Sobre calle Paraguay al 1200, cualquier transeúnte puede observar un particular cartelito fuera de una vivienda que reza lo siguiente: “Arreglo y construcción de guitarras”. Inmediatamente el mensaje llama la atención, la reparación de instrumentos puede resultar algo común, pero que alguien construya guitarras, no tanto. ¿Acaso el reconocido luthier sanfrancisqueño Aldo Merlino cambió su dirección?

Golpeamos la puerta y atiende un singular artesano de gorra y pelo largo. Se trata de Roberto Lonatti (52), un luthier que construye y arregla instrumentos de cuerda desde hace muchos años, aunque no siempre fue su oficio. Su pasión por la guitarra nace en su infancia cuando su padre le regala su primera “viola” y en la adolescencia comienza a investigar todo lo referente a la construcción del instrumento.

En su espacioso taller hay varias guitarras, charangos y ukuleles colgados de la pared, como promocionándose. Y unas pocas herramientas. Es que, como explica, el lutier está acostumbrado a trabajar “a mano” con solo algunos instrumentos y pocas máquinas. “Mis amigos siempre me gastaban diciendo que hacía las guitarras con un Tramontina y para seguirles el juego siempre dejo uno cuchillo al lado de la mesa de trabajo”, bromea.

-¿Qué hacías antes y qué lo llevó a desarrollar este particular arte?

Tuve diversos oficios, la mayor parte de mi vida fui carnicero, después trabajé diez años en una fábrica metalúrgica, pero mientras tanto hacía guitarras. Lo hacía como hobby para mí y después empecé a hacerlo más seriamente. La pasión por la guitarra nació cuando mi viejo me regaló mi primera ‘viola’, tenía 9 años. A los 16 o 17 empecé a adentrarme en el instrumento, a desarmarlo y a comenzar a experimentar. En el camino fui rompiendo muchas, porque esto no te lo enseña nadie, es prueba y error y mucha paciencia.

- ¿A qué instrumentos se dedica?

Sobre todo guitarras, charangos, ukeleles y guitarras viajeras, que son más pequeñas. Mi idea es que cada una sea diferente y tenga sus detalles particulares, a cada instrumento que hago le voy agregando cosas para que quede más personalizado y artístico.

-¿Se puede vivir de este arte?

Hace muchos años que ya me dedico a esto, así que sí. Tengo que reconocer que la venta está dura, no es como ponerse a hacer muebles. El tipo que tiene una guitarra no te va a comprar dos o tres más solo para tener. Hoy estoy haciendo muchas reparaciones, es lo que pasa cuando hay malaria, la gente antes de cambiar el instrumento buscan arreglarlo, son épocas. El tema es que te encontrás con cada cosa para arreglar...

-¿En qué sentido?

Hoy por hoy tenés en el mercado una invasión de guitarras chinas que valen $2,50 y son un engaño. Parecen un lujo pero se rompen como nada. Lo peor es que a muchas se les rompe el mástil de la guitarra que es como el motor de un auto y el arreglo es muy dificultoso. Pero nada es imposible (sostiene sonriendo).

- Por lo general, ¿cuál es el cliente que pide una guitarra hecha por un luthier?

Es gente que ya conoce el instrumento y quiere algo que suene diferente. Que valora los detalles y que se cansó de los instrumentos de fábrica que suenan casi todos iguales.



-Al ser cada obra particular, ¿cuesta desprenderse de ellas?

Seguro, a veces hasta me da lástima venderlas, uno se encariña con sus obras pero mi satisfacción es saber que se usan y que el cliente está satisfecho.

DE SAN FRANCISCO AL PAÍS

Roberto ha vendido sus instrumentos en distintos puntos del país y le llegan clientes para reparar sus guitarras desde una gran cantidad de localidades.