En San Francisco, un matrimonio mantiene firme su dedicación por un oficio al borde de la extinción: la encuadernación y restauración de libros. Armando Tribolo (80) y su esposa Olga Boetto (81) continúan un emprendimiento familiar que nació hace más de 50 años y que, a pesar de todos los avances tecnológicos y la digitalización de documentos, se rehúsa a desaparecer.

"Mientras exista algún libro, el oficio de encuadernador no se va a terminar", consideraba el matrimonio en la sala de trabajo en su vivienda de barrio Roca, rodeados de libros, papeles y una antigua prensa para encuadernar.

Este antiguo oficio –confiesan ambos- surgió de casualidad: "En la primaria, una maestra nos enseñó a encuadernar como parte de una clase práctica. Eso quedó. Y cuando terminé la secundaria y el servicio militar estaba buscando trabajo. Mi abuelo me regaló unas revistas que venían con un diario de Buenos Aires y se me ocurrió encuadernarlas. Si viera ese trabajo ahora seguro lo quemaría de lo mal que quedó", dijo Armando.

Luego, cuando conoció a Olga y formaron pareja, la mujer se encargaba de salir a buscar clientes y mostrar los trabajos de Tribolo. Era comienzos de 1970, una época de oro para las editoriales y los diarios nacionales que mensualmente o por semana publicaban fascículos o revistas de los más variados temas.

“Arranqué visitando a los quiosqueros que nos facilitaban contactos de los clientes, entonces agarraba la bici, o a veces a pie y les llevaba algo de muestra de lo que hacíamos y nos empezamos a hacer conocidos. Por aquella época encuadernamos mucho”, aseguró Olga.

Un arte

Los Tribolo consideran, con modestia, que la encuadernación es un arte que requiere precisión, dedicación y mucha paciencia.

En este sentido, Armando comentó: “Esto no es soplar y hacer botellas, hay que estar, cuidar los detalles. Requiere mucha paciencia”.

Aunque ambos están jubilados, coincidieron en que es una tarea que los mantiene activos. “Al parecer nadie más quiere aprender a encuadernar”, indicó Olga.