29 de julio de 1973, las tapas de los diferentes diarios seguían hablando del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina luego de un interminable exilio. Las noticias informaban también sobre la lucha obrera contra la clase oligárquica nacional, la bipolarización mundial entre capitalistas y comunistas. Pero sobre todas las cosas, el arribo del general alimentaba otra vez los aires de justicia y provocaba que las banderas del sindicalismo flameen con más fuerza después de casi 20 años de proscripción peronista.

El amanecer abre las puertas de las diferentes fábricas de la ciudad que reciben el arribo de sus obreros. San Francisco no escapaba a lo que era por ese entonces el contexto nacional. Una sociedad muy politizada y una ciudad administrada por Mariano Juan Planells, del partido Peronista.

“Era un pueblo obrero, industrial, no sé si tan floreciente. Desde el punto de vista histórico hay más de mito que de realidad de ese San Francisco tan próspero, tan industrial como se consideraba. Existían muchas fábricas y obreros, pero se asemejaban más a lo que hoy llamaríamos pymes o microemprendimientos. De todas maneras Tampieri tenía una envergadura de gran empresa”, explica Jacqueline Gómez, profesora de Historia e investigadora del hecho.

La firma Tampieri tiene sus comienzos a fines del siglo XIX y principios del XX. La imagen de esta familia se debate hasta el día de hoy entre la teoría del ángel o el demonio. Así lo deja entrever la entrevistada: “Hasta el momento están los que odian a Tampieri y los que los aman. Están los que te hablan cosas terribles como que Ricardo Tampieri les pegaba a los obreros o aquellos que le agradecen haber podido construir su casa y que nunca aceptaron los reclamos, la huelga ni las características que tomó esta”.

Lo cierto es que Tampieri adeudaba a sus empleados cuatro quincenas de trabajo, aguinaldos y aportes a la caja de jubilaciones. Cuestiones que se convirtieron en las principales causas de una huelga que en un principio se presentaba como pacífica.

El reclamo

Los obreros de la fábrica fideera Tampieri habían organizado una huelga para el día 30 con el objetivo de reclamar el cobro de lo adeudado. La fábrica se encontraba tomada mediante asambleas desde hacía una semana. Sus trabajadores habían programado turnos organizados de ocho horas rotativas y el día 29 se decide el paro activo.

Si bien se esperaba una jornada con total normalidad, el dato curioso viene de la mano de una solicitada firmada por el Centro Comercial de la Propiedad y publicada en el diario local “La Voz de San Justo”. En ella se pedía a la policía que garantice la paz social en ese día anterior a la huelga, lo que vislumbraba que esta no iba a ser pacífica como se esperaba.

Gómez manifiesta sentirse sorprendida con la solicitada: “Había un rumor de que las cosas no iban a ser como se pensaban y allí surge la teoría de que ese día hubo infiltrados”, comenta, a lo que agrega: “Estos habrían formado parte de organizaciones de izquierda y tenían como objetivo que la huelga se convirtiera en un punto importante; gente que estuvo allí comentó que observó individuos que no conocían y que portaban banderas del Partido Comunista”. 

Varios gremios acompañaron la protesta además de los fideeros, apoyaron también los molineros, transportistas y el comercio.

Los hechos

La huelga comienza a las 10 de la mañana con una concentración en frente de la CGT para luego movilizarse hacia la fábrica donde los oradores, Gustavo Gallardo y  Oscar Liwacki (Sec. General de la CGT y de Empleados de Comercio) dirigirían su discurso a los obreros.

La calle 9 de julio se puebla de trabajadores que en caravana se dirigen a un mismo punto. Testigos del acontecimiento, sostienen que desde calle Irigoyen hasta Pellegrini estaba repleto de gente. Los manifestantes, estimados en unos mil, marcharon hasta la fábrica que estaba tomada por el personal, pasando frente a las dos propiedades de miembros de la familia Tampieri y luego del Palacio Municipal (a su vez antigua morada de don Ricardo Tampieri, fundador de la empresa).

Una vez concentrados en la calle, desde los balcones de la planta fabril que tenía tres pisos, distintos dirigentes gremiales hablaron ante la concurrencia para explicar el conflicto y cargar culpas a la patronal. Arturo Bienedell, presidente del Archivo Gráfico y Museo Histórico (AGM) y testigo del hecho, explica que entre los discursos más fuertes estuvo el de Liwacki, quien figura entre los desaparecidos del régimen que imperó desde 1976, tras su secuestro ese año.

“Tras los discursos instaron a volver a la sede cegetista. Al acceder a esto, los manifestantes volvieron a pasar frente a los chalés de los hermanos Tampieri (nietos del fundador) los que fueron fieramente agredidos. En uno de ellos, activistas ingresaron a la casa -mientras sus ocupantes se ponían a salvo pasando a casas de vecinos- y sacaron a la calle un automóvil que volcaron e incendiaron, causando daños en la propiedad”, cuenta Bienedell, agregando que “seguidamente gran parte de los manifestantes marchó resueltamente hacia la casa y estudio del Dr. Joaquín Gregorio Martínez, director del diario La Voz de San Justo y quien había sido en otra época abogado de Tampieri. Una vez allí, ingresaron a la propiedad donde provocaron desmanes cuantiosos, sacando a la calle mobiliario, máquinas y obras de arte, destrozándolas contra el empedrado”.

