“Pablo soñaba con que su barrilete fuera el más hermoso de todos. Y durante muchas tardes, a la salida de la escuela, lo fue construyendo con sus manos hábiles que seguían los diseños que le señalaba el corazón.

Y allí estaba: grande, bello, con todos los colores del arco iris, como una multicolor bandera de alegría, ansiosa de agitarse en el viento. Y llegó el día anhelado en que todos los alumnos del salón, como lo había prometido su maestra, volarían sus barriletes en el parque.

Había barriletes de todas las formas y tamaños. Pero el que más llamaba la atención era el de Pablo. Casi parecía el padre de todos. Y comenzó en el parque la fiesta de vuelos coloridos.

Al barrilete de Pablo le costaba subir por su enorme tamaño, lo hacía lentamente, pero con seguridad...

Cuando los barriletes andaban correteando felices, empezó a soplar un viento fuerte que trajo una implacable la tormenta.

Los niños se pusieron nerviosos y empezaron a recoger sus barriletes temerosos de que el viento se los destrozara. Las ágiles manos de Pablo multiplicaban las más atrevidas maniobras para que su barrilete cubriera y protegiera a los demás: “No importa que el mío se rompa –pensaba- pero no voy a dejar morir la ilusión de los demás”, y así fue que, sólo el barrilete de Pablo tenía destrozadas las alas. Pero sus ojos, brillaban con una alegría luminosa”.

Ser maestro es llenar el cielo de vuelos multicolores, espolear fantasías, estar siempre dispuesto a proteger con las propias alas, y aun a costa de la propia vida, los sueños, ilusiones y vuelos de los alumnos.

Educar es sembrar esperanzas, sacudir miedos y rutinas, animar y ayudar a levantar las vidas, de una existencia sin sueños ni horizontes.