Será casi una hora de charla en la que Mía Solang Bornia (32) contará muchas cosas de su vida: su infancia, el descubrimiento de su sexualidad, la identidad, la noche y la prostitución; también sobre la nueva etapa que atraviesa y el futuro que imagina.

Mía es una joven mujer trans de San Francisco que por falta de oportunidades tuvo que recurrir a la prostitución para tener un sustento, pero que este 2023 se decidió a retomar sus estudios secundarios para finalizarlos y tener la posibilidad de conseguir un trabajo digno por primera vez en su vida. Pero, además, se anima a soñar más allá y piensa en seguir una carrera terciaria.

En este sentido, a pesar del avance que en términos de derechos fue ganando la comunidad trans, la inclusión sigue siendo una asignatura pendiente en muchos aspectos, sobre todo en cuanto a oportunidades laborales. Si bien la aprobación del cupo laboral abre la puerta a la posibilidad de que el Estado incorpore a sus integrantes en sus plantas de personal, todavía aguardan por un lugar, aunque Mía no pierde la esperanza de que las oportunidades llegarán.

La infancia, los primeros cambios

Aproximadamente a los ocho años recuerda que le llamaba la atención otras cosas que a un niño “normal” –destaca- podrían interesarle. Por ejemplo, la ropa de mujer, las pinturas, el maquillaje, los zapatos; desde entonces sintió que algo distinto había en ella.

“Alrededor de los 15 años ya me empecé a vestir con ropa de mujer, a hacer como una transformación”, recuerda. Y fue allí, en la adolescencia, donde comenzaron los señalamientos, las miradas, las burlas, los insultos y muchas veces la discriminación como respuesta a todo.

Sostiene que el colegio le “costaba” porque siempre estaban las burlas. “Quedé libre por faltas. Iba a Educación Física y no había forma de que me adaptara porque había dos grupos: los chicos un día y las chicas el otro, y me costaba. Entonces no fui a las clases y me quedé libre”, recuerda. Cursó hasta segundo año en el Nivel Medio.

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A la calle

Al dejar los estudios, Mía quedó al amparo de sus abuelos que la criaron y los cuales, según dice, nunca tuvieron objeciones sobre su orientación sexual y su forma de vestimenta.

Ella trataba de ayudarlos en la casa y colaborar con un almacén que tenían a su cargo. Sin embargo, Mía buscaba una mejoría económica y en 2014 decidió que la calle era su única opción ante tantas puertas que se cerraban.

“En esa época no estaban las oportunidades que fueron surgiendo en los últimos años. Si bien yo no viví lo peor que atravesaron las chicas más grandes, sí sufrí mucho”, confiesa.

- ¿Cómo llegaste a la decisión de salir a la calle a ejercer la prostitución?

- Fue alrededor del año 2014. Me costó la decisión, pero no podía seguir dependiendo de mis abuelos, no quería ser una carga. Hasta que un día, después de mucho pensarlo le dije a una de las chicas que me lleve. Ella me aconsejó cómo manejarme en la noche. A diferencia de las compañeras que trabajaban en la calle en los ‘90 o los ‘2000, a mí no me tocaron tantas situaciones desagradables, porque ellas salían incluso a comprar pan y las llevaban presas por el solo hecho de estar vestidas de mujer. A mí nunca me pasó.

De todos modos refiere que la calle está difícil en la actualidad por la crisis económica y la inseguridad. Mía, por fortuna para ella, cuenta que nunca atravesó situaciones muy complejas. Aunque en dos ocasiones le robaron, menciona, nunca padeció que un cliente se sobrepase o la haya querido golpear, o incluso más, haciendo mención a los travesticidios que ocurrieron en los últimos años en la provincia de Córdoba. 

“Desde que empecé a trabajar en 2014 siempre lo hice en la ruta. Por las noches creo que soy la única que queda en ese sector o una de las últimas, no hay más chicas como lo había antes. Y lo bueno que podría rescatar es que las chicas más grandes ya no están trabajando en la calle porque ya demasiadas cosas sufrieron años atrás”, admite.

