Desde su creación, el fútbol se convirtió en el lenguaje universal de millones de personas en todo el mundo. Para muchos es más que un juego, es un estilo de vida.

A pesar de este cariño mutuo entre deportista-pelota siempre hay algún motivo que trata de separarlos. Ya sea una mínima pinchadura o el rasgado de las costuras, siempre se experimenta esa sensación de tragedia, de pensar que terminó todo.

Es allí cuando en San Francisco todos piensan en la misma persona: Jorge Roza, aquel hombre que dedica su vida para devolver el alma a esa pelota que parece tener como destino el basurero y principalmente a ese futbolista que añora volver a sacarla a pasear y lucir en el verde césped.

El taller, situado en frente de la iglesia Cristo Rey, llegó a las manos de Don Roza en 1986. Desde ese año no hizo más que sacarles sonrisas a sus clientes. “Antes aquí trabajaban Muller- Azul-Chiavassa- (de ahí la denominación Mach), después ellos vendieron la fábrica a otro muchacho que estaba de socio con el hermano y como tenían problemas se la compramos junto a mi viejo. Hacían mensualmente 300 pelotas, nosotros llegamos a hacer 1100 por mes pero de a poco empezó a mermar por la llegada al país de pelotas importadas y no podíamos competir”, afirma.

A pesar de esa reducción en los pedidos iniciales, en 2016 la “fábrica” llegó a la descomunal cifra de 250.000 entregas, a razón de 700 pedidos mensuales y 8100 anuales. Cifras que avalan al lugar como el preferido en el “boca a boca” urbano.

Las pelotas Mach no dejan de rodar: ya se fabricaron más de 250 mil

El juego que nunca para

“El fútbol es lo último que se va a dejar de jugar. Acá está el Baby y muchas ligas que arman sus campeonatos. La gente no puede gastar tanto por la situación económica en la que vivimos, pero hay demanda. Vendemos mucho al norte, tenemos clientes fijos. Solicitan de tres o cuatro clases de pelotas”, explica Jorge al analizar el trajín diario de su trabajo.

“Cuando hay mucho trabajo empiezo desde las 7 hasta las 12 y después de 14 a 20. En verano merma un poco el trabajo, pero en febrero ya comienzan a pedirte pelotas y tenés que estar dentro del taller. Uno hace un stock pero a veces piden tantas que se trabaja por demás”, prosigue.

Las que arregla

En el taller de Roza todas las pelotas tienen arreglo, de una u otra forma. “Traen todo tipo de pelotas importadas. No existen las raras porque todas son iguales, pero a veces el problema son las cámaras ya que algunas son de otro material distinto al que uno trabaja”, cuenta.

Sobre su método de trabajo, no da lugar a la duda en cuanto a la calidad de sus pelotas. “Todos los equipos vienen a comprar o traen bolsas de pelotas para arreglar. Estamos haciendo un producto de buena calidad. Nunca quise cambiar de material porque sé que lo que se hace es algo bueno”, detalla.

Después de más de 30 años en el rubro, cree que lo va a seguir haciendo hasta sus últimos días. “Nunca se me cruzó por la cabeza cerrar el negocio, me gusta y cuando se hace algo que lo sentís aunque te vaya mal, seguís. Me distrae, me siento bien, viene mucha gente, sobre todo muchos chicos que se quedan a hablar y te reconforta”, destaca.

La humildad de este vecino sanfrancisqueño no radica solamente en recordar y agradecer a todos aquellos clientes que diariamente le llevan sus “redondas” a perfeccionar, sino que además Don Roza suele enseñar el oficio a determinadas personas para que de a poco puedan tener su lugar. La pelota a los que saben.