Jorge Cravero (59) falleció hace unos meses. La mayoría quizás lo recuerde por su desempeño como docente en la “escuela del trabajo” y trabajador de una firma estatal. Sin embargo fue mucho más que eso. Un obsesivo coleccionista y además un excelente artista.

Su vivienda de barrio Iturraspe parece por fuera una más. Sin embargo, en su interior y en cada recoveco existen piezas únicas, muchas de ellas con una marca histórica local enorme.

El Periódico fue uno de los privilegiados en conocer este sitio de par en par, el cual Jorge Cravero acondicionó de manera prolija y casi con el pulso digno de un cirujano a punto de entrar al quirófano.

El recorrido

Se inicia en el garaje. Ambos laterales fueron ganados por la historia. Allí se ven artículos de electricidad, de oficina, diferentes tipos de balanzas, candados y llaves de todas las formas y colores. También hay planchas, jarros, piedras y un panel con una gran cantidad de patentes que pertenecieron a bicicletas, motos, carros y carruajes de los años 50, 60 y 70.

En el margen derecho se destacan una serie de escudos que los romanos y griegos utilizaban en sus luchas. Fabricados en chapa, Cravero les puso su impronta. El trabajo con chapa y hierro era una de sus pasiones y la creatividad uno de sus fuertes.

Sin embargo, la obra maestra de este hombre está en el techo. Dos faroles de hierro, de 800 kilogramos cada uno, iluminan el garaje. Pero no son simples lámparas. Ambas representan al primer campanario del famoso chalet La Campana, ubicado en la esquina de Garibaldi e Iturraspe.

Según explicó uno de sus familiares, Cravero sacó el prototipo de una foto e hizo dos moldes de telgopor primero. Luego fundió hierro y los creó respetando cada detalle, línea y punto del original. En la parte superior de las farolas hay anexados 2400 rectángulos a modo de escamas que fueron pegados uno por uno por el autor de la magnífica obra.

Pero hay más, cada una lleva pequeños vidrios de distintas figuras que fueron extraídos de mamparas antiguas.

A pocos pasos comienza el patio de luz, pequeño pero de creaciones gigantes. Como el techo de tejas, por ejemplo y otro farol que Cravero diseñó de manera idéntica a uno ubicado sobre calle Echeverría y que pertenece a la Municipalidad.

Living - comedor

En este espacio existe una magnífica colección de relojes antiguos, los más destacados poseen péndulos y están adosados a la pared. También hay mates de todos los colores, cucharas y cucharitas, entre otras cosas.

A escasos metros hay dos columnas y un arco de mármol ónix, material oriundo de la vieja Catedral sanfrancisqueña que fue demolida varios años atrás. Allí armó una especie de estante donde posicionó más objetos de su colección.

Hacia las piezas y la cocina

En la habitación matrimonial y en la de las hijas de la pareja el museo sigue vivo. En la primera hay más relojes y cuadros, en la segunda una gran cantidad de mariposas hechas con chapa. En un corto pasillo que las une y además las conecta con el baño, sobre la pared se observan platos de metal creados por el propio Cravero, similar al trabajo que hizo con los escudos.

En la cocina hay sifones, latas de comida, galletitas y bebidas, botellas varias y molinillos. En el lavadero una tremenda colección de medallas que corresponden a distintas municipalidades cordobesas y al gobierno provincial. Son 500 en total.

Final del tour

El principio del fin comienza en el patio. Hay una pérgola, canteros con material restaurado, campanas, ollas antiguas, poleas y aparejos. También más farolas y magníficas jaulas con pájaros de fantasía en su interior.

En el mismo patio hay una habitación, quizás la más especial para este hombre que dedicó la vida a su hobby. Allí se guardan los candados, ese objeto que lo deslumbró de joven. Logró juntar 3551 unidades diferentes a lo largo de su historia y los ubicó en un catálogo, cada uno con sus referencias. También tiene 2500 llaves. En el lugar además hay tarjetas telefónicas, bonos y billetes.   

El coleccionista

Cravero fue profesor de Dibujo Técnico y Electricidad en el Ipem Nº 50 y trabajó en Epec. A los 18 años comenzó con la idea de coleccionar candados cuando su padre le regaló uno. Recorría chacaritas y demoliciones para buscar materiales a los que luego les daría forma de manera espectacular.

En el año 2007 tuvo un problema en el corazón y por al menos seis meses quedó con una afección neurológica muy fuerte. Luego mejoró y retomó con su hobby. Así le dio vida al museo “Georg Simon Ohm”, en homenaje a un físico alemán descubridor de la ley de la electricidad que lleva su nombre, a quien admiraba. Quienes lo conocieron sostienen que Jorge tenía como objetivo que sus creaciones y colecciones trasciendan.

En julio de este año su corazón volvió a flaquear pero esta vez no hubo vuelta atrás. Hoy queda su legado, ahí, de manera viva, en cada recoveco del interior de su casa.