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La negaban de día y la buscaban de noche

Mía sostiene y subraya que muchas veces fue en búsqueda de trabajo digno, pero siempre las negativas fueron recurrentes y hasta exageradas.

“En su momento era muy difícil, si no te cerraban la puerta en la cara te decían ‘dejame el currículum, después te llamo’ y nunca nadie llamó. Pero varias de esas personas a los que les llevaba el currículum eran los que por las noches te buscaban en la calle”, blanquea.

Y agrega: “Todas esas cosas me tiraban para atrás. Te miraban de reojo de día y a la noche ya no importaba cómo estabas. Fue difícil”.

En este punto, relata que varias veces pensó en irse de la ciudad, a Córdoba, por ejemplo. “Pero siempre estuvo ese miedo de no saber cómo te puede ir o cómo podés terminar. Quise irme pero a trabajar de otra cosa, no a ejercer la prostitución, para eso me sigo quedando acá y Córdoba se ha vuelto una ciudad mucho más peligrosa para nosotras”, explica.

Así es como todavía Mía sigue trabajando en la calle, de lunes a viernes por la noche, cuando la intensidad de la vida disminuye en la ciudad y comienzan las horas en las que ofrece su cuerpo. “Hasta la actualidad sigo con este trabajo, es el único sustento que tengo de vida”, dice.

- Con el colectivo trans han tenido reuniones con el municipio por el cupo laboral, ¿creés que pueda haber una oportunidad?

- Pienso que sí, porque los tiempos fueron cambiando y espero que la gente también lo acepte y no nos vea como un objeto o un bicho raro, sino como una persona más que también tiene derecho y el deseo de trabajar como cualquiera. La lucha del colectivo trans es por muchos derechos vulnerados y que nos vienen siendo negados, pero el cupo laboral te diría que es central para mejorar la vida de todas y demostrar que estamos capacitadas.

Volver para mejorar su futuro

Mía decidió el año pasado retomar sus estudios con un serio objetivo: “Me motiva poder tener un trabajo, otra calidad de vida y que la sociedad nos vea de otra forma”, afirma.

La joven se siente a gusto con su decisión: “Lo disfruto porque a comparación de cuando yo iba a la secundaria ahora es otra cosa, en principio con el trato de la gente, los profesores, los compañeros, con todos. Nadie hace bullying como el que me tocó vivir hace años”.

Si bien admite que le costó volver a estudiar, insiste en que se siente cómoda, que quiere finalizarlo y poder conseguir un trabajo. “Si puedo seguir una carrera, me gustaría seguir estudiando”, se esperanza.

Aunque ha sufrido discriminación y desprecios en el pasado, ella se mantiene optimista en cuanto al futuro: “La mentalidad en la ciudad y la actitud de la gente es otra, hay una apertura hacia la inclusión. Se nota en las chicas más jóvenes que todas buscan mejorarse y ayudar, en esto creo que fue importante el colectivo trans, nos ayudó a unirnos con el resto de las organizaciones sociales, siento que eso ayudó bastante a la hora de que la sociedad nos mire de otra forma”, cerró.

- ¿Te ves proyectando una vida en familia, te gustaría?

- Por el momento no, así estoy bien soltera y sin apuro, pero nunca digas nunca (sonríe). Porque muchas veces me dije que no iba a trabajar en la calle y hoy estoy parada en la ruta. Creo que, para poder formar una familia primero, tendría que tener un trabajo estable para que no falte nada.

Otros cambios: “Hace pocos años no podíamos ir ni siquiera a una tienda a comprar ropa porque no ‘tenían’ lo que buscábamos o directamente no nos querían atender. Ahora es distinto, vas a una tienda y las mismas chicas que te venden te ayudan a elegir las mejores prendas y pasás un buen momento, son cosas que te dan ánimo”.

Cosas que siguen. Según Mía, algunos lugares, sobre todo ciertos boliches bailables, siguen ejerciendo “discriminación” a la hora de tratar con chicas trans. “Hay boliches a los que vas y no hay problema, podés pasar una linda noche con amigas. Y otros que todavía te siguen negando la entrada”, se sincera.