"Señor, ¿cómo le va? Se lo ve espectacular, con fe y esperanza, lo veo un hombre con optimismo. Si me permite y con todo respeto, me gustaría mostrarle, sin compromiso, las cositas que estoy vendiendo”.

Es una de las tantas introducciones que utiliza Daniel “Grillo” Martínez para romper el hielo, combinando respeto, calidez y una gran sonrisa para generar un vínculo con los clientes, a los que aborda en distintos comercios y lugares de San Francisco.

A sus 61 años, camina con su maletín de bijouterie por las calles y es un personaje colorido de la ciudad. Se volvió viral en los últimos días luego de que unas clientas publicaran su foto en Facebook y destacaran su simpatía y su buen trato para la venta.

El Periódico lo contactó para conocer su historia de dedicación a la venta callejera y que también encierra un capítulo de amor por un sanfrancisqueña que lo conquistó e hizo que se radicara en la ciudad.

Vendiendo desde pequeño

Nacido y criado en Merlo, provincia Buenos Aires, “Grillo” como mucha gente lo conoce, comenzó en el rubro de las ventas callejeras a una edad muy temprana. “A los 9 años salía a vender pan casero. Éramos muchos, había necesidad en casa y me mandaron a vender. Iba por el barrio, casa por casa, tocábamos timbre y ofrecíamos la mercadería” recuerda, y subraya que esa labor larealizaba porque en su hogar eran 14 hermanos

Desde entonces, ha vendido de todo: “Me dediqué a esto. Vendía en los colectivos lapiceras Sylvapen. También en el tren, desde golosinas hasta mercadería de bolso-como se les dice a ciertos electrodomésticos-. He vendido cursos estudiantiles, hasta trabajé para una funeraria ofreciendo seguros a la gente. He trabajado en muchas cosas, pero siempre en ventas”, cuenta.

Llegó de Buenos Aires, se enamoró de una sanfrancisqueña y vende con optimismo por las calles

Más que vendedor ambulante, “Grillo” se considera un trabajador de la calle: “Cumplo un horario comercial como cualquier otro trabajador. Trabajo con la gente de los comercios, de cafés y restaurantes”, explica.

Su rubro de vendedor de la calle lo ha llevado a recorrer el país, caminó provincias como Santa Fe, Entre Ríos, Chaco, La Rioja, Catamarca, Misiones, Formosa, Chubut y Santa Cruz, enumera y asegura que en cada provincia los compradores tienen se comportan de distintas maneras ante el vendedor de la calle. “Son distintos tipos de clientes, distintas culturas e idiosincrasias”, dice. Y luego revela: “La calle te va enseñando cómo tratar al cliente y cómo se manejan en cada provincia. Vender no es difícil, siempre y cuando uno se disponga a aprender cómo tratar al cliente”.

El hombre del maletín

Con su maletín negro y una amplia sonrisa, Grillo va recorriendo los comercios de la ciudad. Ya hace 30 años que se vinculó al mundo de la bijouterie: “Había mercadería que era muy pesada, como vasos o herramientas. Y un día vi a un chico que llevaba un maletín pequeño con alhajas y joyas, pensé por qué yo no. Averigüé, pude comprar cadenas, anillos, aros, dijes y empezamos. Vendo todo material de acero quirúrgico y plata, es una mercadería noble”, destaca.

El hombre subraya en más de una oportunidad que vender es más que una transacción, es la oportunidad de vincularse con otro: “Aprendí que hay que pensar siempre en el otro, en el prójimo, cómo me gustaría que a mí me traten y de qué forma. El país está depresivo, hay mala onda, entonces hay que alentar a la persona, tratarla bien, sacarle una sonrisa y después enseñar la mercadería. Aunque no compre, no importa, si yo le saqué una sonrisa a alguien eso ya es importante. No comprará hoy, comprará mañana o pasado. Esta es una ciudad chica y si uno demostró simpatía la gente lo va a agradecer”, manifiesta.

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“Vendedor comprado”

La vida de Daniel Martínez dio un giro hace ocho años, cuando conoció a Norma Beatriz Guelfi, una sanfrancisqueña que, según el hombre, “atrapó” su corazón, comenta entre risas. “Nos conocimos por Facebook, empezamos a hablar varios meses, hasta que un día decidimos conocernos en persona y me vine para acá,” recuerda.

Para Daniel, Norma no solo fue el motivo por el que se instaló definitivamente en San Francisco, en ahora su barrio Roque Sáenz Peña, sino también una de las mejores cosas que le ha pasado en la vida. “Una gran persona. Si en la vida me pasaron cosas buenas, ella es una de las mejores”, sostiene.

Por último “Grillo”, reflexiona sobre su trabajo y su habilidad para ganarse la vida en la calle: “Creo que con el don de la palabra hemos llegado a poder vivir y ahora hago lo que amo. Cuando era niño lo detestaba, claro. Yo quería jugar a los 9 años, pero con el tiempo aprendí y hoy me siento feliz de poder trabajar en la calle,” concluye.

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