Luciano Barrio, devotense, tiene treinta y tantos. Su trabajo consiste en arreglar motos, y no es casualidad. Sentado en un bar de su pueblo, en diálogo con El Periódico, recuerda sus primeros motoencuentros, alrededor del año 2000. Esa costumbre de viajar en dos ruedas, entre amigos, empezó en Frontera. Como muchos adolescentes, armó su primera compañera de viaje de 50 cc como un pasatiempo, y con los años se hizo un estilo de vida. “Frontera quedaba cerca, y entonces fuimos. Ahí arrancamos, y no paramos más”, contó.

El ritual es muy simple: viajar en moto, comer asado, escuchar rock y pasar un buen rato con la gente que comparte la misma pasión. “Luchi”, como lo llaman los que lo conocen, explicó que muchas de las amistades que mantiene desde hace más de diez años nacieron en estos lugares.

El cambio a través del tiempo

A pesar del ambiente de camaradería que los representa, las reuniones de motoqueros más convocantes se fueron tornando, poco a poco, más incontrolables. Según explica Luciano, la intromisión de los municipios en la organización de los eventos hizo que se convirtieran en festivales, que “no tienen más la esencia de los encuentros que se hacían antes”, por lo que muchas personas ajenas se acercan a participar sin tener en cuenta los códigos de conducta que vienen de antaño.

Existe la falsa creencia de que a estos lugares se va a hacer ruido, a hacer destrozos y a correr picadas, y Luciano manifiesta que muchos de los novatos traen consigo ese pensamiento. “Por eso mucha gente dejó de ir, pero por suerte quedan algunos pueblos en donde los encuentros de motos son tal cual a lo que eran antes”, dijo. La diferencia entre las reuniones de otras épocas y las de los últimos años radica principalmente en el respeto por los compañeros.

Volviendo a las raíces

Muchos son los motoencuentros que han desaparecido a causa de los disturbios con los nuevos motociclistas, pero también muchas son las maniobras que ha desplegado la tribu motoquera para volver a sus raíces. Una de ellas es la organización de los motoasados, donde se convoca sólo a los conocidos de las viejas épocas, en un ámbito más privado, pero con la misma impronta de siempre.

Los encuentros generan vínculos que perduran a través del tiempo, y que se rigen por ciertos valores. “Se tienen códigos, hay respeto y compañerismo, y se devuelven las visitas siempre. Si se te rompió la moto, vas en colectivo, pero vas”, bromeó Luciano.

“En los encuentros de motos nunca te va a faltar nada, y si falta es culpa de alguien de afuera. Nosotros nos cuidamos entre todos”, insistió, haciendo hincapié en la lealtad que existe entre pares. “Te olvidás de todos los problemas. Al día siguiente volvés a tu casa alegre, feliz y contento porque la pasaste bien”, expresó.

Las próximas generaciones

No todos los jóvenes irrumpen en estos eventos e ignoran las pautas de convivencia. Algunos llegan con la curiosidad de principiantes y observan el comportamiento de los motoqueros de trayectoria, imitando las conductas de la ceremonia. “Hay pocos, pero van porque realmente disfrutan de viajar en moto, e incluso terminan cambiando sus gustos musicales gracias a los encuentros”, atestiguó el motoquero.

Las chicas también

No quedan dudas de que los asistentes a los motoencuentros son, en su mayoría, hombres. Con el correr de los años, el sexo femenino fue ganando su lugar en el mundo de las dos ruedas. Están las que viajan solas, las que acompañan a su pareja y las que van con amigos. Incluso, existen agrupaciones exclusivamente conformadas por mujeres. “Se las trata como a uno más, con el mismo respeto y compañerismo que al resto”, aseguró Luciano.