Alberto Juncos (61) hizo sus primeras armas en peluquería cuando tenía 12 años junto a su papá Raúl, que tenía un salón en Ituzaingó y Mármol, en barrio Hospital. Ahí comenzó la pasión que años después le transmitiría a Verónica (26), una de sus hijas.

A los 14 años ya empezó con la navaja y la barbería. “Venían personas y me decían ‘afeitame por favor’ y tenías que afeitarlos. Mi papá tenía 50 años, pero cuando uno es joven tiene mejor pulso. Afeitaba yo, lavaba las cabezas. Y cuando fui más grande empecé a cortar el pelo. Pero él no me dejaba, así que le sacaba las tijeritas y me iba a los barrios a juntar las moneditas”, recordó.

Alberto sostuvo que así fueron sus inicios en la profesión. “Fue de ver cómo lo hacía, de toda la técnica que tenía él. Él iba a aprender a Córdoba y después venía acá y estaba con todos los peluqueros que hoy en día no están más y yo aprendía ahí, en ese ambiente. Era hermoso. Todo quedó marcado para mí. A los 18 años me independicé y puse mi primer local”, comentó.

Su primer negocio lo tuvo por Avellaneda, donde ganó su primera clientela. Después volvió a trabajar con su padre en un mismo local, aunque por poco tiempo.

“A mí me gustaba la peluquería femenina y en esa época estaba mal visto que un hombre le corte el pelo a una mujer. Mi papá y mi abuela no querían saber nada con que tocara una cabeza de mujer, pero bueno, uno lucha por lo que quiere. Me fui y aprendí y me puse la peluquería por Libertador Norte hasta el 95. Y en ese año puse mi local sobre Iturraspe, donde estoy hoy”.

Con su hija

La incorporación de Verónica al rubro, aseguró Alberto, se dio paulatinamente. “Creo que en el transcurso de su vida ella misma descubrió la peluquería, porque así lo sentía”.

Tres generaciones unidas por la pasión a la peluquería

Ante esto Verónica comentó: “Estuve muy indecisa con respecto a lo que yo quería hacer con mi vida. Intenté varias carreras. No sabía qué hacer y se me dio por probar con peluquería. Me di cuenta de que era lo mío porque me salían cosas muy lindas”.

Para la joven, su profesión va de la mano de la capacitación y el aprendizaje constante. Es por ello que considera a la peluquería como un “arte”.

“Es un momento muy gratificante", sostuvo Alberto sobre lo que siente cuando ve a su hija creciendo en la profesión.

Acto seguido agregó: "Te llena, porque no hay nada más lindo que ver un hijo que es exitoso en lo que hace. Veo que ella va creciendo día a día y eso me llena de orgullo”.

En este sentido, Verónica confesó: “Mi papá no podía creer que yo había empezado peluquería. Y también me acuerdo de algo que me dijo mi abuelo que me quedó grabado: ‘Si vos querés ser peluquera tenés que ser la mejor, sino retirate’. Eso lo marcaba a mi abuelo, era exigente y muy bueno en lo que hacía”.

Estilo de vida

“El peluquero es una persona muy solitaria -reconoció Alberto-. Estás todo el día con gente, escuchando sus historias, pero al final del día querés estar solo. Parecería que fuera un psicólogo pero soy una persona comprometida con la realidad de los demás. Hay veces que las personas ni siquiera vienen a cortar el pelo sino que vienen charlar conmigo”.