“Bachi” Mitrojovich: el abogado que rompe el molde en la ciudad, verdulero y amigo de Pappo
Desafía los estereotipos con su estilo de vida. Desde sus inicios como comerciante, su amistad con el legendario músico argentino, su amor por el rock and roll, sus pasiones y excesos. La mirada puesta sobre un particular personaje de San Francisco.
Horacio Mitrojovich (58) no es un abogado más en San Francisco y él lo sabe. Lo sabe sobre todo por sus inicios. Comenzó a ejercer de grande mientras también trabajaba como verdulero. Pero tampoco es el arquetipo de letrado que se acostumbra a ver por los pasillos de Tribunales, donde abundan hombres de traje, corbata y peinado prolijo; por su aspecto, el “Bachi” -como todos lo conocen-, de pelo largo sumado a su voz ronca, se asemeja más al estilo de un cantante metalero.
Sin embargo, al hombre poco le importa el qué dirán y se maneja dentro de sus principios: “Nunca me importó lo que diga la gente de mí, pero tampoco me meto en la vida de nadie”.
La vida del “Bachi” es y ha sido una montaña rusa de experiencias. Desde sus inicios como estudiante de abogacía y verdulero, su pasión por el rock and roll, su relación conflictiva con la Policía, sus viajes, la amistad con el legendario músico Norberto “Pappo” Napolitano, su colección de discos de vinilo y su afición por el whisky, su bebida predilecta, hacen un combo que lo convierten en un personaje excéntrico, de luces pero también sombras.
En su estudio ubicado de barrio Sarmiento, Mitrojovich recibió a El Periódico. Frente suyo, sobre el escritorio abundan carpetas y expedientes, una botella de scotch y dos vasos boca abajo, a la espera de ser servidos.
“Verdulero, primero, y abogado, después. Pero hago los dos trabajos, me gustan las dos cosas, es como que una actividad me ayuda a desenchufarme de la otra. La abogacía parece una actividad algo más liviana pero no, es tremendo, si no tenés para frenar un poco la cabeza, chau”, reconoce sobre sus dos profesiones.
Nacido y criado en un barrio tradicional, Horacio realizó sus estudios primarios en la escuela Normal “Nicolás Avellaneda”, la secundaria en el Superior San Martín y después Abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Comenta que su apellido proviene de la antigua Yugoslavia: “Mi abuela piamontesa conoció a don Mitrojovich en el Chaco, tuvo un hijo nomás -Eugenio Livio Mitrojovich- y ella se vino para Córdoba y no lo vio nunca más. Creo que los únicos que quedamos somos mi hermana María Eugenia, mis hijas -Natalia y Carla- y yo”, resume.
Su sobrenombre, también nació en el barrio: “De chico me empezaron a decir Bachi y quedó, la verdad no sé bien por qué”, confiesa.
Su carrera y la abogacía
Ingresó a la Facultad de Derecho de la UNC en 1982, aunque había rendido en el ‘81 pero quedó fuera como centenares de estudiantes, rechazados por cupo y disposición de autoridades interventoras, todavía del gobierno militar. Por este motivo, el “Bachi” participó de una huelga de hambre llevada adelante por aspirantes a ingresar a Medicina y Derecho. Tras meses de reclamos, el rector renunció y se garantizó el ingreso irrestricto para las dos carreras.
Mientras estudió, también militó políticamente en el Partido Intransigente, comenzó a incursionar en el incipiente mundo del rock nacional que iba ganando terreno en la Córdoba cuartetera y también tuvo sus entreveros con la Policía, por su larga cabellera y vestimenta, al estilo de “rockero pesado”.
Tuvo que regresar a San Francisco a mediados de 1985, luego de que su novia quedara embarazada y que sus compañeros de departamento fueran implicados en un presunto atentado, del que, según refiere, nada tenían que ver.
Al llegar a la ciudad y con una hija en camino, fue a trabajar a la verdulería de su padrastro Ángel José Santos, en el comercio que llevaba el apodo del hombre: “el Cholo". “Él me enseñó el oficio. Vendíamos al por menor y yo le comenté de expandirnos. Armamos una sociedad con mis padres y con los empleados que tenía y así comenzamos a vender al mayoreo. Era el año ’88 y la cosa empezó a andar muy bien”, relata.