Los hechos promueven la participación y posterior represión policial ordenada por el gobierno provincial. La guardia de infantería de Córdoba comienza a tirar gases lacrimógenos y reprime con balas de fuego. El caos se hace sentir con las corridas de los obreros por las calles de la ciudad.

La represión deja como saldo un muerto, Oscar Molina, de 16 años y varios heridos. Según dicen, el joven fallecido habría participado como mero espectador de los hechos, por lo que no pertenecía a la fábrica. Esta situación agudiza aun más el accionar de los manifestantes que se dirigen hacia el centro de la ciudad, rompen vidrieras y saquean la armería Curtino.

“A la muerte de Molina la intentan usar políticamente, todo muerto en toda protesta se convierte en un mártir político y se termina utilizando como bandera y símbolo de la represión”, sostiene la historiadora, añadiendo: “En el momento del velorio intentan colocarse algunas banderas de la Unión de Estudiantes Secundarios, Montoneros; se armó toda una movida. Al respecto, los padres deciden sepultarlo al amanecer en el cementerio de Plaza San Francisco porque ellos se negaban a que se le diera ese tinte político a la muerte, ya que el chico sólo estaba como espectador”. 

El caos sucedido con la represión policial, la muerte de Molina, los saqueos y las corridas generan la inmediata venida de Atilio López a la ciudad, vicegobernador de la provincia. El gobernador, Ricardo Obregón Cano no se hace presente debido a que se encontraba en Buenos Aires para reunirse con Perón. Luego de varias idas y vueltas el funcionario entabla diálogo con Gallardo y Liwacki. Los manifestantes buscan una salida al conflicto y encaran al funcionario por la cruenta represión.

Sobre el feroz accionar policial Gómez explica: “Hay que tener en cuenta que la policía de Córdoba con el tiempo y a través del “Navarrazo” derroca a Obregón Cano; era una policía que no comulgaba con el gobierno provincial. Es el único caso mundial de que un policía deponga a un gobernador. Por su parte, el policía que dispara y mata a Molina desaparece inmediatamente a la tarde de nuestra ciudad, nunca salió a la luz quien lo mató y nunca el hecho fue resuelto en la justicia”.

Tampierazo del 73: la lucha obrera en medio de un conflicto salarial y la revuelta social

Negocian

El día 30 se cierra con la liberación de los presos ordenada por López y con una reunión entre una comisión de la asamblea y el vicegobernador para resolver el pago atrasado de los obreros y acordar una futura reunión en la ciudad de Córdoba con el fin de regularizar la situación. La CGT decide que el paro se prolongue 24 horas más sin manifestación alguna. La idea era dejar pasar un tiempo para que los trabajadores retomen sus actividades diarias. 

De las reuniones no participa ningún miembro del gobierno municipal. ¿A qué se debe? Preguntó este medio a Jacqueline Gómez: “Es lo que no logro evidenciar -contesta la historiadora- es una figura nula. No se lo ve nunca, no aparece en el momento de los acontecimientos, tampoco cuando llega el gobierno de la provincia, menos en las negociaciones. Cuando empiezo a investigar me encuentro con algunos sindicalistas que me dicen que no tiene porque aparecer porque el conflicto era entre el sindicato y la patronal. Pero están aquellos que me dicen que no aparece porque el gobierno municipal respondía a la línea de Vercobic Rodríguez y de la Patria Metalúrgica y Atilio López y Obregón Cano pertenecían al otro Peronismo, el no verticalista”. ¿Pase de factura?

Resultado

“A corto plazo la huelga es exitosa. El gobierno llega a una mesa de conciliación, los obreros a los 15 días cobran lo que se le adeudaba. Pero a largo plazo la fábrica quiebra, termina desmembrada y cierra. Concluye como tantas fábricas después de los ´70, con la gente en la calle”, manifiesta Gómez.

Declaraciones efectuadas por el mismo Tampieri en el libro “Historia de un inmigrante bolognés”, éste aduce la situación de crisis y trata de sacarse el lazo de una mala gestión explicando que el conflicto sobrevino de una gran sequía del momento y la falta de apoyo de créditos. Sobre esto Gómez expresa: “En realidad en ese momento hay otras personas, mismos obreros que trabajaron en esa época, que hablan de una mala gestión y administración por parte de Tampieri y uno de sus hijos”.

Quien pide la quiebra de la fábrica el día 30 de mayo de 1975 es el gobierno provincial, importante acreedor de la firma que había adelantado el dinero para que se abonen los sueldos. La fideera se vende en una subasta pública en marzo de 1977 y la adquiere un industrial de la localidad santafecina de Rafaela. 

“La empresa no consiguió recuperarse y en 1974 cerró definitivamente. A partir de allí tuvo nuevos propietarios que se fueron sucediendo hasta llegar a uno definitivo, pero nunca volvió a ser el emporio industrial que fue desde comienzo del siglo XX hasta los años 60”, sostiene Bienedell.

Hoy, a 48 años del conflicto, el edificio permanece inactivo.

Nota ya publicada en El Periódico. Fotos: Archivo Gráfico y Museo Histórico de la ciudad