En la tardecita, cuando el sol cae y algo de aire empieza aparecer, las reposeras y las sillas aparecen sobre el mosaico o el cemento caliente, a la vera de cualquier calle de barrio.

Sentarse en la vereda es la excusa para bajar un cambio, salirse de la rutina y mirar hacia adelante, muchas a veces a la nada misma. Gente caminando, autos, motos y bicicletas que pasan con rumbos desconocidos adornan el paisaje. Algunos pájaros cantan y hay perros que ladran.

La vereda es ese lugar donde nos parece que hay más frescura, aunque no siempre sea así; llama a salir del interior de la casa, ese horno gigante que no cocina pero sí agobia.

En San Francisco este noble ritual sigue latente. Y a la par de la reposera suelen estar las mesitas con el mate o alguna bebida bien fresca: gaseosa y jugo para los chicos, alguna cerveza para los mayores. Si es fin de semana es infaltable la picada: con lo que haya en la heladera. El teléfono, un libro, una revista o un diario; la tele mirando hacia afuera o una música de fondo. Todo vale porque no hay reglas.

Desde la vereda

“Esperá que me busco una camisa”, dice Rodolfo Chiaraviglio (72), vecino de calle Rioja al 2000, en barrio Bouchard. El hombre deja por segundos su reposera de tela roja y amarilla y caños blancos y aparece con el torso cubierto con una camisa a cuadros blancos y lilas, este último color de reciente moda según la revista española Vogue.

“Todas las tardecitas aprovecho a salir cuando baja el sol, aprovechamos la calle de tierra que no es como el pavimento que levanta el calor. Acá refresca enseguida”, dice con total calidez el hombre de cabeza calva a El Periódico.

Para Rodolfo, la vereda invita a la charla con vecinos.
Para Rodolfo, la vereda invita a la charla con vecinos.

Rodolfo reconoce que la silla afuera llama a la charla, esa que puede mantener brevemente con algún vecino que le pasa cerca: “Es un buen llamador la vereda para dialogar. ¿De qué hablamos…? Y de este calor, yo me crié en el campo y a mi edad nunca viví un sol que queme así, de esta manera”.

A unos metros, pero por calle General Paz al 1400, Roberto Milton (74) repasa la pantalla de su teléfono celular. Dice estar jubilado, pero remarca que no puede estar sin hacer nada. Mientras cuenta, el molesto ruido del escape de una moto que pasa raudamente lo interrumpe: “Ya sabemos lo que son las motos”, contextualiza este vecino que dice haberse dedicado a lo largo de su vida al rubro del calzado, tanto en la fabricación como en el arreglo.

“No es algo común sacar la reposera porque dejo tarde de hacer cosas, pero si termino temprano lo hago. Riego un poco el frente y me siento”, explica. De fondo puede haber algo de música o la tele. El mate es una buena compañía, y si su “señora” lo acompaña –completa el hombre- pasan la tarde noche degustando una cerveza.

Roberto sale a la vereda cuando termina temprano sus cosas.
Roberto sale a la vereda cuando termina temprano sus cosas.

Siguiendo hacia el suroeste también aparecen en escena más vecinos que hacen de la reposera y la vereda una sana costumbre. Ya en barrio Jardín, sobre Caseros al 1400, aparecen Marta (74), su sillón blanco con tonos grises y su perra caniche toy, Kity. A su lado, una silla que la mujer remarca es para “los pasanderos”. Y una de las que pasó por ahí, vio luz y se sentó, fue su vecina Norma.

“Uno está adentro siempre con este calor, salimos solo hasta el súper. Ya cuando cae el sol nos sentamos en la vereda a pasar el rato, a veces somos cuatro, tomamos una cervecita, compartimos un puchito”, resalta la dueña de casa.

Marta siempre deja una silla libre frente a su casa de barrio Jardín para el vecino o vecina que la quiera acompañar.
Marta siempre deja una silla libre frente a su casa de barrio Jardín para el vecino o vecina que la quiera acompañar.

“Hablamos del barrio, hay que pelear para que nos corten los yuyos, para que junten la basura”, apunta por elevación al municipio y sostiene que para no sentirse inseguras suelen levantar el rancho cuando las primeras se empiezan a ir: “Tratamos de no estar solas, nos vamos campaneando”.

En barrio 9 de Septiembre, Diego Ferreyra está junto a sus dos pequeños hijos, un vecinito y su suegra compartiendo el mate. Su compañera de vida está dentro, dice, trabajando.

“Todas las tardecitas regamos un poco y salimos a buscar la fresca”, cuenta mirando al cielo. El mate es un aliado y a su lado los últimos bizcochos duermen dentro de una bolsa. Indica que si es fin de semana sale picada y cerveza: “Como se solía hacer antes en los barrios, sentarse afuera para estar más frescos”, subraya rememorando tiempos de su infancia.

Diego Ferreyra y su familia en la vereda, aprovechando las vacaciones.
Diego Ferreyra y su familia en la vereda, aprovechando las vacaciones.

Mientras su hija más pequeña baila al ritmo de una canción infantil, Diego reconoce que la música acompaña sus tardes noches en la vereda: “Ponemos algún festival de fondo, no podemos ir pero por lo menos lo vemos”, se conforma.

Mientras el sol está a punto de caer finalmente, sobre Carlos Gilli al 3300 se observan varias reposeras afuera. Allí están Carlos Soria y Olga, como en cada tarde y noche de verano.

“El barrio se presta para sentarse en la vereda, salir a descansar, es temporada del año para esto. Y nosotros charlamos mientras los chicos se divierten, nos distraemos”, señala el hombre de sonrisa prominente mientras sus nietos van y vienen de la pileta a la calle.

Sobre si es seguro el sector para estar afuera, Carlos reconoce: “Mucha confianza hoy no se puede tomar, hay que estar precavidos”, pero aclara: “La vereda para nosotros es un lugar más”.

Carlos y Olga son fieles a la reposera en la vereda.
Carlos y Olga son fieles a la reposera en la vereda.

“En el respiro de las fatigas, soportadas durante el día, (la silla) es la trampa donde muchos quieren caer; silla engrupidora, atrapadora, sirena de nuestros barrios”, escribía el magnífico Roberto Arlt en su cuento “Silla en la vereda”.

En San Francisco, todavía, muchos siguen dejándose engrupir, cayendo pesadamente en las garras de una tela agarrada de caños o simplemente de una tabla con cuatro patas de madera. Así, mientras pasan la vida mantienen vigente esa sana costumbre: la de sentarse en la vereda