La ola polar que llegó el miércoles a San Francisco no le impidió a Gladys Ocampo estar a las 9 de la mañana sentada en su silla de ruedas frente al supermercado Vea, ubicado sobre el bulevar 25 de Mayo. Bien abrigada, bolso en mano, la mujer de 57 años manotea un puñado de rosarios que ofrecerá a la venta en los próximos minutos. La gente pasa y la mira, algunos ya la conocen y la saludan. Otros ni siquiera imaginan su historia de vida.

“Estoy siempre acá la primera semana del mes, la gente me conoce, me ayuda mucho; es la época que tengo que retirar la medicación, por eso salgo a vender los rosarios. Lo hago porque quiero seguir viviendo, haga calor o frío como hace hoy”, le indicó a EL PERIÓDICO.

Gladys tiene cáncer desde hace unos años. La enfermedad avanzó tanto sobre su cuerpo que debió someterse a varias operaciones. “Empecé con un tumor de endometrio, me hicieron la histerotomía total. Éste se fue a colon, luego me sacaron el riñón izquierdo pero se hizo metástasis en el pulmón. Es genético porque toda la familia de mi madre murió de cáncer, incluida ella. Por eso trato de luchar contra la enfermedad”, se consoló.

Dice que utiliza la medicación inyectable del doctor Ernesto Crescenti ante su enfermedad, y como es considerada una medicina alternativa, el Estado no se la cubre. Por eso tiene que desembolsar 486 pesos al mes: “Para juntar el dinero vendo rosarios de madera y de perlas que yo misma hago; la gente me ayuda y así voy juntando la plata”.

Pero esto no es todo. Además, la mujer necesita comprar un manómetro para su mochila de oxígeno y un adaptador para su carga, ante sus problemas respiratorios (le extirparon un tumor de la base del pulmón derecho): “La mochila de oxígeno la compré gracias a la caridad de la gente, pero tiene roto el manómetro y como es importado, de origen alemán, no entra el repuesto por las trabas a la importación, por eso hay que comprar uno nuevo”, contó.

Ir y venir, sola

Gladys vive en la zona rural cerca de Morteros. Para venir a San Francisco debe tomar el colectivo. Lo hace sola: “Me traslado en micro. Todos me conocen, llega el colectivo, doblo la silla y subo sentada marcha atrás por la escalera. Me afirmo con los brazos como puedo”, narró.

La mujer vive con su suegra de 82 años y dos niños de 3 y 5, cuya madre falleció. “Son hijos de mi cuñada y los cuidamos nosotros”, explicó.

Como si fuera poco, Gladys viaja cada fin de mes a Carlos Paz para realizar trabajos de planchado en un hotel. Toma el colectivo hacia la ciudad de Córdoba y al llegar a la nueva terminal de ómnibus parte en otro micro hacia la ciudad turística.

“No me quedo quieta, si yo no ando nadie anda por mí. Todo depende de uno y de la solidaridad del prójimo”, afirmó.

A Gladys también se la suele ver en la Iglesia del Cottolengo. Suele tener su mesita y allí espera que alguien le compre un rosario con la figura del Ángel de la Guarda, el Divino Niño, la Sagrada Familia o la Virgen de Guadalupe.

“Aprendí a hacerlos cuando estaba en terapia intensiva y luego en terapia ocupacional, eso me mantenía ocupada.  Yo le digo siempre a la gente que no me tiene que regalar dinero sino comprar un rosario, así me ayuda a sentirme útil también”, aclaró.

Según explicó, cobra una pensión graciable por parte del Estado. Sin embargo, son apenas 400 pesos debido al descuento que le hace el banco por un crédito que la mujer pidió cuando le sacaron uno de sus riñones. “Si estoy viva hasta el 2015 voy a cobrar 400 pesos porque lo demás me lo descuentan por ese crédito”, explicó.

Pese a todo, Gladys sonríe y está de buen humor. Prefiere no hablar de su marido y sus dos hijos que fallecieron en un accidente de tránsito en 1997, hecho por el cual quedó postrada en la silla de ruedas.

“Me pasaron tantas cosas en la vida, pero acá estoy”, remarcó con orgullo.