- Si te iba bien en la verdulería, ¿por qué decidiste retomar la carrera?
- La verdad… me cansé que me lleven preso. Entonces me quería defender. Laburaba como un animal, sábado, domingo, viajaba, manejaba un camión, me gustaba pero había que estar. Era de la idea que la plata que ganaba me la gastaba, por eso no tengo bienes y me la gastaba en salidas. Como me gustaba la joda, la Policía me molestaba siempre. Y lo que pasó fue que me detuvieron en Las Varillas con un amigo porque estábamos con dos porros. Resulta que el abogado que me va a defender era un amigo que había estudiado conmigo, Marcelo Belzagui, que también había dejado de estudiar, se había casado pero empezó de nuevo y se recibió: ‘Si te recibiste vos, me recibo yo también’, le dije.
Regresó a la UNC en 1997 y se recibió en dos años. Asegura que no le costó y que ni bien egresó comenzó a trabajar junto a Belzagui hasta el fallecimiento de este último en 2003.
“Aprendí el oficio en el ejercicio y era increíble que las mismas personas que conocía ahora me decían doctor, pero nunca cambié. Obviamente que en algún juicio usé traje, pero nunca dejé de ser lo que fui. No sentía que me veían como bicho raro, sabíamos que era así. Después, uno va trabajando y la gente deja de hablar porque ve la dedicación y hoy por suerte tengo trabajo a lo loco”, indica.
- ¿Qué pensás cuando la gente dice que los abogados son “caranchos” o solo les interesa lo económico?
- No están equivocados. Lamentablemente es así, aunque no creo que sea la única profesión en la que pase eso. Nada más que el abogado se nota más, el sistema judicial se presta muchas veces para que pase eso. Siempre digo que las dos cosas que tienen más valor en la vida para mí son la salud y la libertad, y nadie las valora hasta que las pierde. Cuando pasa eso hay personas que se aprovechan y hay que estar atento con quién asesorarse. Pero el abogado es un mal necesario, como se dice, y cada día más. Los problemas de hoy en día son una cosa de locos, temas familiares, de violencia, abusos, la verdad que la sociedad está cada día más sacada.
En este sentido, agrega: “Cada día veo más casos de violencia de género, tema de estupefacientes, robos hay muchos, pero no todos llegan a tribunales porque la gente no denuncia y lo que hay en gran cantidad y es de terror son los abusos sexuales intrafamiliares”. Aunque aclara: “Hay casos que no estoy tomando porque no doy abasto. Las únicas personas que no defiendo, por una cuestión mía, son a integrantes de alguna fuerza policial, militar, gendarmería, porque no me sale, no puedo”.
- ¿Fuiste muchas veces preso?
- No, es que me molestaron continuamente, desde que iba a un recital hasta cuando caminaba por la calle. En la época de los ’80; entonces les agarré como una fobia (sonríe). Te llevaban preso con cualquier excusa, te comías dos o tres días, te trataban mal y sobre todo me perdía de ver recitales por estar preso, era lo que más bronca me daba.
Dos pasiones, la música y los discos
“Bachi” escucha todo tipo de música: rock, folklore, tango y cuarteto: “Me gusta todo, donde había una fiesta me metía”, dice.
Sin embargo, desde su juventud el rock lo marcó de manera diferente, vio en vivo un recital de Almendra y asegura que salió “enloquecido”. Sus bandas preferidas son Vox Dei y Pappo, que “en vivo era una locura”, declara.
Colecciona discos de vinilo, según estima tiene más de 6000, aunque solo llegó a contabilizar y fichar 3000. “Antes le dedicaba dos horas por día a acomodarlos, a limpiarlos, ahora tengo un quilombo, es el laburo que te va llevando, por eso tengo que parar un poco”, piensa.
