La calesita gira a ritmo lento. Es martes a la tarde, con un tiempo ideal para plaza y Roberto Nigra está sentado sobre un banco de madera viéndola girar. Solo hay un niño que cabalga imaginariamente un caballito blanco ante la mirada de su madre: “Cambió mucho la plaza, antes no había lugar para subirse a la calesita”, remarca.

El “Chapulín” Nigra tiene 53 años y en los próximos días cumplirá 39 trabajando en la boletería de los juegos de la plaza. Llegó a los 14 años desde Santa Clara de Saguier y de tanto ir a la calesita ubicada sobre bulevar 25 de Mayo y Belisario Roldán (antes de trasladarse a la Plaza Cívica) terminó convirtiéndose en uno de los boleteros.

“Iba a joder allá por 25 de Mayo donde estaba la calesita antes. Ahí empecé. Iba a disfrutar, y después me pusieron a controlar”, recuerda.

La calesita funcionó un tiempo en ese lugar hasta que en 1979 fue ubicada en el centro cívico. Después, entre los años 80 y 90, se fueron agregando el resto de los juegos. Un trencito que ya no está, los botes, la caravana Ford T y el gusanito, entre otros.

Los chicos, su compañía

Roberto asegura que para mantenerse en este trabajo tenés que tenerle paciencia a los chicos: “Si no te gustan los chicos, no te puede gustar este trabajo”, sostiene, afirmando que “los chicos son la compañía de mi corazón”.

Nigra está de lunes a lunes en la plaza: “Me gusta mucho venir, si no vengo extraño. Tuve un accidente tiempo atrás, choqué con la moto. Dos meses me fue para recuperarme y ese tiempo extrañé mucho”.

Plazas menos populares

Roberto afirma que las mejores épocas de la plaza fueron hace 20 años atrás: “Me acuerdo de muchos chicos que hoy ya son grandes que venían; los otros días vino una mujer de 88 años que traía a sus hijos; ahora vienen sus nietos y sus bisnietos”, manifiesta.

El “Chapulín” explica que en parte es porque muchos chicos prefieren los videojuegos pero además –agrega- los gobiernos no ayudan: “Los gobiernos no saben administrar, la gente tiene menos plata para gastar y hoy una salida con los chicos te cuesta mucho dinero”.

Sobre la plaza, Nigra opina: “Le falta más cuidado”. Luego reconoce que a su entender los juegos que más tiran son la calesita y los botes, y asegura que a este último no se subiría: “Se me da vuelta todo”, expresa. ¿Qué le agregaría? “Yo agregaría la rueda gigante que se llenaba siempre cuando estaba”.

Su vida

Roberto además de la plaza trabaja de cartonero. Cada mañana y cada noche sale con su carro anexado a una moto para juntar cartones y botellas: “Tengo muchos clientes, lo hago para poder mantener los vicios”, aclara sonriendo.

Dice que está soltero “sin una flor que me siga” y que le gusta ir a tomar algo y comer con los “compañeros”.

Por otra parte, el “Chapulín” no imagina su vida sin la plaza, sin los chicos dando vueltas a su alrededor, sin una calesita que gire o un gusano que de vueltas por la Cívica: “De acá me van a sacar con los pies para adelante; me voy a morir acá adentro”, señala frunciendo el entrecejo.

La música vuelve a sonar y la calesita alberga a un niño más. Roberto recibe el boleto y la hace rodar. Otra vez, como siempre.