Siete familias de San Francisco y Frontera que perdieron a seres queridos a causa de un suicidio dieron un primer paso para brindarse apoyo mutuo pero también crear conciencia sobre la problemática y trabajar para prevenirla. Un grupo de ellas compartió sus experiencias y testimonios a El Periódico.

La reunión se llevó a cabo el domingo 10 de septiembre en barrio San Cayetano, en el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Por el momento, el grupo fue bautizado como Familias Unidas de San Francisco y Frontera.

“Nos empezamos a contactar porque surgió la idea, primero por el lado de la contención, de poder juntarnos las familias en algo que sea íntimo. Hemos pasado por lo mismo, entonces poder charlar del tema, abordarlo y contenernos”, comenta Jesica, una de las impulsoras y hermana de Germán “Pupi” Benavídez, fallecido en 2021.

Y agrega: “El momento de la reunión fue algo muy lindo, hubo lágrimas, pero también contención. Todos contamos nuestras vivencias y cómo cada familia puede o intenta seguir adelante”.

Luego del encuentro, los presentes plantaron un lapacho de flores amarillas -color utilizado en las campañas de prevención del suicidio- en la plaza de barrio San Cayetano.

“La reunión fue tan linda que decidimos hacer un grupo. Seguir teniendo contacto. Y además de eso ver cómo podemos ayudar, de qué manera podemos dar una mano para prevenir. Está comprobado que si se atiende de manera temprana el tema se puede tratar”, sostiene Jesica.

El Periódico logró reunir a cuatro mujeres familiares de tres jóvenes que decidieron quitarse la vida. Hablaron del dolor que atravesaron y que sigue vivo, a veces lacerante. Contaron sobre la importancia que las familias tengan acceso a más información sobre distintos aspectos previos al suicidio, sobre todo los signos de advertencia, las alertas y los mensajes que van dejando las personas que luego toman la trágica decisión.

Todas coinciden en que era información que ellas desconocían y que les fue suministrada luego de una capacitación sobre prevención del suicidio realizada el año pasado en la Tecnotea.

“Una persona inteligente que transmitía alegría”

Así recuerdan Paola (39) y Jesica (30) a su hermano Germán “Pupi” Benavidez (34), fallecido el 2 de septiembre del 2021. Ambas muestran su foto y mientras la miran, Paola desvía la mirada con lágrimas y dice: “Todavía me cuesta verlo sin emocionarme”.

Jesica parece más aplomada y comenta: “Se cumplieron dos años, tenemos la intención de prevenir porque sentimos que a la sociedad le falta mucha información y que si conociéramos más podríamos ayudar a nuestros familiares”.

Cuenta que el año pasado participó de una capacitación sobre prevención del suicidio realizada en la Tecnoteca y que eso le dio un montón de información sobre el proceso interno que atraviesan las personas que piensan en una decisión drástica como la que tomó su hermano. “Ellos van dando señales de alertas y me parece interesante que la sociedad se entere de cuáles son”, insiste.

En este sentido, Paola acota: “Y saber también que es algo que le puede pasar a cualquier persona. No mide clase social, edad. Nadie está exento”.

Germán era un hombre alegre y sociable, coinciden las hermanas, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Tenía un taller de chapa y pintura sobre calle Olmos, cercano al Parque Cincuentenario, y una familia con cuatro hijos.

Familias de San Francisco y Frontera se unieron para trabajar en la prevención del suicidio

“Mi hermano tenía todo, un buen trabajo, su familia, sus hijos bien, su casa. En lo material no le hacía falta nada. Además, muchas personas que lo rodeaban, amigos, familia, pero en su interior algo lo hacía sufrir”, admiten.

Según Jesica, “él llevaba un proceso interior, pero nosotros las alertas no las conocíamos, las supimos recién el año pasado cuando fuimos a una capacitación”. Paola la interrumpe y se pregunta: “¿Por qué no nos dimos cuenta? Hubo señales, hubo mensajes y uno piensa que no va a pasar, pero no estamos instruidos. Hoy lo vemos de otra manera y sí, de cierta manera queremos alzar la voz o gritar que no pase más y que pidan ayuda”.

Las hermanas registran que “Pupi” comenzó a manifestar “alarmas” en los meses previos a su suicidio. Se sentía cansado, desmotivado y no podía dormir. También comenzó a hablar de que quería irse y que no servía para nada.

