Lo tenemos preocupantemente normalizado. Cada vez que hacemos una compra online nos solicitan todo tipo de información personal para completarla. Nombre, apellido, dirección postal, correo electrónico, número de teléfono, número de documento, fecha de nacimiento, contraseña, confirmar contraseña. De acuerdo. Hasta cierto punto lo podemos entender. Necesitan estos datos para enviarnos el producto, y un correo y teléfono de contacto. 

Pero es que no solo se trata de las plataformas de e-commerce. Entramos en una web para leer un artículo, bajamos un poco para llegar al tercer párrafo, y nos aparece un ‘paywall’ que nos impide continuar leyendo. En algunos casos, la web nos solicita una suscripción de pago para continuar la lectura. En otros, un simple registro gratuito bastará. Aceptamos el registro gratuito, qué sé yo, si total es gratis. Y entonces, ¿qué ocurre? Lo mismo. 

Nombre, apellido, dirección postal, correo electrónico, número de teléfono, número de documento… Pará, pará. ¿Qué? Un diario online o una web de curiosidades no necesitan enviarte nada, así que, ¿por qué te solicitan toda esta información? Acá es donde deberíamos darnos cuenta de algo evidente: el enorme volumen del mercado de la información privada en internet, donde cada dato que compartimos se convierte en un activo con el que comerciar. 

¿Por qué las empresas nos solicitan tanta información? 

Pero vayamos por partes. En algunos casos, la información solicitada por las compañías online responde al propósito mismo por el que usamos sus servicios, y, en estos casos, no debería sorprendernos que se nos pida según qué información. Abríamos el artículo con un ejemplo claro de un uso legítimo de nuestros datos. Si comprás algo en Mercado Libre, te lo tienen que enviar, y, para enviártelo, necesitan una dirección. Matemática básica. Hasta acá, todo bien. 

En otros casos, los datos son requeridos por imperativo legal. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en las plataformas de trading o en las casas de apuestas, donde la plataforma debe verificar nuestra identidad para asegurarse de que tenemos la edad legal suficiente para apostar, y, además, debe registrar nuestros datos tributarios para compartirlos con el Ministerio de Hacienda y Finanzas. De nuevo, un uso razonable. 

El problema, decíamos, viene cuando los datos son solicitados por una plataforma donde realmente no hacen falta, algo que está ocurriendo cada vez con más frecuencia en la red. Acá es donde nuestros datos privados son empleados para el lucro de estas y otras compañías, por ejemplo, usándolos con fines publicitarios o, en el peor de los casos, con propósitos mucho más opacos que nos invitan a pensarlo dos veces antes de facilitarlos. 

El mercado de la dark web 

Uno de los motivos por los que Facebook tiene tanto éxito es porque cuenta con muchísima información sobre todos sus usuarios. Quienes se publicitan en Facebook pueden dirigir sus anuncios con enorme precisión a una audiencia muy acotada en función de su edad, su nivel académico, su trabajo, su nacionalidad, sus intereses o la región donde vive. Esa es la clase de base de datos que cualquier agencia de marketing quiere tener.

Recopilar estos datos y venderlos al mejor postor puede ser, entonces, un excelente negocio. Pero no para nosotros, que nos vemos obligados a compartir una y otra vez una gran cantidad de información privada muy sensible. Por eso, cada vez más frecuente optar por estrategias como conectarse a una VPN o usar navegadores robustos –Brave, Firefox, Iridium– para proteger nuestra conexión, además, por supuesto, de no rellenar esos formularios de registro. 

La prudencia a la hora de gestionar nuestros datos online es especialmente recomendable si consideramos los mercados de datos de la dark web, donde se subastan todo tipo de datos privados de millones de usuarios de internet de todo el mundo. Entre esta información se incluyen nombres, direcciones postales, contraseñas, datos bancarios y mucho más. Y todos estos datos fueron facilitados por los propios usuarios en primera instancia. 

Esto no significa que las plataformas online que nos solicitan un registro actúen de mala fe. Algunas puede que lo hagan. Pero, en muchos otros casos, simplemente ocurre que sus medidas de ciberseguridad son demasiado pobres. Si una empresa no es capaz de proteger nuestros datos privados, sencillamente no deberíamos dárselos. Por eso, mantener una buena higiene digital y limitar la información que compartimos son medidas de seguridad esenciales.