En el día en que se conmemora a San Francisco de Asís, santo patrono de nuestra ciudad, Juan Carlos Ravera escribió para El Periódico una columna en que homenajea a esta santo considerado uno de los mayores reformadores de la Iglesia.

Transcribimos el texto a continuación.

"Lo llamaban el poeta de la alegría, el rey de las fiestas. El muchacho era ardiente, simpático, locuaz. Su padre, Pedro Bernardone, rico mercader de Asís, también asistía a las fiestas. Francisco tenía veinte años cuando, en 1201, tomó parte en la lucha entre la ciudad de Perusa y Asís. En la refriega cayó prisionero. Durante ese año que se le privó de la libertad, meditó, escribió; una voz interior le habló de otra grandeza. Poco después de su regreso al suelo patrio se entregó a obras de caridad, con lo que provocó el enojo de su padre.

Como persistiera en su nueva forma de vida, su padre lo desheredó en presencia del obispo. Entonces Francisco le devolvió los vestidos para poder llamar sólo a Dios, con toda verdad, su Padre.

Con doce compañeros fundó la orden de los hermanos menores, aprobada por el papa Inocencio III en 1209, que es el año del nacimiento de la orden franciscana, a la que siguió otra semejante para mujeres, bajo la dirección de santa Clara; y finalmente una tercera para seglares, que se extendieron en breve tiempo por todos los países de Europa, impulsados por una sola ambición: la conquista de las almas.

En 1223, en el paraje rocoso del monte Alvernia, donde Francisco solía ir a meditar, se despidió de Asís. Sus ojos, casi ciegos, no le dejaron vislumbrar el sol. Un cirujano se aprestó a curarlo, quemándole las sienes. Francisco, sin quejarse, dijo al fuego: "Muéstrate benigno en esta hora: ya te he amado en el Señor".

La cura fue infructuosa. Ese verano de 1226, el fraile quiso reposar en San Damián. Clara le mandó construir en el huerto una cabaña de cañas. Por lecho no quiso otra cosa que paja. Dos años antes había recibido en su cuerpo las cinco llagas de Jesús, convirtiéndose de este modo en un Cristo viviente. Por eso se lo llamó el Cristo de la edad media. El 3 de octubre, moribundo, pidió que sus hermanos en religión entonasen el Himno a la Hermana muerte. Él recitó los últimos versos: "¡Dichoso el fuerte / que consigue morir henchido de paz!"

San Francisco es, entre los santos de la Iglesia, una figura excepcional y uno de los mayores reformadores eclesiásticos. Ha ejercido una influencia muy profunda en la edad media y en los tiempos posteriores hasta nuestros días. La pobreza es la nota que más resalta, tanto en él como en sus frailes, e internamente late en ellos un incondicionado amor a Cristo, que los lleva a tratar de identificarse lo más posible con el Redentor.

"¡El Amor no es amado!", repetía. Todo él es una inmensa capacidad de amar. Siete siglos han transcurrido y su voz la oímos a través del Cántico de las criaturas: "Loado seas, Señor, por todas las criaturas. / Loado seas, Señor, por la hermana luna y por las estrellas, / Loado seas, Señor, por nuestro hermano el viento. / Loado seas, Señor, por nuestra hermana agua, / por el hermano fuego, por nuestra hermana la madre tierra. / Loado seas, Señor, por aquellos que perdonan por tu amor". Y su bendición dice: "El Señor te bendiga y te guarde. Te muestre su rostro y tenga misericordia de ti. Te mire benignamente y te conceda la paz. El Señor te bendiga, hermano".

En sus viajes apostólicos, san Francisco de Asís pacificó muchas regiones de Italia; predicó en España, en Siria y en Palestina. Es el caballero andante del evangelio; él dio impulso al culto de los pesebres navideños. Fue canonizado por Gregorio IX en 1228. Desde 1230 su cuerpo reposa en la monumental iglesia que dicho Papa hizo construir en su honor, en Asís. Él es quien introdujo plenamente en la Iglesia la devoción a la humanidad de Jesucristo. Se lo ha considerado como el primer hombre moderno y el iniciador del humanismo cristiano.

Es patrono de la Acción católica y de los comerciantes, por haber ejercido en su juventud el comercio, junto a su padre. El papa Juan Pablo II lo declaró patrono de la ecología y de los ecólogos".

Juan Carlos Ravera