La imagen de Marcelo es lo primero que se observa al ingresar a la terminal de ómnibus por la entrada trasera que da de frente al Pasaje Cornaglia. Está sentado en una de las tantas butacas del hall central. Tiene sus piernas tapadas con una frazada y en el asiento aledaño algunas de sus prendas. Las pocas que le quedan. Tiene 47 años y asegura que lo desalojaron de su casa, donde actualmente viven sus hijos.

“Hace rato que estoy acá, varios días. Duermo acá, sentado, salgo solo para ir al baño”, le cuenta a El Periódico. Dice que sabe hacer trabajos de albañilería y que come las sobras de los restos de comida que dejan los pasajeros de las distintas empresas de colectivos en las bandejitas de telgopor. Se viste con lo que tiene puesto: “No molesto a nadie, no le pido nada a la gente. Acá me conocen, saben que no toco nada”.

Marcelo es una de las cinco, ocho o diez personas que duermen cada noche en la terminal. Están ahí, van y vienen durante el día y la noche, mientras muchos compran pasajes, alguna revista o toman simplemente un café en el bar. Están bajo techo, pero el frío sigue siendo crudo.

Rebusque

El miércoles, dos mujeres y un niño pequeño partieron en micro hacia algún destino. Estuvieron un par de días esperando poder juntar dinero para los pasajes: “Les di una bandejita con comida, sobre todo para el bebé, yo no comí nada pero puedo esperar”, aclara Jorge (48). Está junto a Fabián (42), quien tiene en su poder un centenar de tarjetitas con imágenes religiosas. Ambos están ofreciéndolas sobre el Pasaje Cornaglia, en la salida del estacionamiento del supermercado VEA.

Jorge y Fabián reconocen que aunque no les guste deben apelar al “mangueo” como rebusque porque “la calle está difícil”. El primero sabe de albañilería, el segundo es plomero. Los dos son de San Francisco y tienen familia, pero por una cosa u otra decidieron hacerse camino solos.

“Hace 15 días que estamos en la terminal, llegamos de Carlos Paz y nos quedamos acá. Nos trajeron algo de ropa la gente de Red Solidaria, ahora tenemos la idea de irnos para Rosario”, expresa Fabián.

Comida no les falta. También aprovechan las sobras que dejan los pasajeros. El tema del baño suele ser un problema si no cuentan con alguna moneda para dejarle al cuidador del sanitario de la terminal.

“Nosotros nos queremos quedar, pero deberíamos conseguir una pieza. La calle está dura porque después de las vacaciones se paró todo”, indican.

Hasta un brasilero

Un joven brasilero de 28 años también duerme desde hace unos días en la terminal. Comparte “rancho” con los de acá mientras espera que su hermana les envíe unos pasajes para ir primero a Córdoba y luego a Villa Dolores.

“Bibi” es de Minas Gerais y el próximo 21 de junio cumplirá tres meses en nuestro país, el que vino a recorrer. “Conocí a los demás que están acá, compartimos la comida, el lugar”, dice en un portugués argentinizado, y agrega: “La gente mira con prejuicio, es normal, pero a mí no me importa mucho”.

Queja por basura acumulada

Sobre el Pasaje Cornaglia, a metros del monumento de Carlos Gardel se encuentra un canasto de basura donde muchas veces los colectiveros dejan bolsas con las bandejas que contienen las sobras de comida. Y cuando estas son abiertas, se arman minibasurales en la zona.

Esto es una queja recurrente de quienes pasan a diario por allí: “Nosotros tratamos de limpiar, pedimos bolsas para juntar la basura”, aseguran quienes duermen en la terminal.