Son pocos, poquísimos, los vecinos de María Esther Luna (60) que saben que la mujer es una especie de celebridad menor de su barrio. Que fue entrevistada por distintos medios, que participó de uno de los micros televisivos de Arquitectos Sociales, y que incluso fue reconocida en este programa por otros personajes y ciudadanos en la categoría“nobleza al trabajo”, por la tarea que realiza.

Y es que la mayoría de sus vecinos en barrio Acapulco la ven como esa señora alegre que los recibe diariamente en el dispensario ubicado en la esquina de las calles 5 y la 12. O como la “señorita” de catecismo que ha cuidado y guiado las tardes de centenares de niños en la humilde capilla Nuestra Señora del Rosario. O también la conocen como madre y abuela dedicada, siempre presente pese a las adversidades.

Sea como fuere, María Esther es una de esas personas que ha dedicado su vida, en gran parte de manera anónima, para colaborar con su barrio, sus vecinos y su familia.

La buena onda siempre presente

La mujer comienza a colaborar con los que más lo necesitaban en su barrio allá por el año 1998, cuando existía un comedor comunitario. María Esther era ayudante de cocina y lo fue por varios años. Hasta que en 2004 tuvo un problema de salud que la obligó de dejar el comedor.

Gracias a su labor y a su buena predisposición la tentaron con hacer trabajos administrativos en el dispensario del barrio, lugar donde siempre hay que tener cintura y más que buena onda para recibir a pacientes con diversos problemas.

“Después de tantos años de estar acá la gente ya me conoce. Siempre hay alguno que viene con sus problemas a cuestas pero yo tengo buena onda y entonces les calmo un poquito los nervios hablándole de la familia y tirando algún chistecito”, comenta con una sonrisa.

¿Le gusta el trato con la gente?

En el barrio siempre hubo necesidades y en un tiempo un grupo de jóvenes comenzó a trabajar ayudando a la gente. Con mi esposo nos fuimos acomodando para dar una mano. Se había formado una especie de cooperativa y de ahí quedé, sí me gusta el trato con la gente. Yo charlo con todo el mundo. Y acá (en el dispensario) viene muchísima gente desde bien tempranito, no sólo de este barrio sino también de otros. Así que muchas veces hay que tener paciencia y saber cómo tratar a la gente hasta que la atiendan.

¿Y cómo comienza a dar catequesis?

En una época también venían las monjas al barrio a darle la comida a los nonos. Empecé como misionera a llevar la virgen y después me tentaron para dar catequesis. Desde entonces no paré más, no salí más de la iglesia. Y este año me nombraron ministro de la eucaristía, así voy subiendo de categoría (dice entre risas). Además estamos trabajando en la capilla nueva porque la nuestra es chiquitita. Ya le hemos levantado las paredes y el techo de la nueva, le falta el piso, las aberturas y el terminado, pero igual así y todo ya hicimos dos misas.

¿Es difícil hablar de Dios ante la realidad del barrio?

Ufff… Es difícil darles catequismo a los chicos de hoy en día. Muchos asisten por tradición, pero lo bueno es que vienen, no faltan. Este año tengo ocho chicos conmigo, la mayoría de entre 9 y 10 años. Me río con ellos, los dejo jugar un ratito en la plaza y después les hablo mucho de la palabra. Los hago leer mucho, por suerte es un grupo al que le gusta leer. Lo que sí son un poco duros para asistir a misa (comenta con una sonrisa).

¿Siempre fue una persona creyente?

Mi fe siempre estuvo. Flaqueó un poquito cuando enfermó mi hija, pasamos momentos duros. Hace dos años que tengo a una de mis hijas que padece una enfermedad y tiene un largo tratamiento en Santa Fe. Entonces me hago cargo de sus niños cuando lo necesita. Pero siempre le agradezco a Dios por la familia que tengo. Somos muy unidos y por suerte estamos todos para salir adelante.

¿Le molesta o le da bronca que a barrio Acapulco lo vean como un sector inseguro, problemático?

Antes me molestaba, pero después empecé a darme cuenta que es porque no conocen el barrio, por eso a veces se habla mal, es cierto. Como en todos lados hay juntas malas, pero la gente grande es toda trabajadora.

¿Siente que discriminan este sector?

A veces sí, pero como te digo acá la mayoría se trata de gente trabajadora que vivimos el día a día. Como podemos, humildemente, pero lo queremos al barrio. Prácticamente lo vi nacer, desde que todo esto era un descampado, entonces cómo no quererlo y ayudar ante cada oportunidad.

¿Se esperaba ser entrevistada y hasta premiada por su trabajo?

Te digo la verdad, siento vergüenza hasta ahora. Que me hayan elegida como arquitecta social me sorprendió un montón. Cuando dijeron mi nombre en la gala no lo podía creer, ‘¿soy yo?’, le pregunté a un hombre.

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La familia, su fuerte sustento

María Esther tiene seis hijos (cuatro mujeres y dos varones-ambos adoptados-), catorce nietos y tres bisnietos. Y todos ellos son un fuerte sustento para hacer frente a la vida diariamente.

“En mi familia todos estaban re contentos, me decían que lo iba a ganar. Estoy terminando el año muy sorprendida y con mucha alegría, porque a pesar de todo siempre le di para adelante. Y haber sido reconocida por lo que uno hace me ayuda a estar más fuerte día a día”, cuenta.