado. Ya jubilado, sigue en el rubro porque dice que “cada vez cuesta más para vivir, para moverse”.

“Empleados no se pueden contratar tampoco porque no hay condiciones, entonces sigo con el mismo trabajo, además que a esta edad tampoco se puede cambiar de profesión”, explica.

Hoy reconoce que el trabajo lo ayuda a mantenerse activo, que le gusta estar en la calle entregando sus productos y tener trato diario con la gente.

“Hago las mismas tareas que cuando comencé, aunque con las máquinas que hemos ido incorporando todo se hizo más fácil. Tengo el apoyo de mis hijos - Cristian (42) y Martín (37)-, que también están un poco al frente del comercio, así que me es más fácil continuar en el trabajo”, admite. Y agrega: “Desde que arrancó mi suegro con la sodería hasta la actualidad, siempre fue un trabajo familiar y lo sigue siendo”.

Ángel Taborda, el sodero al que no se le acaba el gas y sueña con sumar a sus nietos al rubro

La esposa de Ángel, María Cristina, con la que está casado desde el 79, también está involucrada en la firma. En los primeros años, el matrimonio hacía casi todo el trabajo, hasta que sus hijos comenzaron a ayudarlos.

Así “Soda 26”, la firma que lleva adelante la familia Taborda, sigue activa en su planta ubicada en Sargento Cabral 1338.

- Para usted como padre, ¿qué significa que sus hijos sigan en la empresa familiar?

- Me siento contento porque están a mi lado y siguen la profesión. A lo mejor no es un trabajo que les va a permitir hacer grandes diferencias económicas. Ya hay confianza entre el cliente y nosotros que somos los comerciantes, inclusive tenemos esa, podríamos decirle, amistad, casi, que muchos nos permiten ingresar a sus casas para buscar o dejar sifones. Y eso se construye con el tiempo.

Taborda también confiesa que mantiene clientes desde que se inició y que ha continuado con la rama familiar: “Les he llevado sifones a los padres y después me ha tocado entregarles a sus hijos, como una cadena, la misma familia de clientes te va siguiendo”.

Entre sifones y bidones de agua

“Soda 26” reparte cajones de sifones y de bidones de 5, 10, 12 y 20 litros de agua, producto que vende desde el 2002. “Había que agregarle algo más al negocio y vimos que el agua era la tendencia, sobre todo en las personas más jóvenes”, señala Ángel.

De todos modos, el sodero sabe que en muchas casas el sifón es un clásico en la mesa durante las comidas y en otras ocasiones. Es que la soda sigue vigente y en los últimos años también tuvo un resurgir con el regreso del vermut, amargos y otros aperitivos clásicos.

- ¿Era más rica o tenía un ‘no sé qué especial’ la soda en sifones de vidrio?

- El vidrio no se compara, me parece que era otra cosa. Incluso con la Coca-Cola es otro el sabor, por nombrar alguna marca. El vidrio es otra cosa y el producto es el mismo, pero para mí cambia. El vidrio puede mantener más el gas, puede ser eso, no sé la explicación, pero hay una diferencia.

- Pero era más peligroso…

- Sí, hubo muchos accidentes con sifones de vidrio. A mi suegro, por ejemplo, se le reventaron como seis o siete sifones a la vez y no lo mataron porque no era el momento, pero le habían desfigurado el cuello. Estuvo internado varios días. A mí también, me pasó pero con envases vacíos que se me reventaron, me saltaron las esquirlas de los vidrios y me tuvieron que hacer cuatro puntos en la cara. Era muy peligroso. Por eso el plástico sacó del mercado al vidrio. En este momento, si tuviera que trabajar con sifones de vidrio no lo haría. Aparte del peligro eran pesados, llegaban casi a dos kilos, cuando los de plástico pesan 150 gramos. Un sifón de vidrio no es nada, pero al llevar un cajón terminabas con la lengua afuera. Antes ser sodero era más sacrificado.

Taborda rememora que el peligro no solo era la explosión del vidrio, sino también los picos para el sifón, que en un comienzo eran de plomo, luego de antimonio y posteriormente reemplazados por el plástico. “La cabeza de plomo por lo menos pesaba 200 gramos más. Con el sifón de plástico el único riesgo es que salte el pico, pero no tiene la misma presión adentro del envase que tenía el de vidrio. El sifón de litro de vidrio se cargaba con 10 u 11 kilos de presión de aire, el de plástico tiene 8”, revela.

Tradición sodera, Ángel junto a su hijo mayor.
Tradición sodera, Ángel junto a su hijo mayor.

Cuidado especial

“Soda 26” cuenta con modernas máquinas ya sea para el cuidado del agua como para el rellenado de sifones, bidones y su envasado. “Nosotros tenemos equipos de ósmosis inversa que trabajan el agua, o sea que la pone en condiciones y le baja los gravámenes para el consumo humano, le saca cloro, o sea la purifica, en pocas palabras”, afirma el sodero. 

El proceso consiste en esterilizar el agua, luego la máquina saturadora hace la mezcla con el gas carbónico y de ahí pasa a la llenadora. Tras el sellado plástico, los sifones van a los cajones para su reparto.

Taborda indica que la familia trabaja de lunes a sábado y que el domingo descansa. “Antes lo sabía trabajar, se salía hasta el domingo, pero lo fuimos dejando, ya no era vida”, admite.

Consultado si piensa en el retiro, el comerciante asegura que le “queda gas”: “Mientras esté voy a seguir ayudando y mientras pueda hacer lo mismo, seguiré en la calle, esto es lo que me gusta”.

Durante casi medio siglo, ha entregado sifones a domicilio en su camioneta y aunque no está en su mente alejarse de la sodería, uno de sus anhelos es que sus nietos continúen el legado: “Tenemos siete nietos y hay uno de 16 que ya nos pide trabajar, pero todavía no, primero está el estudio y cuando sea el momento se sumará”, manifiesta con una sonrisa orgullosa.

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