El escritor colombiano Gabriel García Márquez murió a los 87 años en su casa de la ciudad de México. Era el autor latinoamericano más emblemático del siglo 20, sinónimo de realismo mágico y del boom latinoamericano. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982 y era conocido también por el cariñoso seudónimo “Gabo”. 

Una serie de complicaciones aquejaban al escritor, quien a fines de marzo había permanecido varios días hospitalizado a causa de una deshidratación y una infección respiratoria y urinaria. 

Difícil resumir una vida tan extensa, caudalosa y repleta de personajes a la medida de su propia obra cumbre, Cien años de soledad, aquella que replicó de manera alegórica a la historia colombiana e hispanoamericana desde la ficticia y entrañable Macondo.

Nacido en Aracataca, departamento de Magdalena, en Colombia, en 1927, García Márquez se inició de manera temprana en el periodismo, a los 19 años, colaborando con el diario El Universal de Cartagena de Indias, poco después del histórico Bogotazo (su primer artículo se tituló Punto y aparte). La producción periodística fue una faceta crucial de la obra de García Márquez, tan decisiva como la ficcional. Su primer trabajo notorio en el rubro fue Relato de un náufrago, 14 crónicas publicadas en El espectador de Bogotá, donde contó la extraordinaria historia del naufragio del A. R. C. Caldas a partir de sendas entrevistas con el marinero Luis Alejandro Velasco.

Gran periodista
Con el tiempo, García Márquez se convirtió en la mayor figura de la versión en castellano del Nuevo Periodismo anglosajón, la línea de no ficción que tiene la misión de elevar al periodismo a las exigencias de la narrativa de calidad, tan en boga en los últimos años. 

Reflejo animista y fabulado de su natal Aracataca, rasgos imaginarios que le ameritarían la asociación con el género del realismo mágico del que terminaría siendo ejemplo canónico, Macondo hace su primera aparición en La hojarasca, novela corta que García Márquez publicó con buenas críticas pero poca repercusión en 1955, después de haber firmado más de una decena de cuentos. Sin embargo, la novela emblemático del universo Macondo es Cien años de soledad, editada en la Argentina en 1967 por Sudamericana. 

La saga de los Buendía no es sólo la novela icónica del boom de las décadas de 1960 y 1970 y la más importante de la carrera de su autor, sino la novela latinoamericana más influyente de todos los tiempos: su aura supera los bordes del realismo mágico y se alza como estandarte universal de la epopeya humana y las novelas de largo aliento; de allí la reivindicación de escritores extranjeros como Thomas Pynchon o Milan Kundera.

Consagración
García Márquez ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982. Fue el segundo narrador latinoamericano en conseguirlo, después de Miguel Ángel Asturias (también lo habían ganado los poetas chilenos Pablo Neruda y Gabriela Mistral). Coronaba de esa forma una trayectoria literaria brillante amparada, además de en Cien años de soledad, en novelas memorables como El coronel no tiene quien le escriba (1961), en la que ya aparecen los motivos del protagonista solitario, la pobreza y el estilo preciso y contundente; o El otoño del patriarca (1975), sobre un dictador en 2    decadencia. También deben citarse Crónica de una muerte anunciada (1981), reconstrucción de visos policiales de un crimen pasional, y El amor en los tiempos del cólera (1987), una historia de amor que atraviesa las épocas. Varias de sus obras fueron llevadas al cine. Gabo fue autor además de varios libros de relatos y publicó títulos con su producción periodística, obra prolífica que con el paso de los años se hizo inmensa, alimentando la dimensión inabarcable de su autor.

Sus últimos libros incluyen el primer volumen de sus memorias Vivir para contarlo (2002), la novela Memoria de mis putas tristes (2004) y la antología de discursos públicos inéditos Yo no vengo a decir un discurso (2010).

La pérdida de García Márquez deja un vacío inmenso en la literatura latinoamericana y también universal, y confirma su lugar de ícono categórico e irreemplazable en el canon narrativo, pero también afirma al siglo 20 como una era en la que la literatura floreció de manera única en el continente, marcando las bases para una narrativa que hoy avanza con su propio pulso y vitalidad.