El ex futbolista René Orlando "El Loco" Houseman murió este jueves a los 64 años, según confirmaron en su entorno.

Perteneció a una “raza”de futbolistas que, al menos en nuestro medio, sólo tuvo dos nítidos ejemplos: el primero fue Orestes Omar Corbatta. El segundo, él. René Orlando Houseman. Se podría extender ese mismo concepto a un tercero, igualmente grandioso en cuánto a su excelencia futbolística, su cuota de “locura”, su aparente displicencia. Su genialidad. Nos referimos a “Mané” Garrincha, brasileño, claro. Fueron aquellos “punteros derechos” que deslumbraron por su habilidad, por sus arranques sorpresivos, por enloquecer a sus defensas y conmover a sus hinchas. Eran los fenómenos desequilibrantes , que abrían defensas inexpugnables, generaban los goles para los delanteros de punta (el “centroforward”) o deslumbraban ellos mismos.

La vida fue dura para Garrincha y Corbatta, en especial cuando el fútbol terminó. También la vida le deparó momentos a Houseman, en su niñez o en su final futbolística, pero -afortunadamente- encontró quienes le protegieran muchas veces. Afectos familiares, amigos o el propio César Luis Menotti, a quien llamó “mi padre”. Houseman pudo superar después de mucho tiempo las huellas que le dejó la bebida. En cambio, un cáncer que le atacó en 2007, a sus 64 años, fue fulminante. A pesar de su lucha, su valentía, su entrega y los mensajes de apoyo que le llegaban de todo el mundo futbolero.

Houseman había nacido en La Banda (Santiago del Estero), pero tenía apenas dos años cuando su padre Walter -albañil- se trajo a toda la familia a Buenos Aires. Entre sus changas y sus problemas, poco podía hacer, vivían en la Villa del Bajo Belgrano. Y ese fue “el lugar en el mundo” para René. El lugar donde disfrutó y padeció, el que siempre sintió como “su” pertenencia, al que siempre volvía, aún cuando -llegado a la primera división del fútbol- disponía de facilidades para un ambiente mejor. Quedó huérfano de su padre, su mamá Elba trató de cuidarlo como podía, prefería los interminables picados en el barrio antes que el colegio. “Vivir ahí fue lo mejor que me pasó, en ningún lado estaba tan tranquilo como en la villa. Yo era un pibe feliz al que no le faltaba nada. Me pasaba el día entero pateando contra el paredón. Muchos critican a la gente de la villa pero, para mí, era un orgullo. Siempre seré villero, y lo digo sin drama”, le contó a El Gráfico. Enseguida, se advirtió que tenía una habilidad y unas condiciones futbolísticas poco comunes. Se fue a probar a Excursionistas y no quedó pero, en cambio, sí lo incorporó el rival del barrio, Defensores de Belgrano, el viejo y querido Defe.

“Fui con tres amigos. El coordinador de las inferiores, Arce Gómez, me vio jugar 15 minutos y me dijo: váyase a duchar. Creí que me rajaba. Pero cuando salí del vestuario, me esperaban con los papeles para que firme”, contó. Debutó con 16 años en la Primera, en un partido contra Dock Sud. Y en 1972 salió campeón de Primera C con Defe. “Me fue a ver Poncini, el ayudante de Menotti en Huracán. Parece que le gusté, porque enseguida me contrataron”, otro recuerdo.

Aquel 1973 queda grabado en la historia de Huracán, su año glorioso. El equipo que Menotti condujo al título, que tenía a Brindisi y Babington como sus figuras (y patrones del mediocampo). Y a un Houseman, en la punta derecha, directamente deslumbrante. Campeón metropolitano, primer y -hasta hoy- único título del Globito en la categoría superior.

Apenas cobró su primer sueldo en Huracán, Houseman lo repartió entre sus amigos de la Villa. “¿Cómo no lo iba a hacer? Si ellos me dieron un plato de comida cuando yo no tenía ni para un vaso de leche”, se justificó.

Osvaldo Ardizzone lo describió en El Gráfico: “Houseman no existe. En realidad es El Loco Corbatta. Es Oreste en el piante, en la picardía, en los inventos, en la habilidad, en la gracia, en la precisión para pegar, en el amague. Es Corbatta, el mismo Loco que ahora decidió vestirse con la casaca de Huracán”. Era la descripción del Houseman en la cancha.

Fuera de allí -conflictivo, rebelde, poco afecto a los entrenamientos- empezaban los problemas. Pero, como había escrito Osvaldo Pepe por aquella época “Houseman se hizo jugador en una villa. Alma de villero al fin, se negó a dejarla cuando era campeón del mundo, figura en Huracán y cuando los doctores en moral le sugerían que los índices del progresos se miden por pertenencias materiales”. Y explicaba: “Nunca le perdonaron a Houseman su fidelidad al destino villero, su compromiso -consciente o inconsciente, espléndido en los dos casos- con los afectos cotidianos y su desapego a la acumulación en una sociedad que castiga y penaliza cualquier esfuerzo desprovisto de sentido productivo”.

