Hace unos cinco años atrás, Marcelo Longo y Sandra Luna quisieron comprar un autito para resolver cuestiones de traslados familiares y laborales los días de lluvia. Su idea era conseguir algo barato, nada sofisticado, con la premisa de que cumpla con el requisito básico de la movilidad.

Buscando encontraron un Citroën Dyane 6 modelo 80 y decidieron comprarlo. Después de un tiempo se dieron cuenta que en realidad el auto escondía muchos problemas, principalmente un chasis partido a la mitad que había causado varios defectos en la mecánica general.

Había que repararlo. Lo pensaron, pero no tanto. A pesar de las dificultades y de la inversión que tenían que hacer decidieron hacerlo sin saber quizás se terminarían sumergiendo en una aventura familiar que les dio grandes satisfacciones.

“Cuando lo compramos el auto estaba entero, pero tenía muchas reformas, el chasis partido y emparchado, hubo que hacerle muchas cosas como cambiarle el semieje y además le habían colocado muchas piezas del 3CV argentino. Si bien hay muchas compatibles hay otras que nada que ver. Le hicieron un sinnúmero de reformas que hubo que quitar para volver al estado original”, explicó Marcelo.

Y agregó con una sonrisa: “Empezamos a hacerle cosas y una llevó a la otra, pero cuando le hicimos chapa y pintura empezamos a darnos cuenta que el auto no iba a cumplir con el objetivo principal que suponíamos como familia. La cosa cambió y fue para otro lado”.

El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa

Se involucraron todos

Longo explicó que cuando comenzó la restauración se involucró la familia entera y terminaron agregándole una cuota emotiva. “Más allá de los mecánicos, chapistas, acá hay mucho de la familia, es muy emotivo, se involucraron mis hijas de 6 y 7 años, mi señora, mi suegro que tiene un taller de escapes y nos colocó el escape original, las cerraduras; mi suegra nos hizo toda la parte de costura de parasoles y junto con mi señora que hicieron el tapizado. Yo soy técnico en automotores, las cosas que podía hacer las hacía, pero Lucio Taranzano me ayudó con la parte eléctrica, encontré un muchacho de Santo Tomé que tenía un Dyane y me vendió muchas piezas y me regaló otras”, comentó.

Por su parte, Sandra contó que viajar en el Dyane se transformó también en una actividad para compartir en familia. “No tiene radio, no vamos rápido y podemos disfrutar charlando y viendo el paisaje”, señaló.

Pero como si fuera poco, esta pasión también los involucró en las carreras de regularidad, que se trasformó en uno de los pasatiempos familiares que más disfrutan. “Es el mimado de la familia, está guardado, tapado mejor que el otro, siempre limpio y reluciente, no lo usamos por lluvia. Siempre veíamos los encuentros que venían a San Francisco, nos encantan los autos así que decidimos participar en el Rally de 2019 y seguimos con los rallies de Santa Fe, Santo Tomé, María Juana y San Martín de Las Escobas donde nos pasó algo muy lindo. En ese Rally pasamos al frente del pueblo de mis suegros -Colonia Beltramo-, pasamos por la ruta y nos estaban esperando junto a nuestras hijas. Fue una alegría inmensa, nos quedamos pasmados de la emoción”, explicó Marcelo.

“Es que cada tornillito que uno ve te hace pensar quién lo puso o quién lo colocó, horas de trabajo y seguimos haciéndole cosas, creo que lo usamos más que al otro auto”, agregaron entre risas.

“Este auto simboliza la unión familiar puesto que hemos estado todos trabajando en el mismo, me llena de orgullo llegar a un encuentro y que lo miren, que me digan que les gusta, que me lo quieran comprar, está el esfuerzo de toda la familia y las horas que les dedicamos”.

El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa
El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa
El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa
El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa
El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa
El viejo Citroën que se transformó en la “joyita” de la casa