El día del trágico hecho Paola recibió un mensaje de texto en el que “Pupi” dejaba expresa su intención de suicidarse: “‘Yo me voy, no molesto más, no sirvo para nada, pedile perdón a mis hijos’. Además dejaba instrucciones sobre qué hacer con las cosas materiales. Pero esa persona no le creyó. Nosotras agarramos las motos y salimos desesperadas”.

Apenas tardaron unos minutos en llegar de la abuela, pero ya era tarde.

Paola y Jesica creen y están convencidas que, si hubieran conocido las señales de alarma, podrían haber ayudado a su hermano. E incluso van más allá y hasta se animan a comentar: “Sería importante que la educación sobre salud mental se incluya en las escuelas. Así como se enseña educación sexual, también se debería enseñar a los niños a manejar sus emociones", subrayan.

“Prestar atención”

Roxana Aichino (40) respira profundo y se acomoda en su silla antes de brindar su testimonio. Deja su celular y la foto de su hijo Alexander, que con solo 16 años tomó la decisión de no seguir viviendo, un 5 de octubre de 2020.

Alexander, recuerda la mamá, es el segundo de tres hermanos y era un chico muy querido, un apasionado del fútbol que estudiaba en la escuela secundaria, tenía muchos amigos y también trabajaba en el almacén de una de sus tías. Roxana lo describe como una persona excepcional, siempre sonriente y querido por todos los que lo conocían.

Familias de San Francisco y Frontera se unieron para trabajar en la prevención del suicidio

Sin embargo, no todo estaba bien en el hogar. La mujer confiesa que por ser madre soltera tuvo que criar sola a sus tres hijos. Pasaba muchas horas en el trabajo y regresaba mal a su casa, donde se producían los choques y las discusiones.

“Los dos teníamos el mismo carácter -expresa-, todo el mundo dice que él era muy parecido a mí. Y como todo chico había que decirle: ‘Limpiá acá, acomodá allá, ponete a estudiar, dejá el celular’, esa era nuestra pelea y en la edad de la adolescencia, él contestaba. Yo trabajaba muchas horas y pasaba poco tiempo con ellos. Él prácticamente crió a su hermano más chico”.

Según la mujer, el menor ya había manifestado su decisión de quitarse la vida: “Se lo había  dicho una vez a sus tías, pero no le llevamos el apunte porque pensamos que lo decía por decir”, expresa entre lágrimas.

Antes de su trágica partida, la familia estaba en medio de una mudanza y Alexander volvió a mencionar que se iba a hacer daño. El 5 de octubre, después de una acalorada discusión con su madre, se marchó de casa enojado y dicen que lo vieron recorrer el barrio. Algunos amigos lo saludaron y lo invitaron a jugar al fútbol, pero él los saludó de lejos y siguió su camino. Lamentablemente lo encontraron sin vida horas más tarde.

- ¿Qué le dirías a otras madres que atraviesan situaciones similares a la tuya?

- Que prestan atención ante lo que dicen los chicos. La persona que veas depresiva si dice algo tan grave así lo va a hacer. Escuchar, dar un abrazo o buscar ayuda. En el trabajo hoy estamos, mañana nos cambian por otro. Disfrutar de los hijos porque cuando no los tenés ya es tarde.

Envuelta en llanto, Roxana revela que Ale tenía muchos sueños, pero el más conmovedor y que llega al corazón de quien la escucha es el que le había confesado: ser jugador de fútbol para poder comprarle una casa a su mamá, para que dejara de trabajar y pasara más tiempo con sus hijos. 

El cambio y sus ganas de ayudar

Después de la trágica experiencia, Roxana se obligó a un cambio radical: primero su familia, después el trabajo. Ahora, tras integrarse a este grupo, la necesidad de concientizar y ayudar: "No quiero que otros padres pasen por lo que pasé. Perder a un hijo es lo peor que te puede pasar. Debemos levantar la voz y escuchar, prestar atención y buscar ayuda cuando alguien esté pasando por un momento difícil".

A su vez, la mujer admite que el pasado domingo 10 de septiembre, en la reunión de familiares de personas que perdieron la vida, fue la primera vez que pudo hablar abiertamente sobre lo que vivió.

“Busqué ayuda para mi hijo y no la encontré”

El 15 de diciembre de 2013, en barrio San Cayetano, Mariela Ochoa vivió su peor pesadilla: su hijo (el segundo de cinco) Enzo Zanabria, de 17 años, también decidió quitarse la vida. Casi una década después, Mariela decide compartir su triste historia para destacar la importancia de la salud.