Los discos están es su casa, al lado del estudio, y abarcan casi tres paredes de una habitación. En un mueble con cajones levanta una tapa y descubre un tocadiscos doble -casi como un DJ actual-, coloca la aguja en el lugar indicado y comienza a sonar una música con notable nitidez. “Es como si estuvieran tocando acá al lado”, subraya.
Al lado de donde se da la charla se encuentra una sala con una mesa, cuatro sillas, dos luces azules que iluminan desde el techo y que le dan al lugar un aire a bar nocturno: “Este es mi lugar de reunión con mis amigos. Una vez a la semana, si no estoy con mucho laburo, nos juntamos, ponemos música, se come algo. Alguno se va al otro día”, cuenta con una sonrisa.
En ese momento aparece, Ofelia Esther, su madre de 83 años, mujer alegre y de risa fácil que ofrece café o alguna gaseosa. Le agradecemos, pero desistimos, a lo que Horacio replica: “Traeme un whiskicito, ya que estás tan oferente”.
- ¿Cuál es el mejor whisky que probaste?
- El mejor whisky no lo tomé todavía. Sería el próximo, el que voy a tomar mañana (sonríe). Me gustan mucho los irlandeses más que los escoceses, que acá no se consiguen. Le tengo dicho a mi hija -reside en Noruega desde 2019- que no viaje a Escocia ni a Irlanda que cuando la vaya a visitar quiero recorrer esos lugares. Es la bebida que más me gusta.
- Antes dijiste que las dos cosas que más hay que cuidar son la salud y la libertad. ¿Te cuidas o es solo un dicho?
- Cuidar la salud es tratar de pasarla bien, porque la salud parte de acá -se señala la cabeza- y si vos cuidás la salud, pero te privás de hacer las cosas que querés hacer, te enfermás igual, es mi forma de ver. Pero si tengo que hacer algo y no tengo que tomar whisky por 10 días, lo hago; cuando termino de laburar que venga lo que venga. Tuve suerte que no me pasó nada peor.
En ese sentido, explica varios accidentes vehiculares, dos de ellos graves -en uno estuvo en coma una semana y en otro recibió más de 140 puntos de sutura-, que sufrió en los tantos viajes que realizó para buscar frutas y verduras para su comercio o mientras se escapaba con amigos para recorrer las rutas del país y de Latinoamérica. “Tuve varios accidentes, pasa que no me quieren ni de arriba ni de abajo, cuando me están por llevar me largan”, declara entre risas.
La noche
La vida social de Horacio es conocida por su intensidad y algún que otro exceso: “Nunca me importó lo que diga la gente de mí. Soy mucho peor de lo que dicen -dice socarronamente-. No me preocupo porque cuando termino de laburar empiezo a joder y sé cuándo tengo que dejar la joda para trabajar. Tampoco me meto con la vida de nadie. Creo que perdimos el respeto, mientras que no te molesten con lo que a uno le gusta hacer ya está, sin joder al resto, porque equivocar nos equivocamos todos”.
Su amistad con Pappo y una anécdota con su “vieja”
A Norberto “Pappo” Napolitano, el “Bachi” lo conoció en 1983. Con un compañero regresaban de Mar del Plata y pararon en Buenos Aires de un amigo para asistir a un festival. “A la vuelta de mi amigo había una tintorería en la que trabajaba -Ricardo- Iorio, cuando recién a V8 la estaba patrocinando ‘Pappo’ y no la conocía nadie. En esos años hacíamos remeras y pulseras con logos y los nombres de las bandas. Ricardo vio que tenía una muñequera de Riff y me dijo: ‘Mostrale eso a Pappo que se va a volver loco’. Al otro día nos presentó y le terminé regalando la muñequera”, garantiza.
Al año siguiente, “Bachi” fue a ver a “Pappo” a La Falda y logró acercarse al músico y le preguntó qué había hecho con la muñequera. Para su sorpresa, el genial guitarrista le respondió: “‘Ah, vos sos el cordobés que la hiciste, vení, pasá’. Y nos puso de seguridad a mí y a dos changos más, así comenzó. Siempre que iba a Córdoba o donde tocaba íbamos”.