“Ese flaquito desgarbado que ustedes vieron hoy va a ser la figura del fútbol argentino” profetizó Menotti, después de que Houseman la rompiera en un clásico contra San Lorenzo. El pronóstico estuvo cerca de cumplirse, pero aquella inconstancia y unos cuántos problemas físicos resintieron su campaña. Pero el Houseman juvenil que brillaba en el Huracán campeón mereció -y recibió- una justa convocatoria a la Selección Nacional.

Para el Mundial 74 de Alemania, un equipo de caótica conducción (tres técnicos, desorganización permanente en el fútbol argentino de esa época), Houseman fue uno de los que escapó a la medianía. En especial, en el 1-1 ante la poderosa Italia, que abrió el camino de la clasificación a segunda ronda. Marcó un golazo en el Neckarstadion, cuando amagó hacia adentro, enganchó para afuera e hizo chocar de frente a dos colosos (Benetti y Fachetti), que quedaron en ridículo.

Cuando Menotti asumió en la Selección y sentó las bases de su organización rumbo al Mundial 78, siempre contó con Houseman. Lo mimó y lo protegió. Fue más paciente con sus recaídas y lo incluyó entre los 22 para la cita máxima, inclusive entró como titular ante Hungría en el 2-1 del debut. Pero no estaba en su mejor nivel, sobre todo en lo físico, y tuvo que relegar protagonismo. Aún así, alcanzó a entrar en varios partidos y a disfrutar la gloria del consagratorio 3-1 ante Holanda, donde jugó la última y trepidante media hora en el Monumental. “Menotti me sacó bien, yo era irregular. Pero teníamos un equipazo”.

Pero el Houseman juvenil, imparable y genial de aquella aparición, no volvería a lucir. Huracán ya tenía sus propias crisis -fue intervenido por los militares a principios de los 80- y Houseman pasó fugazmente por River en 1981. Ni siquiera compartir plantel con estrellas como Fillol, Passarella, Alonso, Merlo, Tarantini o J. J. López le alcanzó para devolverle motivación. “Demostraré que no estoy acabado, este es un desafío” dijo al llegar a préstamo pero 100 mil dólares. Pero a fines de temporada, no hicieron uso de la opción. “Las pocas veces que jugó no lo hizo a la altura de lo que pretendíamos. Faltaba a los entrenamientos y cuando pasa esto, es mejor cortar por lo sano”, sentenció Aragón Cabrera, el mandamás de River.

Estuvo por irse a Australia, finalmente jugó en Sudáfrica y Chile (Colo Colo), para volver al país (tres partidos en Independiente de 1984) y la despedida -finalmente- en el Excursionistas del barrio, que le había rechazado mucho tiempo antes. Después se las rebuscó, pasó momentos más duros, pero salió adelante. Y estuvo como ayudante de Cappa en otro Huracán que acarició el título, hasta la caída con Vélez. Nunca pretendió ser más, nunca perdió su sencillez ni su alegría. Y se definió a sí mismo: “Un simple ser humano que tuvo la suerte de ser jugador de fútbol. Fui un jugador, sólo que tuve la fortuna de llegar a la Selección”.

Ficha personal

Nació el 19 de julio de 1953 en La Banda, Santiago del Estero.

En la Primera División argentina jugó en Huracán (campeón metropolitano 1973), River e Independiente: 109 goles en 281 partidos. Y en Segunda, para Defensores de Belgrano y Excursionistas. En el exterior: Chile (Colo Colo) y Sudáfrica (Amazulu).

Estuvo en la Selección Argentina entre 1973 y 1979.

Un festejo en el Mundial 78 que no fue completo

René Houseman jugó dos Mundiales: Alemania 1974 y Argentina 1978. Paradójicamente, brilló en el primero, donde la Selección tuvo un desempeño irregular, deslucido. Y René no alcanzó su mejor nivel en el 78 pese a lo cual, tuvo la oportunidad de disfrutarlo más: fue la primera vez en la historia que la Argentina se proclamaba campeón del mundo.

Houseman peleaba la titularidad del equipo y, de hecho, así comenzó en el partido inaugural con Hungría (2-1). Pero no jugó bien y desde allí Menotti (“mi padre futbolístico”) decidió utilizarlo como alternativa para la delantera. Ingresó, por ejemplo, en el aquella recordada goleada contra Perú que significó el pase a la final con el 6-1 y marcó el quinto gol. Y también tuvo su media hora final en la apoteosis de la consagración 3-1 ante Holanda, al ingresar en lugar de otro habilidoso, Oscar Ortiz.

“Menotti me sacó bien del equipo titular, yo era muy irregular. Y no anduve bien en esos partidos. Pero teníamos un equipazo y fuimos merecidos campeones”, recordó. Houseman había lamentado aquella actuación con Hungría (“fue uno de los partidos más pobres que jugué en mi vida. No estaba nervioso, quería olvidarme enseguida”). Con el tiempo, admitió que la falta de un mejor estado físico en ese momento fue lo que le jugó en contra.

Fuente: Clarín