Enzo había mostrado signos de su angustia a través del abandono y la ira. A pesar de llevarse bien con los demás, en casa vivía en un constante estado de enojo e irritabilidad. La pasión del joven por el fútbol quedó en segundo plano a medida que luchaba con su problema emocional.

Unos meses antes del desenlace fatal, Mariela llevó a su hijo al viejo servicio de Salud Mental en el Hospital Iturraspe: “Quería saber qué le pasaba a mi nene, que me dieran una respuesta para saber qué hacer. La profesional me dijo en ese entonces que era ‘confidencial’, no me lo podía dar. Me molesté mucho, le pedí que me lo informara porque era la mamá, él era menor y tenía que saber cómo actuar. Salí muy mal de ahí. Veía a mi hijo sufriendo y por eso es que yo digo a mi hijo lo lloré en vida también. No tener o no saber cómo ayudarlo fue doloroso y desesperante”, recuerda.

Mariela Ochoa.
Mariela Ochoa.

Un cambio que implicaba una decisión

Enzo mostró signos de mejoría en los meses previos a su trágica partida. Comenzó a trabajar, retomó sus estudios y disfrutaba de una relación amorosa.

“Tres meses antes mi hijo cambió un montón la actitud, que yo no lo entendía, no sabía y lo aprendí después en una charla. Él ya estaba decidido, ya lo tenía planificado y nosotros no lo podíamos ver”, admite.

Pese a que todo parecía ir bien, hubo un detonante en la vida de Enzo, una discusión y un momento en que estuvo solo para cometer aquel terrible acto.

“Yo me lo hubiera esperado en otro momento, pero no en ese. Porque antes estaba todo mal, él vivía enojado, hacía cosas malas, estaba irritable, pero en ese tiempo no, todo lo contrario”, asegura.

Perdonar

Mariela confiesa que tras el hecho se enojó con su hijo y le costó perdonarlo: “Siempre necesitamos un culpable para poder entender y me enojé con él. Le decía que fue un cobarde. ¿Por qué no pidió ayuda? Me costó un montón dejar a mi hijo en el cementerio e ir a verlo”.

El proceso de sanación –dice- fue largo y doloroso, pero ha encontrado consuelo en su fe y en el amor eterno que siente por su hijo. Hasta que, en una oportunidad, la mujer recuerda un 25 de diciembre de 2015, cuando visitó finalmente a su hijo en el cementerio y se sintió morir. “Fue un momento de dolor tan grande que me olvidé de todo y creo que llegué a entender a mi hijo, que en medio de un dolor tan grande no vio a mamá, ni a papá, ni a sus hermanos. Entonces sentí la mano de Dios que me ayudó a levantarme”, afirma. 

CONTACTO. Familias Unidas: 3564 20 9794. Instagram: familiasunidas2023

El 10 de septiembre las familias plantaron un lapacho de flores amarillas.
El 10 de septiembre las familias plantaron un lapacho de flores amarillas.

*Un gesto noble

Tuve la fortuna de conocer al querido “Pupi” Benavídez a través del fútbol y sus hermanas se quedan cortas cuando dicen que transmitía alegría. Era un tipo que te hacía reír apenas te saludaba, ingenioso y de chiste rápido y corto.

Como jugador tenía presencia, era fuerte y de buena técnica, aunque algo lento para el retroceso. Pero ese defecto lo suplía luego en el tercer tiempo, siendo de los más rápidos organizadores de asados al lado de la cancha o el que primero llegaba con la birra fría.

“Gallinón” hasta la médula me ganó todas las apuestas entre un River-Independiente que le aceptaba. Fueron birras bien pagadas y hasta un costillar que terminamos comiendo con todo el equipo en su querido barrio Norte.

Las lesiones me alejaron del fútbol y él se fue acercando a la dirección técnica del baby. Pero cuando nos veíamos, la buena onda seguía intacta y el gaste, ni hablar.

El impacto de su muerte me pegó de costado, ya venía golpeado de frente con el suicidio de otro amigo, Cristian, unos meses antes. No vi venir ninguno de los dos golpes, como lo cuentan estas tres familias entrevistadas.

De nada sirve ya clavarse más puñales, por eso es de celebrar esta intención de hacer algo por aquel que sufre en silencio, un gesto noble que debe ser acompañado, sin dudas, de mejores políticas públicas en salud.

* Oscar Romero