Por Oscar Romero

Son las 21 de un martes cualquiera y la proveeduría “Marcela”, de calle Salta al 440 en barrio Sarmiento, parece cerrada. Parece porque el local está completamente iluminado y el cartelito en la puerta de vidrio dice “abierto”. Sin embargo, una reja cerrada impide el paso a cualquier cliente. No hay timbre a la vista. Pero llega una mujer y me dice: “Tenés que llamarla así”, pasa su mano por entre la reja y abre apenas la puerta de vidrio que hace sonar unas campanitas detrás. Al instante aparece la propietaria dispuesta a hacer la venta.

Cada vez son más los negocios de barrio Sarmiento que optan por enrejar sus locales y atender tras los barrotes, cansados de los recurrentes robos. Se trata, sin dudas, de una de las tantas paradojas de la vida y que marca la inseguridad que sienten algunos comerciantes de la ciudad: quienes trabajan, detrás de las rejas; mientras que los delincuentes están en la calle.

“A partir de las 9 atiendo así”

Es lo que cuenta Claudio, de kiosco “El Sol”, ubicado en la esquina de Sáenz Peña y Almirante Brown.  El comerciante decidió colocar rejas a su comercio luego de sufrir su segundo asalto a mano armada en noviembre del año pasado.

“Está insegura la calle, o por lo menos lo noto yo desde acá”, sostiene. Cuando llega la noche y en la calle decae el movimiento, Claudio entra sus carteles y cierra la reja anterior a la puerta con un gran candado.

“Algunos clientes se quejan las veces que los atiendo en la calle, pero les digo: ‘Si querés te abro pero si me roban vos me pagás lo que me roban’. Me dicen: “No dejá, atendeme así”, manifiesta con una sonrisa.

“No quiero vivir otra situación así”

Marcela la asaltaron hace poco menos de 15 días, y si bien ya tenía las rejas en su local, decidió comenzar a atender “detrás de los barrotes” luego de esa dura experiencia.

“Es todo un problema para el cliente por el frío, pero hay que cuidarse, no quiero vivir otra situación así”, explica. “Hace 12 años que tengo el negocio y fue la primera vez que sufrí un asalto. En la zona les habían robado a casi todos los comerciantes, yo venía tocando madera, pero me tocó”, añade.

La decisión de Marcela fue para resguardar a sus hijas ya que su negocio está unido con su casa, y por suerte el día del asalto las nenas estaban entretenidas con tareas escolares y no se encontraban en la proveeduría, donde siempre acompañan a su madre.

“Dejo entrar depende quién sea”

Cristina tiene una despensa en este mismo barrio y decidió colocar un portero eléctrico luego de padecer once asaltos. Un récord que de mala gana ostenta en el barrio. “Me manejo con el timbre, es un portero eléctrico, miro desde atrás del mostrador a ver quién es y de acá pulso y dejo entrar al cliente, depende quién sea”, explica.

Pide que no figure el nombre de su comercio ni su dirección por temor a represalias de los delincuentes. “No sabés lo que puede pasar”, dice.

“Hace unos días creo que me salvé de otro robo porque no le abrí a un hombre que estaba con otro en una moto. Uno se bajó, tocó timbre, y como no le abría comenzó a golpear y sacudir la puerta para que lo deje entrar, mientras el otro estaba esperando con la moto en marcha”, recuerda Cristina. “Vivir así es lo peor -reconoce-, uno vive preocupado por lo que le pueda pasar”, repite.

La comerciante sostiene que no hay horario, día ni mes para los ladrones. “Mi primer robo fue un 8 de diciembre, Día de la Virgen, a las 22; el resto fueron a cualquier hora, en cualquier época del año. Tuve que sacar la caja de arriba del mostrador porque estaba harta de los robos. Por esta zona está muy difícil la situación”, expresa con tristeza.

“No puse rejas, pero tengo un palo”

Lo dice Daniel, que tiene una despensa por calle Pasteur al 600, al que le han robado en tres oportunidades. “Ni hago la denuncia porque no vale la pena”, cuenta casi abatido.

“Todos los días hay robos en este barrio, no hay un vecino por esta zona que no haya sufrido un robo, les han sacado garrafas, bicicletas, de todo. Pero no es gente de acá, son malandras que vienen del otro lado”, dice mientras señala con gestos de impotencia.

De todos modos sostiene que en su comercio siempre son varios los que atienden el local cuando llega la noche. “Me faltan dos años para jubilarme, ya quiero tirar todo a la mierda”, expresa abatido.

OPINAN LOS COMERCIANTES

Cristina: “El timbre lo coloqué la última vez que me robaron y esperemos que la cosa no se ponga más difícil como para que tenga que colocar rejas también”.

Claudio: “Se ve que los patrulleros pasan y dan vuelta, pero ellos pasan por un lado y los ‘choros’ por el otro”.

Daniel: “Toda la vida dejé la persiana abierta del local para que se vean los productos, ahora en horario de la siesta tengo que cerrarla y poner la alarma”.

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Son las veces que robaron en la despensa de Cristina, en barrio Sarmiento. Tiene el récord de este sector.