Carlos Miranda vive hace muchos años fuera de Argentina y el día que se fue supo que no volvería. Desde Clinton, Connecticut (Estados Unidos) escribió una carta que llegó después de la pérdida de un amigo que dejó en San Francisco: Aldo Merlino. 

Durante años estos dos hombres intercambiaron cartas, llamadas, a veces Miranda vino a San Francisco y charlaron en el taller del recientemente fallecido luthier, pero nunca él fue a verlo a su nueva residencia. 

La amistad, empero, se mantuvo intacta y creció hasta un punto impensado con el tiempo, fueron 60 aproximadamente y todo inició como debía ser, con una guitarra de por medio. Siendo un purrete Carlos miraba siempre en un comercio una guitarra que lo traía “loco”, una vez después de un buen tiempo sus papás se la compraron. 

Tenía apenas nueve años, cuando mis padres me obsequiaron mi primera guitarra, la misma quehabía mirado durante meses en un comercio que estaba en la primera cuadra de la AvenidaLibertador Norte”, escribió en su misiva titulada Encordados en Silencio. 

La conexión con Merlino llegó a través de ella, aun la recuerda y conserva. “Era una guitarra rubia construida con pino brasilero, una madera inusual para una guitarra y muy parecida a las guitarras que se usan en España para el flamenco. Esa guitarra, y su inconfundible estuche de color azul, ha sido parte de mi vida desde entonces, y si bien el estuche ya no existe, la guitarra sigue conmigo, inseparable, desde aquel entonces, hace más de sesenta años. En su interior, la frase guitarra de concierto construida a mano por Aldo Merlino”.

Encuentro

Como todo instrumento un día llegó la necesidad de hacerle unos ajustes y así fue que con la inocencia de los niños Carlos fue hasta el taller de don Aldo. Tenía el dinero en su poder, pero antes de entrar al taller se encontró observando a su amigo cuidando los instrumentos que le encargaban. 

“Tenía quizás diez u once años, cuando caminaba hasta la calle Libertad con mi guitarra rubia para pedirle al Sr. Merlino que le cambiara las cuerdas. El olor a laca de la fábrica de guitarras Óptima de aquel entonces me embriagaba mientras lo observaba al lado de una ventana cómo se ocupaba pacientemente de atender a mi instrumento, yo impresionado con una mezcla de admiración e incredulidad”. 

Ahora, mirando en retrospectiva Miranda cree que fue una especie de insolencia pedirle que le cambie las cuerdas cuando el maestro tenía tanto por hacer. No obstante Merlino accedió y el gesto magnánimo no pasó desapercibido. 

“Debo haberme considerado atrevidamente un cliente de importancia, sin duda con magros fondos propios, pero el asunto era que yo le tenía tanto cariño a mi guitarra y tanto respeto a su constructor que hubiera sido imposible para mí permitir que alguien que no fuera él se ocupara de su cuidado”, escribió. 

El maestro, el amigo

Hubo un momento en que el maestro además de ser visto con admiración pasó a ser el amigo que ahora extraña Carlos. Fue en ocasión de un descubrimiento cuando le compró “con unos billetes que encontró” una guitarra rubia a una compañera, “una reluciente guitarra de palisandro de la India y tapa de abeto”. 

“Esa guitarra fue la que me convenció que Don Aldo ni construía ni vendía guitarras sino que las usaba como excusa para regalar su amistad. Comencé a visitar su taller a menudo, a veces sin ninguna necesidad particular excepto la excusa de disfrutar su compañía. Él me permitía tener en mis manos por un rato a las guitarras que estaban esperando a sus futuros dueños”, escribió con suma delicadeza.

Un día Carlos tomó la calle que lleva a Ezeiza, montó un avión y no volvió a residir en Argentina. Fue hace 40 años y en ese tiempo si bien ya no veía con frecuencia a Merlino mantuvo y fortaleció la amistad que los unió. 

La guitarra, esa que le había llevado a arreglar de pequeño, fue con él claramente y aun está allí. “Viajé con una valija, pero con dos guitarras, que viajaron conmigo en la cabina luego de que un ejecutivo de la aerolínea me entregara una autorización por escrito. Las guitarras de Don Aldo nunca podrían haber sido equipaje de nadie. Y si bien ya no se repetirían las visitas al taller de aquellas noches de verano, pude aprender que el concepto de amistad de Don Aldo nunca tuvo nada que ver ni con tiempos ni distancias”. 

Música y dedicatoria

La admiración de Carlos para con Aldo es difícil de describir - estimamos que también lo es para él - quizás por eso cuando empezó a pensar cómo podía homenajear el vínculo no pudo hacerlo más que por medio de la música. 

La guitarra, la música fueron las poderosas armas que usó y así le compuso una zamba que acompaña su misiva, esa que Aldo no llegó a leer. "Pensé en otorgarle un distintivo que lo retratara tal como fue durante nuestras seis décadas de amistad, algo que lo pintara tal como yo lo había percibido a través de los años. Así quedó para siempre retratada en una zamba una amistad que fue ese inmerecido homenaje que tuve la suerte de disfrutar. Aquella insolencia de mi niñez, me había regalado un gran amigo. Descansa en paz, padre de las guitarras”.

Padre de las guitarras
Padre de las guitarras,
hermano de la madera.
Que nos regalas el alma,
de tu esencia guitarrera.
Padre de las guitarras,
artesano de los tiempos.
Cálidas manos de barro,
testamento del silencio.
Padre de las guitarras,
en las vetas de tu ejemplo,
se van juntando cantores
enamorados del viento.
Padre de las guitarras,
defensor del canto nuestro.
Padre de las guitarras,
con vocación de homenaje.
A la tierra que nos ama,
al amigo y al gauchaje.
Padre de las guitarras,
con corazón de lapacho.
Que se reparte entre todos,
como si fuera un abrazo.
Padre de las guitarras,
constructor de los recuerdos
que fui juntando de niño
en el taller de tus sueños.
Padre de las guitarras,
defensor de nuestro pueblo.