Recién después de las 18, baja un poco el intenso ritmo de gente que entra y sale del “Kiosco Norma” en avenida Savio al 544, aunque no muchas personas lo conocen con ese nombre, la mayoría lo llama “el quiosquito de la cárcel”, ya que se encuentra bien al lado de la Unidad Penitenciaria nº 7 de San Francisco.

Este local lleva 38 años de trabajo ininterrumpidos y tiene una rica historia. Es administrado por Rubén Lamberti (43), siempre acompañado desde la cocina por su madre, Norma Ferrero de Lamberti (72), la impulsora del emprendimiento junto a su marido Raúl.

Y es que el “kiosquito de la cárcel”, además de productos de proveeduría también vende ricas comidas que prepara Norma junto a su nuera Nerina-que también atiende el mostrador ayudando a Rubén-, tanto para los trabajadores que se dirigen a las empresas del Parque Industrial como a las familias que diariamente visitan a los internos en el penal. Esos grupos de personas son los principales clientes del local, además de los compradores al paso.

Es por ello que tras 38 años de trabajo ya existe una familiaridad entre los propietarios del negocio y sus clientes. Así lo demuestra Norma en una charla con dos mujeres que aguardan por ingresar al último turno de visitas en la cárcel:

- Estas son las chicas que nos hacen mantener el negocio, son la clave nuestra de estos 38 años de trabajo. Yo atendí a las primeras mujeres que llegaban a la cárcel y realmente da gusto atenderlas-dice la cocinera-.

-A nosotras nos da gusto que nos atiendan ustedes y de la forma que lo hacen-, responde Mariela, una de las mujeres que aguarda su horario para ingresar a visitar a su pareja, con un bolso con comidas que acaba de adquirir.

Luego Norma habla con El Periódico: “Rubén y Nerina son los que están al frente del negocio atendiendo mientras yo estoy en la cocina. Con la pandemia me mandaron allá atrás -por la cocina-, pero no hay problema, no quiero volver al mostrador, más que nada porque me canso, son muchas horas de estar parada y los años no vienen solos. Entonces estoy allá, hago toda la ‘artesanía’”, dice sobre su comida, riendo cómplice.

Norma en su cocina, preparando sus delicias.
Norma en su cocina, preparando sus delicias.

Un paquete de cigarrillos, un cajón de coca y otro de porrón

Norma y Raúl tenían su casita en barrio 9 de Septiembre, pero la mujer siempre quiso un patio  grande donde tener su propia huerta. Así fue que, gracias a su padre, que junto a un socio habían comprado la propiedad de avenida Savio con una casa a remodelar, que el matrimonio compró el lugar.

Por aquel entonces, se estaba ejecutando el segundo tramo el acueducto Villa María-San Francisco y los trabadores se alojaban en las cercanías. “Eran un montón de muchachos y acá prácticamente no había nada. Cada tanto preguntaban: ‘¿No tiene un paquete de cigarrillos?’ Y así empezamos, con un paquete de cigarrillos, un cajón de coca y otro de porrón. Después les empecé a cocinar pizzas y ellos comían todos acá afuera, en el pasto. Y mi marido, de a poquito fue levantando el kiosco al frente de la casa. Antes vendíamos en el comedor de casa”, recuerda Norma.

Raúl, que trabajaba como colectivero en la empresa Mar Chiquita -luego se retiraría en El Expreso-, cada vez que regresaba de sus viajes, se ponía el traje de albañil e iba levantando el amplio salón que ahora alberga lo que ahora es una disquería -llamada Tu Disquería-, propiedad de su hijo Cristian y el quiosco, que tiene a su cargo Rubén.

"Nunca tuve ningún problema de estar al lado de la cárcel", asegura Norma. “Al principio acá no había tapial, ni portón, nada. Mi marido viajaba y yo quedaba sola con los chicos atendiendo. Pero gracias a Dios nunca pasó nada. Será porque siempre actuamos de buena manera y tratamos de dar la mejor atención. Por eso es que estamos contentos de trabajar con nuestros clientes”, subraya.

-¿Qué le genera que a su kiosco se lo vincule a que está al lado de la cárcel que con su nombre?

-(Ríe) Los proveedores me preguntaban: ‘¿Es el kiosco de la cárcel? Yo los retaba que no, el kiosco es mío, trabajo con la cárcel, con la gente que viene de visita. No cualquiera puede trabajar en esto, con la cárcel. ¿Sabés cuál es la regla para ir bien con este negocio? No tenés que casarte con ninguna de las partes y mantenerte por la senda de lo correcto. Y siempre brindando la mejor atención posible, creo que esa es la forma.

