Diego “Chucho” Lafarina es un ejemplo de vida. A sus 37 años demostró que podía levantarse de entre las cenizas en que creyó quedar luego de que los médicos no tuvieran más remedio que amputarle una pierna en 2021.

Padece una rara enfermedad que desde pequeño lo tuvo a maltraer: una “osteogénesis imperfecta tardía” o la denominación más común que es una “enfermedad de los huesos de cristal”, cuya complicación por un cáncer en el fémur de su pierna izquierda lo dejó lisiado.

Pese a todo “Chucho” nunca se rindió, no bajó los brazos pensando en su familia -su esposa Virginia y su hija Bianca-, sus padres, hermanos y amigos. La pasión por el deporte lo empujó a desafiarse a sí mismo y en medio de la rehabilitación se entrenó para competir en el triatlón organizado por el Sport Automóvil Club el fin de semana pasado. Su participación nadando 790 metros emocionó a todos y fue el orgullo de familiares y amigos.

En una charla con El Periódico, “Chucho” hizo un repaso de su vida, que a pesar de los avatares lo mantienen con un espíritu positivo y una voluntad férrea de superarse. 

Diego charló con El Periódico.
Diego charló con El Periódico.

“Desde mi adolescencia empecé a padecer fracturas espontáneas y múltiples, la primera grande fue a los 11 años, quebradura expuesta de fémur. De ahí en más empecé a tener varias. Yo seguía haciendo vida normal, andaba en bici pero me bajaba y me quebraba la tibia, por ejemplo. Siempre padecí esos sucesos, estuve en silla de ruedas, mucho tiempo con muletas, siempre yendo y viniendo de especialistas para tratar de determinar qué me pasaba”, relató.

Luego de múltiples consultas a especialistas en Córdoba, Rosario y Buenos Aires, pudieron determinar que Lafarina padecía una “osteogénesis imperfecta tardía” o “enfermedad de los huesos de cristal”. De los 12 hasta los 22, según confió, sufrió unas 30 fracturas en sus extremidades. Situación que fue disminuyendo en gravedad y frecuencia hasta 2010.

Diego aseguró que pese a los problemas de salud se pudo adaptar a un escenario conflictivo en su vida: “He ido a fiestas en silla de ruedas, me movía por todos lados con muletas, nunca tuve complejos de nada y nunca nadie me hizo sentir menos que nada. Mis amigos y mi familia siempre me ayudaron”, afirmó.

- ¿Qué pasó en 2010?

- En el 2010 empecé con un dolor de rodilla izquierda y después de muchos estudios dieron que tenía una bacteria en el fémur izquierdo, era una osteomielitis - infección de los huesos-. Me tuvieron que intervenir para hacer una limpieza en el fémur y después de un proceso de tres meses sufrí una fractura espontánea de ese hueso. Eso causó que me abriera, me colocaran una placa externa, volví a sufrir otra osteomelitis, tuvieron que sacar la placa y como no se podía cerrar la herida estuve postrado seis meses en una cama. En Buenos Aires me pusieron un clavo endomedular y eso me permitió hacer una vida medianamente normal.

- ¿Cuándo volvieron las complicaciones?

- En 2020, días antes que empiece la pandemia había salido a pedalear. Hice unos 130 kilómetros hasta que comencé con un dolor sobre la rodilla. Con lo del Covid uno tenía miedo de ir a la clínica, así que empecé con calmantes. El dolor seguía hasta que no aguanté más, fui para Córdoba, me hicieron nuevos estudios y me dijeron que el fémur izquierdo estaba empezando a generar una necrosis. En septiembre me intervinieron, me sacaron el clavo que tenía en ese lugar y colocaron otro con dos tornillos. En septiembre cuando pensaba que se encaminaba a que el dolor desaparezca, se incrementó muchísimo más. Pasaba casi todo el día en la cama y los médicos no daban con lo que me pasaba.

