En un Jardín, al sur, muy al Sur, vivía una plantita llamada Espartana, el nombre, hacía honor, de su resistencia a todos los climas. Ella era robusta, aunque pequeña, muy resistente, capaz de soportar la falta de agua, los tirones de quienes querían arrancarla, insecticidas, bacterias y demás maleza que siempre al acecho, trataban de destruirla. Ella no vivía sola, junto a ella, residía una comunidad de espartanas, que luchaban estoicamente, soportando cimbronazos de los jardines del Norte, ellos enviaban cardos gigantes, para pincharlas y tratar de secarlas. De hecho, las plantas del norte necesitaban el agua del Sur y sus tierras. Eran Gigantes, se habían vuelto insaciables y necesitaban alimentos para acrecentar su tamaño y expandirse, hasta cubrir todos los Jardines del planeta.

Un buen día, un grupo de espartanas decidió protegerse de tantas amenazas, para ello se juntaron las más sabias e idóneas y decidieron que era imperioso crecer y contrarrestar todos sus males. Con el tiempo, consumieron más agua, nutrientes y lograron el doble de tamaño. Ya no eran pequeñas y robustas, ahora tenían tallos gruesos, hojas brillosas de ensueño. Todo cambió en ellas y su Jardín, dejó de ser rústico y áspero, ahora era vistoso, una obra de arte.

Con los años, lograron romper con las amenazas del Norte y estar tranquilas, tomando solcito y divirtiendo colibríes, jactándose de jardincitos más pequeños, que deseaban ser como ellas. El sabio Consejo notó en estos años, que las plantas ahora grandotas, requerían mucha agua, para seguir creciendo, no les alcanzaba el sol, querían más y más, por tanto las plantitas más jovencitas no encontraban alimentos y se notaban, pálidas, sin color, hasta no parecían de ese jardín, desentonaban, como quien dice . Decidió el Consejo pedir un tallo a cada planta adulta para abonar la tierra y lograr que las plantitas chicas crecieran. Todas las adultas obedecieron y se cortaron un gran tallo en señal de gratitud. Pasado un año, más plantitas nuevas nacían y como la tierra era siempre la misma y el sol no podía agrandarse, el Consejo decidió pedir tres tallos en vez de solo uno. Estas accedieron ya sin hacer comentarios.

Lecturas de Verano: cuento de Emiliano Buffa

Al cabo de 10 años las plantas grandes ya no lo eran tanto, habían sido despojadas de la mayoría de sus elegantes flores, estaban tristes y ni siquiera podían expresar al Consejo su malestar, su tristeza. Las plantitas que habían recibido ayuda crecieron un poco, no alcanzaron las expectativas del Consejo y por lo tanto el Jardín se tornó tosco, frío y sin flores. Todas las plantas comenzaron a reclamar al Consejo, por la situación, a lo que este respondía.

- ¿Recuerdan cuando éramos débiles y rústicas?... Los jardines del Norte acechaban… Todo eso se ha ido.

-Ahora estamos débiles todas, ya sin flores-, replicaron.

Un año después el Consejo había dejado solo un brote pequeño por planta, ellos no se arrancaron ninguna, no podían ser frágiles decían, somos los que mandamos y debemos estar fuertes para defender el Jardín, se justificaban. Al mes el Jardín, ya no era tal. El Norte no amenazaba, no tenía nada que codiciar. El Jardín muy al Sur se consumió solo. Pensó tanto en sus enemigos, que se transformó en el peor de todos ellos. El Consejo siguió mandando, negando la situación. Al fin de cuentas ellos seguían teniendo su Jardín libre de todo mal, aunque parecía campo arado, ya no brillaba, ni era robusto como cuando empezó. Ya no quedaba nada, solo tierra, cardos, un par de cuervos que revoloteaban por allí y eso si… Un Gran Consejo de pocas plantas gigantes y llenas de flores que custodiaban ese desierto.

Sobre el autor

Emiliano Buffa (38) es profesor de Historia, especialista en Ciencias Sociales en Nivel Superior y escritor de ocasión.

Realizó sus estudios primarios en la escuela Río Negro, el secundario en el Instituto Pablo VI y su  profesorado de Historia en el Colegio Inmaculada Concepción. También llevó adelante numerosos talleres y su postulación en Ciencias Sociales a través del Ministerio de Educación de la Nación.