Es el “Chacho” Panero. Así, sin vueltas, por más que se llame Pablo Ramón. El que lo saluda por la calle lo hace por su apodo y él responde a ello. En estos días está cumpliendo 50 años de labor en el rubro alimenticio en San Francisco, con la distribuidora que lleva su nombre y apellido, ubicada en Deán Funes 2582. Comenzó con la venta de helados, le anexó el hielo “rolito” para en la actualidad tener una amplia gama de productos congelados en oferta. Panero los ofrece, todos, en su negocio.

Hoy, con el peso de los años sobre sus espaldas, ya cuenta 77, no ocupa el mismo rol protagónico dentro de la empresa ya que descansa en sus hijos, sin embargo sigue firme cada día en la fábrica de Deán Funes y Belisario Roldán, en barrio Roca.

“Siempre aposté a la distribuidora, siempre mis hijos estuvieron al lado mío, por eso tantos años”, confesó Panero a El Periódico, agregando que aspira a seguir aportando desde su lugar: “Sigo trabajando, a mí me queda el negocio y los hijos y esto es lo que me activa. Abro el negocio a la mañana, veo el depósito, chequeo que los camiones estén cargados y después vuelvo a la siesta hasta las 21”, reconoció.

Torno y verdulerías en los inicios

Aunque a Panero se lo reconozca por la venta de congelados, en sus inicios fue metalúrgico. Pero un accidente laboral lo terminó alejando del rubro y acercando más aún a su padre, Tomás, con quien comenzaron con el negocio de las verdulerías.

“Un día viene y me dice ‘vamos a poner una verdulería’ pero yo le dije que no, entonces me responde: ¿‘no vas a conocer el zapallito, la zanahoria y la papa’? Después terminamos arrancando”, recordó.

Rápidamente la verdulería se terminó transformando en un almacén de barrio, al que solo le faltaba la venta de carne: “Fue gracias a los clientes que son quienes te hacen el negocio, uno te pide una cosa, el otro otra cosa y se va ampliando”.

En ese crecimiento inicial, Panero destacó el rol de su esposa: “Tuve la suerte de que me casé con una muy buena mujer, espectacular, guapa y trabajadora, yo veía que ella se destacaba atendiendo a la clientela del barrio porque no había supermercados ni nada. Entonces puse otra verdulería”.

Pero entre frutas y verduras, al Chacho un día lo tentaron con cambiar de rubro, sin imaginar en ese entonces que su vida cambiaría rotundamente.

“Un día llega gente amiga de San Francisco a la verdulería y me dicen que se vendía una heladería y si la quería comprar. De verdulero a heladero, me pregunté”, narró. Esto fue en el final de la década del sesenta.

De profesión heladero

La heladería en cuestión era La Montevideana y Panero a base de esfuerzo la compró. Sin embargo, debía ir cada semana a Villa María a buscar la mercadería a un distribuidor. Lejos de conformarse se fue a Rosario para hablar en persona con los dueños de la empresa para convertirse en distribuidor directo de la firma. Pero para ello necesitaba una garantía que le facilitó Eugenio Gordo, un amigo, a quien además le compraba la verdura, al cual agradece hasta el día de hoy.

“Él (por Gordo) tenía el depósito en Rivadavia y Dante Alighieri y yo estaba apoyado, no me voy a olvidar nunca, a un cajón de zapallitos. Y estaba como cabizbajo. Y llega Eugenio y me pregunta ‘qué te pasa. Le digo que tenía la suerte de tener la distribución de La Montevideana, pero necesitaba una garantía. Ahí me dijo: ‘¿qué tenés que hacer mañana sábado? Te llevo a Rosario y te arreglo el paquete’. Yo llegué a mi casa y me puse a llorar en la punta de la mesa de alegría”, recordó.

De esta manera, Panero se convirtió en el segundo distribuidor de La Montevideana del país y con una heladería ubicada sobre calle Mitre al 300.

Con el tiempo el negocio se fue agrandando hasta que se hizo necesaria la compra de una cámara de frío para evitar viajar cada domingo a buscar mercadería a Rosario. Y otra vez Eugenio Gordo, a quien Panero define como un “segundo padre”, le dio una mano para sacar un crédito bancario. Luego surgió un nuevo local, el de Deán Funes 2582.

“Ahí empezamos a vender cada vez más y fueron pasando los años, 25 años solo en la ruta, con mi hija cuando terminaba las clases venía ella y me acompañaba a las confiterías, comedores a llevar los helados”, rememoró.

La hora de los congelados

Mientras se afianzaba la venta de helados, Panero decidió ingresar en 1975 a su negocio la venta de hielo “rolito”. “Nadie lo conocía, antes eran todas barras”, aseguró.

También, Chacho explicó que fue pionero en traer a la ciudad la cucharita de plástico para los helados: “Antes eran todas de madera balsa. Pero cuando traje la de plástico venían a la heladería por la cucharita y no se llevaban una sino que se llevaban un puñado, pero no podía decirle nada porque no quería pelearme con los clientes, al día después jugaban los chicos en la arena con la cucharita”, rememoró.

“La heladería se fue agrandando, pusimos más distribución y captamos más clientes en la zona; nosotros lo que hacíamos era darle un helado de calidad, buen servicio y atención personalizada”, aseguró.

Tras varios años comercializando La Montevideana, la empresa fue vendida a la firma de cigarrillos Phillips Morris: “Quedamos 60 distribuidores afuera, quedé muy triste porque tenía una estructura de mercado y que te dejen sin mercadería... Entonces trajimos una marca de helado que se llamaba San Remo (de San Lorenzo) y con el tiempo, a mediados de los noventa, empezamos a vender Ice Cream. Yo me siento muy identificado con el helado y el hielo”, indicó.

Los años siguieron pasando y al negocio, Panero le agregó más productos congelados: papas fritas, hamburguesas, pescados, carnes, postres y productos de panificación.

Si bien las puertas de la distribuidora están abiertas al público, la vidriera de sus productos es también el negocio “Puerto Sur”, que vende sus productos, emprendimiento que lleva adelante uno de sus nietos y que se encuentra ubicado en Juan de Garay 2666.

Durante la entrevista, Panero no se olvidó de los proveedores y clientes a quienes agradeció por su apoyo. Lo mismo para aquellos que diariamente les brindan servicios mecánicos, eléctricos, publicitarios, entre otros.

“Siempre supimos que innovando íbamos a estar bien, hemos tratado de vender mercadería que llegara bien al mercado, siempre buenos productos y de mucha calidad”, afirmó Panero, quien en estos días celebra cinco décadas de trabajo. Lo que no es poco para los tiempos que corren.