Rosana Romero, una enfermera solidaria: “La ayuda del prójimo es como mi terapia”
Lleva más de 20 años en la Clínica Enrique J. Carrá y es conocida por sus campañas de ayuda para colaborar con comunidades originarias de Tartagal, Salta. Su familia, compañeras y profesionales médicos la acompañan en esa vocación solidaria.
“Si tuviera la posibilidad de volver a nacer, volvería a ser enfermera, a trabajar por la solidaridad, porque las dos son cosas que te retribuyen energías para seguir hacia adelante, no en el sentido económico, es una retribución que llena el alma”, dice con una sonrisa Rosana Romero (54), de profesión enfermera, y que desde hace un tiempo es reconocida por su labor solidaria con las comunidades originarias de Tartagal, Salta.
Nacida en Devoto, Rosana estudió y se radicó en San Francisco, donde formó su familia. Lleva 20 años desempeñándose como profesional en la Clínica de Especialidades “Dr. Enrique J. Carra” -también conocida como la Cruz Azul-, aunque tiene más de 25 trabajando al cuidado de los demás.
Por su madre Ester siguió el camino de la enfermería y por su padre Oscar el de la solidaridad. El hombre fue vendedor de leña y viajaba al norte de Córdoba a buscar la madera, donde siempre llevaba donaciones para los niños que vivían en los grandes montes.
“Mi madre es enfermera, aunque en un primer momento me dije que no iba a seguir sus pasos porque es una profesión dura y por ahí no muy bien remunerada. Me incliné por ser docente pero después elegí la enfermería por el amor al prójimo, ponerme en el lugar del otro”, asegura Rosana.
Así fue que inició su carrera en el Instituto Superior Fasta Inmaculada Concepción, inició sus primeros pasos en una clínica privada de Devoto y después inició sus tareas en la Clínica Carrá. “Trabajé en la guardia, en el internado, 10 años en el quirófano central, después me formé como enfermera endoscópica y también como instrumentista y asistente de los oculistas”, describe.
“Siempre digo -acota Rosana-, que la enfermería te marca con dos grandes actos como son el nacimiento y la muerte. Y a nosotras nos toca estar en esos dos eventos de la vida”.
- Recibía a los bebés, pero también le tocaba atender a pacientes en sus últimos minutos, ¿es difícil separarse de esas historias cuando sale del trabajo?
-Sí, generalmente le digo a mis compañeras que cuando una se va, pisa la vereda y hay que dejar lo de acá adentro. A mí me cuesta muchísimo, me llevo la alegría, pero también me llevo el dolor, no los puedo separar. Es algo más fuerte que yo. Por ejemplo, hace unos años una señora de un pueblo cercano con una enfermedad terminal vino con sus dos niños porque no tenía dónde dejarlos y los llevé a mi casa, para cuidarlos. A veces me llevo más del dolor de los demás.
- ¿Y qué le dicen al respecto sus seres queridos?
-A veces me dicen que tengo que vivir un poco para mí, pero a mí me hace bien trabajar para el otro. Capaz que me llevo el dolor y lo descargo acomodando o enviando donaciones. Descargo ese dolor en la solidaridad, la ayuda del prójimo me ayuda muchísimo, es como si fuese mi terapia.
Sobre la familia y el costado solidario
Rosana está en pareja con Jorge Sánchez desde hace 20 años y tiene tres hijos: Luciano (28), Bruno (16) y Mateo (12). Su madre Ester vive con ella y también es fiel colaboradora a la hora de las colectas solidarias.
Fue gracias a su pareja que Rosana descubrió Tartagal, de donde es nacido Jorge, y en cierta ocasión en que la familia viajó a conocer esa humilde localidad salteña se encontró con una realidad desgarradora: la forma de vida de las comunidades originarias.
“Me causó mucha angustia ver niños y gente muy mayor tan desprotegida, sin calzado, sucios, sin posibilidades. Eso me llegó al alma. Sé que en San Francisco y Frontera hay gente que tiene necesidades, pero no como ellos con esas necesidades tan extremas”, sostiene Rosana. Y agrega: “En nuestra ciudad tenemos instituciones y organizaciones que trabajan muy bien cuando la gente los necesita, allá no tienen nada, parecen olvidados, dejados de lado”.
Tras ese viaje, la mujer se propuso hacer algo por aquellas “personas olvidadas” e “invisibles”. Se unió a la fundación Nietos de Tartagal y desde hace siete años colabora ininterrumpidamente realizando colectas y enviando ayuda.
Desde aquel descubrimiento, Rosana y familia, cada vez que su propia economía se los permite, organizan vacaciones solidarias hacia Tartagal. “Con nuestros hijos vamos a las distintas comunidades originarias que fuimos conociendo y compartimos con ellos. Les hacemos la merienda, llevamos medicamentos, ropa, elementos de higiene, camas, sillas de rueda y todo lo que podemos recolectar”, cuenta la mujer.
Y destaca: “Mi familia también cumple un rol fundamental en esta cruzada solidaria, mi marido siempre me apoyó, mis hijos también y siento que ellos ya incorporaron el amor al otro, la solidaridad y eso me llena de orgullo”.
Más ayuda y proyectos
A fines de este mes, un nuevo cargamento solidario partirá hacia Tartagal gracias al Sindicato de Camioneros de San Francisco, destacó Rosana. Sin embargo, por distintas cuestiones la familia no podrá viajar para estar presente en la entrega de las donaciones.
Sin embargo, junto con la Fundación Nietos de Tartagal trabajan para construir una biblioteca para los niños: “Allá no hay teléfono, no hay wifi, no hay televisión. Tratamos de crear esta biblioteca para lo cual ya he recibido bastantes donaciones de libros. La idea es hacer una piecita donde podamos ubicar los libros y que estén protegidos”, precisa.
Como en cada donación, también llevarán desde San Francisco ropa de abrigo, calzado, alimentos, colchones, frazadas, medicamentos, entre tantas cosas.
La ayuda llega de todos lados
En las campañas de Rosana colaboran una gran cantidad de vecinos, muchos de su barrio, otros que la escuchan o ven en los medios de comunicación de la ciudad pero también de su propio trabajo, de compañeras y profesionales de la salud que generosamente acompañan y ayudan de distintas formas a la “Negra”, tal como la llaman.
“Mis compañeras y compañeros me conocen, saben cómo soy, me ayudan si tienen algo, pero también de personas que llegan a la Clínica con alguna necesidad. Los doctores también lo hacen y les estoy muy agradecida”, resalta.
- ¿Cómo te imaginás de acá a unos años?
- La enfermería tiene mucho desgaste tanto físico como psicológico, todavía me quedan varios años de tarea si Dios quiere, pero sé que como jubilada voy a tener que seguir trabajando. Nosotros alquilamos la casa donde vivimos y la jubilación de la enfermera es muy poca, así que la mayoría tenemos que seguir trabajando.
-Es como que todavía, pese a todo lo que pasó, la enfermería sigue sin estar bien valorada…
- Como enfermeras siempre estamos perfeccionándonos, haciendo cursos. Viajo a Mendoza todos los años a capacitarme en la asistencia endoscópica, pero lamentablemente como que los gobiernos nos tienen un poco olvidados y a todo esto se suma que el país está mal económicamente y la clase trabajadora es la que más lo está sufriendo. De todos modos, veo que hay chicas y chicos que siguen la carrera de enfermería, algunos por una salida laboral rápida, pero también hay otros que llevan la profesión con mucha responsabilidad y eso es valorable.