Un cáncer avanzado

Para Diego los fuertes dolores continuaron en los primeros meses de 2021, por lo que decidió realizar una consulta en el Hospital Británico de Buenos Aires.

“Me analizó un traumatólogo oncológico y ahí creo que el destino empezó a cambiar, volví a San Francisco, cada día que pasaba era más el dolor, estaba esperando los resultados y a la semana me llamaron que tenía que viajar de urgencia”, recordó Lafarina.

Luego agregó: “El staff de oncólogos me dijo que tenía una angiosarcoma, un cáncer en el hueso, en una fase 3, muy avanzado. Me dijeron que tenía que agradecer que no se haya ramificado. La única forma era extraerlo y lamentablemente lo tenía en todo el fémur, me informaron que debían hacer una desarticulación de cadera, es decir cortar la pierna de raíz”.

- ¿Cómo afrontaste esa difícil situación?

- Fue muy duro pero no quedaba otra. Entré a quirófano un viernes de marzo al mediodía y salí a las 20 o 21. Desde ese día me cambió la vida. ‘Te sacamos el diablo que tenías adentro’, me dijo un doctor. Tuve ayuda psicológica en el Británico, pero las primeras personas que ves son fundamentales, siempre me alentaron y me dijeron ‘vas a ver que te vas a levantar’. Después de llorar todo el fin de semana, el lunes ya me enfoqué en que tenía que recuperarme, que tenía atrás una familia, amigos que me cuidaron siempre al igual que mis viejos y hermanos y tenía que demostrarles a ellos que a pesar de esto iba a poder salir adelante.

- ¿Cómo fue la adaptación a la nueva vida?

- Me enfoqué en la recuperación, hacía doble turno de rehabilitación. Cuando volví a San Francisco venía con la idea que tenía que adaptar mi casa, el baño, todo. Pero pude encontrar a dos kinesiólogas (Carina Borello y Viviana Butignol) que fueron una bendición para mí. Me pude adaptar bien a lo que tenía, lo único que tuve que hacer por una cuestión de comodidad fue una modificación en el baño.

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Para “Chucho” no fue fácil adaptarse a su prótesis que todavía es provisoria, aunque se fue proponiendo distintas metas y todos los días destina más de una hora y media de rehabilitación. Sumado a sus tres jornadas de pileta en el club San Isidro.  

- ¿Cuándo resurgió la necesidad de hacer deporte?

- Mientras hacía rehabilitación me preguntaron si quería hacer algo en el agua, no lo dudé y siempre tenía en mi mente volver a hacer algo. Tuve que trabajar mucho la noción de estabilidad y recién en diciembre pude nadar algunos largos sin tener que agarrarme de los andariveles.

- ¿Cómo llegó la idea de participar del triatlón del Sport Automóvil Club?

- En enero estaba con una amiga de mi señora con la que habíamos participado de un triatlón en 2019, yo había hecho la parte de ciclismo y ella de running. Vimos la publicación y le pregunté si se animaba a competir conmigo. Soñaba con que un día volviéramos a participar, así que nos anotamos.

- Cómo fue el momento en que te tiraste a la pileta?

- Venía con una carga emocional muy grande porque el 8 de enero había fallecido mi viejo Juan tras permanecer 47 días en terapia y él con mi vieja siempre se movieron para todos lados para que me atiendan. Cuando me tiré al agua había gente reconocida que nada muy bien y me agarró algo de miedo. Pero fue muy emotivo, me vine muy satisfecho y estoy contento de la participación que tuve, fue una meta que me propuse y la pude cumplir. Fue mi familia, mi vieja, suegros, amigos; si es por hinchada tuve la mejor del mundo. Cuando llegué se me cayeron las lágrimas porque recordé por todo lo que pasé tanto yo como mi gente. Yo estaba mal, pero también mi mujer, mi hija que no pudo disfrutar por dos años de un padre. Me acordé de todo en ese momento y cuando llegué a la meta no pude contener la emoción.

Pura emoción al cumplir la meta, tanto de Diego como familiares y amigos.
Pura emoción al cumplir la meta, tanto de Diego como familiares y amigos.

