Emilce Bertaina salió de la florería de calle Colón apuradísima porque no llegaba a la plaza Cívica donde debía coordinar una coreografía. Ese día sucedió la magia, cuando menos lo esperaba claro está encontró a quien sería el amor de su vida y fue tal como en las películas de Hollywood.

Del otro lado de la vereda, también a las apuradas, pero sin recordar hacia donde venía Roberto Porcile, un hombre alto y de ojos profundos y celestes que la chocó de frente. En realidad, ambos se chocaron. Bastó ese segundo en que se miraron y el destino hizo lo suyo flechándolos en los años ’60.

A más de 50 años (56 exactamente) de aquel encontronazo siguen juntos y sentados en el living de su casa contaron cómo mantienen vivo su amor.

Ese día…

Emilce fue toda su vida docente de Educación Física en el Instituto Inmaculada Concepción, pasaron los años y sigue recordando como aquel día lo que pensó. Ella salía de la florería de calle Colón que era de su familia, Roberto estaba apurado yendo a algún lugar que ya no recuerda, pero fue ahí en la esquina con Iturraspe que pasó todo.

“Ese día que conocí al señor, yo hacía las coreografías del cierre de año para todos los colegios y por única vez en ese momento se hizo en la plaza Cívica. Se me había hecho tarde y salí corriendo y en la esquina de Iturraspe y Colón nos chocamos. Los dos íbamos apurados, lo miré y me dije ‘está bueno’”.

Con idas y vueltas se tomaron incluso un tiempo para pensar si querían estar juntos, al final obviamente triunfó el amor.

Un “extranjero”

Metódico y organizado Roberto venía de Buenos Aires, no era un residente muy antiguo en San Francisco cuando la conoció. Trabajó en la reconocida revista El Mundo de la cual también dependían la famosa radio porteña, fue policía federal, pero lo que lo trajo hasta acá fue la cartelería.

“Siempre con mi socio Claudio Rubén Tagini trabajé. Nos diferenciaban muchas cosas, pero hablábamos de lo que nos unía. Empezamos a hacer carteles, era publicidad en vía pública, nosotros empezamos en el gran Buenos Aires y después fuimos al interior, nos dijeron que había una ciudad muy activa y era San Francisco”, relató sobre su desembarco.

Receta

Roberto y Emilce reconocieron que “discutieron como en cualquier matrimonio”, pero siempre con respeto. No hubo gritos, ni improperios y sus tres hijos aprendieron lo mismo.

Como cualquier pareja se concentraron en brindarles lo mejor en educación y lograron enviarlos a todos a la universidad o para que desarrollaran estudios terciarios. Esa es su gran satisfacción: no es el flechazo el que los unió, es la construcción de la vida juntos su verdadero éxito o como dijo Roberto entre risas: “Le di lo más preciado para mí que era mi libertad”.