Así se inició una amistad que perduraría durante muchos años, incluso, en las ocasiones en las que el músico tocó en San Francisco traído por el recordado Víctor Bertorello -ya fallecido y cuñado de “Bachi”-, paró en el domicilio del abogado.
Consultado sobre si podía contar alguna de las anécdotas “apta para todo público” con el ícono del rock nacional, Bachi se rió y relató: “Una de las veces que vino nos juntamos a comer en el Libertador. Él no podía tomar alcohol porque había firmado un contrato con ‘Corcho’ Rodríguez que lo obligaba a portarse bien, digamos. Entonces, antes de la cena me manda a comprar un vino Luigi Bosca. Estábamos sentados al lado, yo me servía el vino y él Coca, y cuando el representante se descuidaba se tomaba mi copa”, asegura con una sonrisa.
Luego de la cena, Pappo le dijo por lo bajo que quería tomar un “buen whisky”.
“Le dije vamos para mi casa entonces. Justo yo había ido en una Honda 1100 cc que tengo todavía, entonces Pappo armó su estrategia: ‘Le digo a éste- por el representante- que voy a probar la moto tuya y vamos para allá”.
“Llegamos acá -por su casa, continuó Mitrojovich-, y me pongo a buscar la bebida, pero resultó que no tenía más whisky, me lo había tomado todo la noche anterior. Llegó Pappo y medio que se enojó, pasó para el fondo y se encuentra con mi vieja en la pieza con los pies en una palangana con agua”.
A continuación, así recuerda “Bachi” el diálogo que tuvo lugar:
- Hola doña -dijo Pappo en penumbras.
- ¿Quién es bachi?-, preguntó sorprendida Ofelia.
- Es Pappo, mamá, quiere whisky pero me lo tomé todo-, contestó Horacio.
- ¿Usted lo puede creer?-, expresó ofuscado Pappo.
- Ya lo solucionamos- respondió la mujer.
Ofelia se levantó, se calzó y caminó varias cuadras hasta un comercio todavía abierto y compró tres botellas de whisky. Volvió y las depositó frente a las narices del “Carpo”.
“Pappo sonrió -relata Mitrojovich- hizo parar la música que estaba sonando, la abrazó a mi vieja y le cantó a capela ‘Mi vieja’ –su reconocido éxito -. Eso no me lo olvido nunca más”, asevera con lágrimas en los ojos.
- ¿Cómo te enteraste de su accidente?
- Me sorprendió. Estaba acá, llegaba a casa y me habla por teléfono un primo de él que me dice: ‘¿te enteraste lo que pasó? Parece que se accidentó, es grave’. No entendía nada. A las 11 de la noche me llama un amigo que trabajaba en el diario La Voz de San Justo, le había llegado el telegrama con la información. A los dos minutos la noticia ya estaba en Crónica. Y la forma que se mató, estúpida, porque andaba siempre en moto y tiene este accidente que no se entiende.
La actualidad de la verdulería y ¿un viaje sin retorno?
Verdulería “El Cholo” -1º de Mayo y Dante Alighieri- tuvo su etapa de bonanza hasta el fatídico 2001. “Con el desastre económico tuve que vender los camiones que tenía, le di la parte que correspondía a los socios y empleados y me quedé con la parte minorista”, recuerda.
En la actualidad cuenta con un socio y cada 15 días, el propio abogado se encarga de hacer los pedidos y hasta de viajar a comprar frutas y verduras. “Es mucho más tranquilo ahora, después de pegarme ese palo en la ruta que me dejó internado. Ahora lo manejo con calma”, sostiene.
Sin embargo, el hombre analiza un posible futuro lejos de la verdulería y hasta de la abogacía. “Me quiero ir del país-confiesa-, me cansé de trabajar. Estoy diagramando todo para, si puedo, irme a vivir a Brasil”.
Y admite: “Acá nunca pagué jubilación, no tengo ni voy a tener nada, así que me da lo mismo estar acá que en otro lado. Prefiero irme a la playa, llevarme mis discos y trabajar en un bar de algún amigo. Pero veremos, por ahora no se puede hacer nada por la economía de este país”.