1. Somos hermanos en un presbiterio. El día de nuestra ordenación sacerdotal somos recibidos en una comunidad-familia que es el  presbiterio.  Ser parte de un presbiterio, en comunión con nuestro obispo, es una nota esencial de nuestro ¨ser sacerdotes¨.

Esta realidad de fe nos presenta el desafío de vivir entre nosotros, los curas, la fraternidad, don que pedimos a Dios y que buscamos cultivar gestando vínculos de cercanía y corresponsabilidad.

Esto hace que cada situación por la que atraviesa un hermano sacerdote la sentimos como nuestra. Sentimos que se transforma parte de todos.

Es por ello que, queremos compartir con nuestras comunidades, cómo el amor de hermanos nos impulsa al acompañamiento y cercanía entre nosotros, mucho más cuando vivimos momentos de dificultad. Creemos que luego de toda crisis, salimos todos fortalecidos, si nos abrimos a la Gracia de Dios y a la ayuda de los hermanos.

Queremos escuchar lo que el Señor nos está diciendo

Hechos recientes, protagonizados por algunos hermanos sacerdotes, han despertado diversas reacciones, dentro y fuera de la comunidad cristiana. Diversos sentimientos, emociones y opiniones. En algunos casos, miradas críticas, aunque lúcidas; en otros, generalizaciones indebidas y juicios apresurados. Incluso, la curiosidad o el comentario que no respetan el derecho a la intimidad y la buena fama.

Creemos comprender estas reacciones. Por encima de todo, intentamos escuchar, en este ir y venir de voces, la Voz del Señor que nos interpela. En los momentos difíciles, no es extraño dejarse ganar por sentimientos negativos que nublan la mirada, confunden y llevan tristeza al corazón. Más que nunca, los discípulos de Jesús, suplicamos la docilidad al Espíritu Santo para discernir, en todo esto, lo que Dios nos está pidiendo. Lo hacemos también como Presbiterio: orando, escuchando juntos la Palabra y escuchándonos unos a otros.

Cada uno, cara a cara con Jesús.

Este momento que vivimos como Iglesia diocesana nos debe llevar a una profunda reflexión de cara a Jesús y pedirle que, nos de su luz, para discernir, entre todos, lo que Él nos está pidiendo.

No creemos en las respuestas precipitadas y rígidas, ni en soluciones rápidas y livianas, ni aquellas que surgen de un corazón que huela a venganza o busque descalificar. Esa no es la manera de aportar soluciones en ningún ámbito de la vida.

Ese estar cara a cara con Jesús en esta Navidad, nos anima con serena valentía a pedir perdón por nuestras incoherencias y tibiezas en la entrega pastoral cotidiana, en la comunión y la falta de ardor misionero.

Estamos convencidos que Jesús nos está pidiendo una mayor entrega y generosidad en nuestro ministerio.

Pero también Jesús nos pide a todos los bautizados, Pueblo de Dios, volver a lo fundamental de su seguimiento. Para ello, pastores y fieles, necesitamos entrar decididamente en la dinámica de la conversión pastoral misionera en nuestras comunidades y animarnos a cambiar todo aquello que nos dificulte el anuncio de Jesús.

Brochero célibe, Angelelli célibe; siguiendo las huellas de Jesús.

¨El celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida, que yo aprecio mucho y creo que es un don para la Iglesia", decía hace poco el Papa Francisco.

Nos descubrimos llamados a vivir nuestro celibato como una opción libre y queremos manifestar, con realismo, que es expresión de nuestro amor por el Señor Jesús, su Iglesia, los pobres y vulnerables. El celibato nos da la posibilidad de una entrega generosa que plenifica nuestra vida en servicio del Pueblo de Dios.

El celibato no es un tema prohibido en la Iglesia: con franqueza y libertad, hoy se habla, se escribe, se reflexiona y se comparte mucho sobre esta forma de vida, sus valores y también las dificultades que conlleva abrazarlo con convicción.

Estamos convencidos que el fin del celibato no resolverá todos los problemas y crisis que atravesamos los curas. Compartimos, además, como decía recientemente el obispo Sergio, que ¨el cura católico célibe es una figura evangélica muy hermosa, miremos a Brochero, Angelelli¨ y tantos otros sacerdotes que seguro conocemos y que han sido y son fieles a esta entrega de fe por amor.

La Navidad está cerca.

Todo nos habla de fiesta, de familia, de alegría. Alegría que brota de la cercanía y del obrar misericordioso de Dios. El testimonio de San José en este cuarto domingo Adviento, su duda y su ser hombre contemplativo, que discierne los caminos del Señor, nos interpela a desentrañar el propio llamado que Dios nos hace a formar parte de su Plan de Salvación puesto que “Dios deja una llamada, pero no entrega mapas”  dice el padre Mamerto Menapace.

Queremos acercarnos al pesebre en comunión con nuestro obispo y todo el pueblo de Dios y junto a la pobreza y desnudez del Pesebre colocamos también nuestras fragilidades, nuestras incertidumbres, nuestros pecados y el dolor de tantos compatriotas, ¨porque cuesta creer que en la tierra bendita del pan, a uno de cada tres argentinos le falte comida, trabajo, salud, educación e igualdad de posibilidades para progresar¨ 

¨Ante la mirada del Niño Dios desde el pesebre, que siendo rico en misericordia compartió nuestra miseria, nos sentimos llamados a ser una Iglesia más humilde, necesitada de purificación por los pecados de todos nosotros. El Hijo de Dios, recién nacido, nos recuerda que somos hermanos para que no perdamos la esperanza de un renovado encuentro fraterno entre los argentinos. (Mensaje de Navidad de la 175º Comisión Permanente: Jesús entra en nuestra casa para quedarse)

Cuarto domingo de Adviento

17 de Diciembre de 2016.

Sacerdotes de la Diócesis de San Francisco.