Germán Rossi tiene una vida ligada a los fierros. Le gustan las motos y hasta fabricó una con un motor estacionario y partes de otras motos. Pero su especialidad son los aviones, son su pasión y tiene toda una vida ligada a ellos.

Es socio del Aeroclub desde hace casi 30 años y fue pionero en la institución local en la instalación de un aerotaller a mediados de los 90. Sin embargo, por cuestiones ajenas a él ese proyecto no prosperó y tuvo que partir buscando nuevos rumbos. Hoy trabaja en el campo, asesora aeroaplicadores y da una mano en el aeroclub local.

“Salir a volar te desenchufa completamente. Sacás los pies de la tierra y la sensación es inexplicable. Yo creo que uno nace con eso y para eso. Es una satisfacción muy grande cuando realizás un trabajo y ves que al avión salió y el piloto te dice que está todo perfecto. En ese sentido es algo diferente a un mecánico de auto”, contó Germán.

El sanfrancisqueño explicó que no es mecánico oficial del Aeroclub, que la supervisión depende de los talleres oficiales de Río Cuarto y Paraná. Sin embargo, su experiencia y su licencia oficial son garantía en la institución local a la hora de solicitar asesoramiento en cuestiones menores.

De piloto a mecánico

Rossi no empezó de lleno en el mundo de la mecánica. Su idea era ser piloto y hacer carrera, pero los altos costos de estudio terminaron truncando esa chance y además a él le llamaba más el trabajo con las máquinas. Estudió algunos años de ingeniería y luego se fue a Buenos Aires donde sacó su licencia de mecánica aeronáutica.

A su regreso, trabajó en un aerotaller en Las Varillas, y luego, estuvo cinco años en la aerolínea Southern Winds como mecánico en el Aeropuerto de Córdoba. “Saqué la licencia de categoría B. Trabajé con aviones de gran porte como el 737 de 200 pasajeros o el 767. Hicimos cursos en Brasil y Chile para los Boeing. Me vine después de un par de años y la empresa se disolvió”, explicó.

La misma responsabilidad

Rossi explica que ser mecánico de avión es tener la misma responsabilidad que todos los mecánicos, aunque casi sin margen de error. “Siempre me dicen que es un trabajo muy responsable, pero creo que en todos los trabajos tenés que ser responsable. Me parece que en aeronáutica se trabaja más a conciencia. Si el avión se para no podés frenar a arreglarlo. Yo creo que es más fino el detalle, pero es tan importante como ser mecánico de autos o de motos. No sé si será la educación que dan los supervisores, pero prima el hecho de ser muy fino en los detalles”, explicó.

El hombre también sostuvo que la mecánica de los aviones chicos (como los que circulan en el Aeroclub local) no es compleja, comparando con la mecánica con la cual trabajó en los aviones comerciales. “Los aviones chicos no son tan complicados como la mecánica de los autos de ahora con inyección electrónica, por ejemplo. Es una mecánica antigua. Con doble encendido con magneto, doble bujía, carburación ascendente, inyección monopunto. Es antigua pero segura, porque en estos casos no podés depender de la electrónica por seguridad”, indicó.

Germán Rossi: mecánico de aviones

El bombardier: un desafío

Rossi contó que su mayor desafío fue trabajar en Córdoba con el CRJ Canadiense, conocido como el “Bombardier”. Un avión para 45 pasajeros que se utilizaba en la década del 90 para vuelos de cabotaje. “Fue el que más me atrajo porque es el que más trabajo me costó. Es un avión de alta tecnología, tuve que agarrar los libros en inglés, leer, estudiar, hacer cursos. Me gustó porque me costó aprender y entender el sistema binario que tenía, había que leer siempre el manual para detectar la falla, ir a ver el código binario, ir a la ECU de nuevo. Fue difícil pero muy lindo”, indicó.

“Viniendo de la aeronáutica liviana y empezar a trabajar con esos aviones me costó mucho, fueron un par de años para conocer todo. Pero es normal, pasa que trabajás con alta tecnología -en aquel momento- y con máquinas con manuales en inglés”, contó entre risas.

Germán Rossi: mecánico de aviones

El Luscombe, un sueño cumplido

Rossi cumplió su sueño: reconstruyó casi de cero un avión Luscombe de 1947 que había sufrido un accidente y lo puso en las nubes. “No fue construido, pero sí reconstruido. Lo hice yo y lo pude volar. Le pusimos cinco años para terminarlo. Carreteamos, probamos y dio sus frutos. Fueron muchas noches de trabajo en el hangar, de renegar. Andrés Calcagno me dio una gran mano y Ramón Ardid, el propietario, confió todo”, indicó.

“Lo armamos y lo volamos, la sensación de salir a probar algo que armaste todo vos, que lo desarmaste y lo reconstruiste es inigualable… Tratamos de volar casi todos los fines de semana, generalmente los domingos a la mañana. También hemos participado de la última edición del bombardeo que se hizo en San Francisco, hemos ido a Rafaela. Tiene su velocidad, pero es más tranqui”, dijo Rossi.