A Alfredo Juventino Cárdenas Gili (67) le gusta conversar. Tiene una voz cantarina y habla alto, según dice, como todos los cubanos. Lleva 16 años en San Francisco, aunque más de dos décadas en Argentina. Es un trabajador multioficio y a pesar de estar jubilado, todavía hace changas para mantener el cuerpo y la cabeza ocupados.

Años atrás era dueño de la noche, animando eventos y difundiendo la cultura de su país; hoy se lo encuentra disfrutando de la tranquilidad de su jubilación, es por ello que asegura no extrañar aquellas noches de fiestas y algarabía.

“Todo tiene su etapa, entonces no extraño lo que hice. Lo disfruté en aquel momento, como disfruto este que estoy viviendo, es jodido quedarse en la nostalgia. Como no tengo la vida comprada, para qué voy a vivir pensando en el pasado”, reflexiona Alfredo. Y como quien da un consejo a cualquier amigo, remarca: “Aunque soy gente de buena memoria, disfruto lo que me da cada momento, ya el día de mañana estaré disfrutando otro estadio de mi vida. Para qué vas a echar de menos lo que te falta, disfruta lo que tienes”.

Entre sus múltiples oficios están el de animador de fiestas, hacer comidas para eventos, pero también otros tan variados como realizar instalaciones domiciliarias de gas, electricidad, de agua y hasta restauraciones. Escribe cuentos y textos breves para ejercitar la mente y hace ejercicio regularmente: “Voy al gimnasio para entrar con mis propios pies al geriátrico y trato de mantener ocupada la mente porque mientras esté funcionando el resto del cuerpo va viento en popa”, dice seguro.

Alfredo Cárdenas, el cubano multioficio que extraña el mar pero no la fiesta

Vida dedicada al turismo

Nacido y criado en La Habana, llegó a San Francisco en 2005, aunque reside en Argentina desde 1997. Vivió en distintas ciudades y en Embalse se casó y tuvo dos hijos argentinos, Alexis y Sofía; y tiene un tercero, Alfredo, que reside en Cuba.

En la isla, su vida estuvo vinculada al turismo, al que le dedicó 21 años de labor. “Hice muchísimas cosas, desde ayudante de cocina, auxiliar de planificación, vendedor, hice cursos de animación turística y fui guía de turismo”, enumera entra tantas otras funciones que desarrolló.

De esta manera y por su profesión conoció a su primera esposa argentina. Era el año 1997 y Alfredo tenía 43 años.

-¿Te imaginabas dejar Cuba o se fue dando?

-Se fue dando, porque incluso en el ‘92 estuve de viaje por España y después de seis meses regresé. Pero Cuba se había convertido en un país que daba un paso adelante y dos atrás, llegó un momento en el que te preguntas qué hago aquí, porque no puedes progresar. De hecho las leyes en aquel momento eran más absurdas que las de ahora. Conocí a la madre de mis hijos y dio la casualidad que la empresa que llevó a la delegación argentina tuvo un problema y yo se lo resolví. En pago me hicieron una carta de invitación para que pudiera viajar a Argentina, con boleto de avión y así fue que llegué.

En Cuba quedaron entonces sus padres-ya fallecidos-, dos hermanos -uno de los cuales también murió-, su hijo mayor y sobrinos.

Su madre Iraida fue ama de casa, y su padre Guillermo trabajó como quinielero hasta 1968. “La ofensiva revolucionaria acabó con toda la iniciativa privada-explica-. Todo pasó a ser del Estado y como era un hombre grande, lo jubilaron. Todo empezó a depender del Estado y lo malo de eso es que todo el mundo es dueño de todo, pero nadie es responsable de nada”.

Ya en Argentina y por esas cuestiones del azar o el destino, en el año 2000 Alfredo conoció a Marcela Bonano, una sanfrancisqueña trabajadora municipal con la que con el correr del tiempo forjaron una amistad que luego se transformaría en amor.

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Llegada a San Francisco

El desembargo de Alfredo a nuestra ciudad se dio gracias a Marcela, que lo recomendó para trabajar en el recientemente inaugurado Mi pequeña Habana, de su compatriota Denis Morales.

“Me vine en el 2005, un 27 de enero de 2005, si se me olvida me matan”, bromea Alfredo mirando cómplice a Marcela en la entrevista que tuvo lugar en el departamento que el matrimonio habita sobre calle Iturraspe.

“Cuando abrió Mi pequeña Habana ella sabía que yo era animador y me recomendó. Vine, nos reencontramos y no nos separamos más”, remarca.

Para Marcela se trató de amor a primera vista, pese a que cuando se conocieron ambos tenían otras relaciones. Pese a esto, la mujer asegura que la atrapó su personalidad. “Es muy impactante, además es una persona muy culta, muy preparada, simpático y muy agradable y para mí es un hombre hermoso”, dice sonrojada.

“Ya me parecía que tú me habías echado el ojito”, dispara Alfredo con una gran sonrisa.

De San Francisco le gustó la amabilidad de la gente, la tranquilidad de la ciudad, sus veredas y calles espaciosas y las sanfrancisqueñas, comenta pícaro. Confiesa luego que nunca que se adaptó a la tradición de tomar mate, que la primera vez que lo probó se quemó y desde entonces “le hizo la cruz”; pero sí se acostumbró a la siesta pampeana.

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- ¿Pudiste volver a Cuba?

-Volví en 2016 y en 2017 con Marcela. El primer viaje fue muy chocante, hacía 19 años que no iba y uno pensaba que las cosas iba a estar mejor. La dialéctica marxista marca que todas las cosas están en continuo movimiento, en un espiral ascendente, entonces me imaginé en base a esa filosofía que las cosas iban a estar mejor, pero estaban peor en todo sentido. Vi a la gente muy desanimaba, no era la Cuba que había dejado.

De su querida Cuba le queda impregnado su arte culinario, su alegría y su facilidad para el baile y la animación, el hablar alto y tomarse las cosas con calma; sin embargo revela que extraña el mar, aquel donde trabajó gran parte de su vida. “Para que tú veas lo que es la vida, en Cuba toda la vida  trabajé frente al mar y desde que llegué a la Argentina siempre he estado a más de 1000 kilómetros de distancia. Y aunque he tenido nostalgia por mi país y mi gente, si estás en un lugar en el que tienes una buena compañía como es mi caso, las cosas se hacen más fáciles. En ese sentido la Marce fue un apoyo incondicional y un pilar para mí”, subraya.