La morocha espera, pucho en mano, en la esquina de Belgrano y Pueyrredón. En contramano por la segunda calle aparece un motociclista que se frena delante de ella. Negocian y ante el acuerdo surge la disyuntiva: ¿dónde vamos? El hombre no parece tener más dinero de lo que le costará el servicio. También parece apurado. “Vamos a donde era el san Martín”, le dice ella mientras tira la colilla de su cigarrillo y lo aplasta suavemente. Están ahí a una cuadra.

Los orígenes del Colegio San Martín están plagados de historias de luchas y esfuerzos ante la necesidad de educar a varias generaciones de jóvenes. Y uno de sus edificios emblemáticos, antes de mudarse al actual en 1982, era el ubicado justamente en la esquina de las calles Pueyrredón y Cabrera. Donde la flamante pareja tendría un romance fugaz.

En ese lugar también funcionó la recordada ENET nº 1, luego IPEM nº 264 (hoy ubicada en barrio Parque).

Cerrado pero abierto

El edificio pertenece a un privado. Y si bien tiene sus puertas cerradas con llave, es de fácil acceso.

Por calle Cabrera se ven algunas de sus ventanas abiertas por las que se puede ingresar al interior del lugar. Sobre calle Pueyrredón hay una reja bastante baja que se puede saltar tranquilamente. Una vez dentro, el ingreso a lo que fueron las aulas y salas del excolegio es sencillo ya que la mayoría de las puertas están abiertas.

Pese al abandono el patio del lugar no está descuidado ya que el pasto está cortado. Sí está sucio, al igual que su vereda donde se junta basura continuamente.

Preocupados

Vecinos de la zona consultados por El Periódico sostienen que hace año reclaman por el mal estado del inmueble y la inseguridad que les genera.

“Se ve movimiento por la noche, gente que se suele meter”, asegura José, un vecino, quien se mostró preocupado por si el lugar se convierte en una especie de “aguantadero”.

También la limpieza es un reclamo añejo: “Desde que dejó de funcionar el colegio venimos planteando que se lo mantenga limpio, es una lástima cómo está”, planteó una vecina que prefirió no dar su nombre.

En junio del 2014, un grupo de jóvenes le dio un poco de vida a la fachada del edificio con el pintado de murales. Poco a poco se volvió a descolorar.