A las 17.30 del miércoles ya todo está dispuesto en el merendero La Amistad de Calle 100 al 950 en Frontera. Dos voluntarios aguardan, papel con listado en mano y lapicera, la llegada de chicos y adultos que a partir de las 18, o antes, comenzarán a llegar con sus táperes a buscar su ración de comida.

Uno de los primeros en asomar es un niño que no supera los 7 años. Lleva un barbijo estilo militar y tres recipientes de plástico dentro de una bolsa. A medida que avanza por el largo jardín que tiene La Amistad no deja de saludar a quienes se cruza, su simpatía es notoria pese a su sonrisa oculta. Hasta antes de la pandemia asistía frecuentemente al merendero ahora reconvertido, desde el decreto de aislamiento social, preventivo y obligatorio, en comedor comunitario.

El pequeño espera frente a una mesita cercana a la cocina las raciones de comida. Esta vez se llevará del lugar fideos con salsa, albóndigas y mandarinas. Toma la bolsa con fuerza pese a su peso y retorna por el mismo camino topándose con una niña un poco más grande, que llega con el mismo objetivo.

El sistema de entrega está aceitado. Luego de que la policía advirtiera en una oportunidad a los responsables por el amontonamiento de gente generado, en la puerta dos voluntarios, previo a tomar los nombres y direcciones, van dejando pasar de a dos personas. Los de afuera aguardan respetando el metro y medio de distancia. Todos los que ingresan deben hacerlo con barbijos, en caso de no tener, en la puerta les entregan uno ya que al merendero llegaron decenas de tapabocas donados por las costureras de la Red Solidaria San Francisco.

Crecimiento “exponencial”

La cuarentena tuvo su efecto inmediato en los barrios más marginados y obligó a los voluntarios no solo a reforzar la ayuda alimentaria, sino a ingeniárselas para pensar en el día después de la asistencia. Es por ello que en Frontera, las distintas organizaciones sociales se prestan ayuda unas con otras tratando de hacer frente a una situación que asusta más que el propio coronavirus: no tener un plato de comida.

Gonzalo Giuliano Albo, voluntario en La Amistad, y también integrante de Red Solidaria, grafica la situación de la siguiente manera: “El panorama de asistencia está reconfigurado por la pandemia, la mayoría de los merenderos han cerrado, abren de forma esporádica algunas ollas populares que se hacen una vez por semana, entonces tratamos de coordinar con otros espacios, no abrir al mismo tiempo para garantizar una comida caliente durante la semana”.

La otra cara del coronavirus: el hambre y el esfuerzo de los voluntarios por contenerlo

El también docente revela que cuando se decretó la cuarentena comenzaron con 45 raciones que estaban destinadas a los niños y familiares de los alumnos del merendero. Pero aclaró que se fueron sumando en forma exponencial. “Hoy - por el miércoles- tenemos para dar 200 raciones y es la solidaridad de la gente lo que está bancando esto, las donaciones particulares, otros que nos depositan algún peso, un Tutti Frutti solidario que también nos ayudó muchísimo y con el que pudimos juntar 10 mil pesos”, comenta.

-¿Los asusta, los inquieta o qué les genera esta crisis en medio de la pandemia?

-Estoy con gente que en la crisis se agranda, entonces eso me da mucha confianza. El problema es saber qué vamos a hacer mañana y pasado y cuando la cuarentena termine y todo el mundo crea que se volvió a la normalidad. Porque los merenderos van a tener que seguir funcionando y sabemos que va a ser un tiempo largo para que la situación se normalice. El hecho de no tener reservas nos hace mirar con incertidumbre el mañana, viendo cómo aumenta la cantidad de raciones que tenemos que hacer cada día.

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Gonzalo Giuliano, voluntario de La Amistad 

En la cocina todos los cuidados

María Terraf es la encargada del comedor denominado Emanuel que se fusionó con el merendero en estos tiempos de crisis. Con ella hay otras tres mujeres, pero solo dos son las trabajan en la cocina. Las demás tienen la tarea de ir entregando las raciones. Todas tienen sus barbijos, cofias y guantes: “Acá tenemos todos los cuidados que nos indican, tratamos siempre de ir limpiando y manejarnos respetando distancias porque el espacio es reducido”, cuenta la cocinera.

Desde que empezó la cuarentena, las ollas se han ido duplicando en el Merendero La Amistad: “Hay mucha más gente, antes solamente los chicos se llevaban la vianda, ahora se agregaron la madre y el padre”, refiere María.

Y la realidad a veces supera a la voluntad: “Entregamos hasta donde llegamos. Gente de otros merenderos que justamente no tienen cena estos días vienen a buscar acá, entonces el hambre se hace sentir un poco más”, comenta. “A veces -agrega- viene gente que no conocemos a pedir y acá no podemos negar una ración de comida, de ninguna manera”.

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Barbijo reforzado

Lidia es una vecina de barrio San Javier, sector ubicado a pocas cuadras del lugar, que llegó en una bicicleta a buscar la vianda para su hijo, sus tres nietos y un sobrinito. “Su papá no puede trabajar así que ando de acá para allá para que no les falte nada”, cuenta.

Como no llevaba barbijo, en el comedor le regalaron uno y a tono a de broma le dijeron: “Tomá este que es a prueba de balas, no lo traspasa nada”. Lidia rió y acotó: “Viene bien porque por allá los tiros se escuchan seguido”.

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