El 25 de febrero de 1778, en el pueblo de Yapeyú, provincia de Corrientes, nació José Francisco de San Martín, el menor de cinco hermanos, hijo de Juan de San Martín y Gómez y doña Gregoria Matorras del Ser.

Poco tiempo antes los jesuitas, fundadores de ese pueblo, habían sido expulsados de las misiones. Como era un centro ganadero importante para el virreinato, el gobernador de Buenos Aires designó al Capitán Juan de San Martín como “Teniente gobernador de Yapeyú”, cargo que supo llevar con responsabilidad y gran capacidad para afrontar las amenazas a las que estaban sometidos los habitantes. Doña Gregoria se dedicaba a la crianza de los niños. Así, ambos sin saberlo, le inculcaron los valores a quien sería reconocido más adelante como el padre de la Patria.

Don José Francisco vivió en Yapeyú una parte de su niñez. En este pueblo que lo acunó hoy se encuentra el Destacamento Militar Yapeyú, perteneciente al Regimiento de Granaderos a Caballo, responsable de la custodia y preservación del solar natal del Gran Capitán.

Los granaderos custodian el solar natal del Padre de la Patria en Yapeyú.                                 Foto: Regimiento de Granaderos a Caballo.
Los granaderos custodian el solar natal del Padre de la Patria en Yapeyú. Foto: Regimiento de Granaderos a Caballo.

Luego de pasar por Buenos Aires, la familia San Martín partió rumbo a Europa donde José Francisco comenzó sus estudios en el Seminario de Nobles de Madrid. A los once años, ingresó como cadete al regimiento de Murcia. Fue en España, donde se formó intelectualmente y desarrolló su genio político militar. Durante su juventud, tuvo destacadas actuaciones en varias oportunidades, en diecisiete ocasiones para ser más preciso, desde su bautismo de fuego a los 14 años hasta los 30.

Me gusta creer, que por aquellos tiempos, hubo un San Martín en medio de luchas sin sentido para él, que solo le sirvieron para forjar su coraje, su bravura y su tenacidad. Cuando se sintió preparado y consciente de la situación que se vivía en el Virreinato del Río de la Plata, decidió volcar la fuerza de su alma en luchar por la libertad de las tierras que lo vieron nacer. Es así que, luego de haberse reunido con ilustrados pensadores simpatizantes de la misma causa, emprendió su viaje de regreso al nuevo continente.

Llegó a Buenos Aires a principios de 1812 y fue recibido con notable desconfianza. Pero él tenía claros sus deseos. Creó el Regimiento de Granaderos a Caballo, convirtió a ciudadanos comunes en hombres apasionados por la Patria y el deber. Fue puesto a prueba y demostró su valor y bravura en una conmovedora victoria en San Lorenzo, Santa Fe, el 3 de febrero de 1813. Los granaderos fueron inspiración de libertad y espíritu patriótico para todos aquellos que todavía no estaban convencidos de que ello era posible.

Fue un gran impulsor de la Declaración de la Independencia en 1816. Mientras se preparaba para concretar el plan continental, ejerció el doble cargo, como Gobernador de Cuyo y como General del Ejército de los Andes.

Cruzó la Cordillera de los Andes y, gracias a una genialidad estratégica, dio la libertad a Chile. Posteriormente, por medio de una operación marítima, se embarcó rumbo a Paracas y años más tarde declaró la independencia del Perú.

 Sede del regimiento de los Granaderos a Caballo en Yapeyú.                                    Foto: Regimiento de los Granaderos a Caballo.
Sede del regimiento de los Granaderos a Caballo en Yapeyú. Foto: Regimiento de los Granaderos a Caballo.

Era muy difícil para la época entender a un hombre como el General San Martín, una persona totalmente desinteresada, apasionada por la libertad, austero en su forma de vida, leal a sus principios. Una persona de valores, que creía y confiaba en Dios, porque solo un hombre que pone su vida en manos de Dios es capaz de dar la suya por los demás. Injustos juicios y dudas sobre el patriotismo y grandeza del general lo obligan a abandonar estas tierras. Muchos años de ingratitud sufriría el excelentísimo Libertador por parte de hombres que ya gozaban de la libertad que él, con su “pobrerío”, les había proporcionado.

Al retirarse del Perú y luego de pasar por Chile, se embarcó desde Buenos Aires hacia Europa, un 10 de febrero de 1824 acompañado de su única hija, Merceditas.

Allí vivió los últimos años de su vida, dedicándose a la crianza de su hija y luego a la de sus nietas. Sin embargo nunca dejó de preocuparse por su tierra, aunque solo fuera a través de intercambios epistolares o reuniones diplomáticas, en los que expresaba su visión sobre el futuro de nuestra nación.

Finalmente, a la edad de 72 años, en su residencia de Boulogne Sur Mer, Francia, y en presencia de su familia, muere el 17 de agosto de 1850, quién será recordado por todos los argentinos como el “Padre de la Patria”.