En el austero mundo de Graciela Núñez (84), los animales son presencia, cariño, trabajo y pasión. La mujer es taxidermista, tal vez la única en la ciudad, y posee un gran conocimiento sobre los “bichos”-como ella llama a sus ejemplares embalsamados- y la naturaleza.

La taxidermia es el arte de disecar animales para conservarlos aparentando que están vivos y facilitar así su exposición, estudio y conservación. De esto Graciela conoce y mucho, ya que se inició en este hobby a los 16 años, el cual le permitió vivir, aunque no “hacer plata”. Se define como “autodidacta” y posee en su casa un verdadero museo de “bichos” embalsamados.

Graciela Núñez, taxidermista: “Hay que tener vocación para hacer esto”

“Nunca lo hice con ese objetivo. Esto es un arte, a uno tiene que gustarle, como el médico cirujano, hay que tener vocación para esto”, sostiene. A su vez refiere que perros y gatos ha embalsamado muchísimos con los años, porque la gente, al sufrir la pérdida de sus mascotas, quiere tener una forma de recordarlas.

Sus primeros pasos

Graciela tenía 16 años cuando comenzó a realizar este trabajo por la fascinación que le generaba la naturaleza de los animales y cómo poder conservarlos.  

“Siempre me gustaron los animales -asegura-, cuando me casé mi marido era cazador y él me traía los ‘bichos’. Y cosa que traía, la embalsamaba”.

De su arte, comenta que le gusta ver la obra terminada y saber que ese animal pasará por varias generaciones de una misma familia.

Graciela Núñez, taxidermista: “Hay que tener vocación para hacer esto”

¿Cómo es el trabajo del taxidermista?

Uno tiene que trabajar de parado. No se puede estar sentado haciendo esto. Se necesitan aparejos, porque con “bichos” grandes no se puede trabajar en una mesa, hay que colgarlos, limpiarlos. El trabajo del taxidermista es muy grande, a uno tiene que gustarle. Mucha gente me ha pedido que le enseñe, pero no se puede, tendría que tener un lugar especial, no se puede enseñar en cualquier lado, se necesita una especie de laboratorio donde el que aprenda pueda hacer las prácticas.

¿Cada animal tiene su tratamiento?

Cada trabajo tiene su tratamiento, no se embalsama todo igual, los líquidos son distintos dependiendo el animal. Hay algunos que llevan más trabajos que otros. Hay que ser detallista, ir mucho a la naturaleza. A los “bichos” los estudio, cuando se enojan, sus gestos y demás.

¿Salía a cazar animales?

No, no. Trabajo con animales muertos, yo no mato “bichos”’, sólo con los que murieron naturalmente o los que me trae algún cazador. Soy una defensora de la naturaleza.

¿Qué le dice la gente cuando sabe de su hobby?

Al principio me costó hacer esto. Cuando arranqué, San Francisco era muy chico y algunas personas pensaban que hacía brujería (ríe). No sabían lo que era un “bicho” embalsamado y que esto podía quedar de forma natural. Ahora cuando me preguntan, hay muchos que tampoco saben de qué se trata, así que me tomo un tiempo para explicarles.

Graciela Núñez, taxidermista: “Hay que tener vocación para hacer esto”

¿Hubo algún animal raro que le tocó embalsamar?

No, animal raro, no. Lo que sí, siempre tuve muchos animales que no son de esta zona, como yacarés, grandes iguanas, pumas, avestruces. También me han pedido cabezas de animales y algún que otro perro o gato. Un trabajo bien hecho se entrega en 20 o 25 días y siempre al cliente se le da la oportunidad de que tenga la expresión que quiera.

“Ese perro es mío”

Graciela recuerda una curiosa anécdota que le ocurrió con un perrito embalsamado. “A mi hija, cuando iba a trabajar, todos los días la seguía un perro. Resulta que una vez lo atropelló un auto y falleció. Mi hija lo encontró y lo trajo de lástima, para que lo embalsamara. Y así quedó en casa. Después de varios años me hice amiga de una señora en clases de bonsái. Cuando vino a mi casa se encontró con el perrito embalsamado y me dijo que ese perro era suyo, que se había perdido hacía muchos años y que jamás lo pudo encontrar. Lo que son las cosas de la vida”, refirió con una sonrisa.