- Es que fue todo repentino.

- Claro, era estar compitiendo cuando hacía un año atrás estaba en el límite de la vida y no estaba bien, tirado en una cama debatiéndome adónde iba. Si bien la vida me sacó una pierna, fue un golpe duro, con 36 años y con una pierna menos tenía una vida por delante. Entonces me dije ‘hay que ponerle huevo a esto’ y gracias al apoyo y la contención que tuve pude adaptarme a esta nueva vida. Hasta el día de la fecha nunca nadie me hizo sentir menos. Por eso digo que todos somos diferentes y en vez de maldecir lo que no tenemos hay que valorar lo que sí tenemos. En esa valoración me pude dar cuenta que por más que no tenga una pierna puedo nadar, compartir un sábado con amigos; pude encontrar dependencia con un auto y puedo llevar y traer a mi hija al jardín, por ejemplo.

- ¿Y cómo lo procesó tu hija Bianca, tan pequeña?

- Mi hija con 4 años entendió la situación desde el primer momento. Se le explicó que el papá tenía una pierna enferma, que me la iban amputar. Pero que iba a tener una pierna robot y que iba a poder volver a ser el padre que la acompañaba a la plaza, que salíamos a dar una vuelta y que por más que me pase eso la iba acompañar. Ella le puso nombre a la prótesis (Cali), me ayuda; lo que me sorprende es que a su edad se adaptó rápido a lo que me pasó. Lo mismo mi mujer Virginia que es mi otro sostén.

- ¿Cómo es tu día a día?

- En lo que es la rehabilitación nos enfocamos para seguir mejorando la calidad de vida y tratando de tener mayor dependencia, pero sé que no es fácil. Tengo que ir a Santa Fe por la prótesis de carbono que es el primer prototipo para la definitiva, sobre la que se harán unos ajustes luego.

- ¿Ya tenés en mente más competencias?

- Siempre me gustó hacer deportes. El ciclismo me gusta, pero considero hoy que para salir a pedalear debería hacerlo en una pierna y la que tengo, la derecha, la tengo que cuidar como oro, porque sin ella no podría tener la prótesis como complemento. Como meta no tengo mucho, soy nuevo en esto. Pero la idea es tener algún entrenamiento más adaptado a competencias y ver si estoy preparado. Un entrenamiento más constante, con mayor dedicación. Me hablaron de maratones de agua abierta y me gusta.

- ¿El problema en tus huesos sigue?

- Paró, pero no sabemos si el día de mañana puede volver a pasar, es una incertidumbre y sigo con un tratamiento. Me he caído con la prótesis en el último tiempo y no pasó nada. Pero el tema del ciclismo me hizo entender que no era el momento y si me gustaba nadar me dijeron que vaya por ese lado que era menor riesgo.

- Cambiaste la angustia por la motivación constante. Me imagino que no fue fácil.

- No es fácil estar parado acá. Pero siempre mirando para adelante porque hay motivos para luchar y los encontré, tuve ayuda de mi familia, el trabajo y amigos que fueron mis motores. También los profesionales de la ciudad que tienen la mejor predisposición. Mi miedo era si podía hacer una rehabilitación en San Francisco sin problemas, y la verdad que así fue. Y estoy agradecido a Carina Borello (Alpi) y a Viviana Butignol y Soledad Borello (Ambar).

- ¿Qué mensaje le podés dejar a quien lea esta nota?

- No maldigan, no se resignen por lo que no tuvieron y valoren lo que tienen. Es gratificante cuando ves a tu gente contenta porque vos estás luchándola, eso no tiene precio y no se compara con nada. Ver llorar mi mamá (Silvia) de alegría después de perder a su marido luego de 52 años de casada y que se ponga contenta, dejando la tristeza por un rato, y ser feliz viendo que llegué a una meta no tiene precio. Lo mismo mi mujer y mi hija, por eso siempre hay que lucharla.