En este sentido, Rubén se toma un tiempo mientras habla con un proveedor y agrega: “Nosotros tratamos de ayudar en lo que se pueda, pero siempre buscando de hacer el bien, nada raro. A veces estar al lado de una cárcel con un negocio se presta a muchas cosas y alguno puede pensar mal, pero nosotros siempre fuimos por la línea recta, ni para un lado, ni para el otro”.

Nerina, Rubén, Norma y Cristian, en el negocio familiar.
Nerina, Rubén, Norma y Cristian, en el negocio familiar.

De kiosco a restaurante

Luego, madre e hijo recuerdan con orgullo y algo de nostalgia la época en que su kiosco se transformó en un convocante restaurante de San Francisco y la región, desde finales de los ’90 hasta el 2006.

“Hay personas que todavía se acuerda del lugar -cuenta Rubén- viene gente de los pueblos se para y pregunta si está la misma familia, si seguimos con el comedor; entonces les explico que sí, pero que ya no nos dedicamos al comedor, pero sí hacemos más comida de rotisería, no para comer acá”.

Ambos sostienen que fue la “época dorada” del comercio: por la tarde funcionaba como bar y a la noche se desplegaban las mesas en la vereda y ya se disponía a recibir a los comensales. Aseguran que contaban con un “buen grupo” de amigos que ayudaban como mozos y se servían excelentes picadas y muy buenas pastas, entre otros platos. 

Para Rubén se trató de una gran experiencia y que, “en el mejor momento del comedor llegó un punto que nos desbordó, entonces con una amargura tuvimos que dejarlo y concentrarnos en el kiosco y las comidas al paso”, repasa. Su madre aprueba esta sentencia y agrega: “Qué cosa, pero fue así, lo dejamos por mucho trabajo. Yo no podía más, aunque teníamos un cocinero amigo que nos ayudaba llegó un punto que no podía más”.

Casi todo el día, todos los días

La actividad en el “kiosquito de la cárcel” arranca bien temprano, a las 7, Norma ya comienza a preparar las cosas en la cocina y a las 7:30, Nerina abre las puertas a las personas que, muchas veces, ya estén esperando para comprar algunos víveres e ingresar al penal para encontrarse con sus parejas o familiares.

Ya desde temprano, la cocinera comienza a preparar los distintos rellenos para las empandas, las tartas, los sándwiches de milanesas y otros ingredientes para preparar otros platos elaborados que le piden tanto las visitas como los trabajadores que ingresan al Parque Industrial.  

“Abrimos y trabajamos de corrido hasta las 19:30 o 20, de lunes a lunes. No podemos dejarlas en banda a ellas -a las mujeres que visitan a sus familiares-, porque no tienen donde dejar sus pertenencias, sus motos, sus bicicletas. Ellas y los familiares que vienen de visita saben que en 38 años que tenemos, dejan acá las cosas y lo hacen con confianza, porque nunca faltó nada”, comenta Norma.

Rubén, que mientras tanto continúa recibiendo a clientes que ingresan, acota: “El fuerte nuestro es trabajar con la gente que viene de visita a la cárcel y también los trabajadores y las empresas del parque industrial. La gente de paso y las personas que los sábados y domingo van a ‘la Costanera’. Trabajamos de lunes a lunes, no tenemos franco y eso también hace que sigamos en pie. Trabajar incansablemente nos ayudó a progresar”.

Rubén, al frente del mostrador y siempre ayudando a sus clientes.
Rubén, al frente del mostrador y siempre ayudando a sus clientes.

-¿En qué momento empezaron a resguardar las cosas de las visitas?

Norma: - En una época se les permitía a las visitas dejar las motos y bicicletas al frente de la cárcel, pero un día, los guardias se enojaron, no sé por qué y empezaron a tirar las bicicletas al frente del kiosco. Mi hijo salió a preguntar qué pasaba y le contestaron que en la cárcel no se dejaba más nada: ‘Que se arreglen’, le dijeron. Los mismo pasaban con las pertenencias, ellas las dejaban adentro, pero ocurrían cosas raras, faltaban elementos y se armaba cada lío, hasta que un jefe prohibió dejar pertenencias mientras se realizaban las visitas.

Con la prohibición de dejar sus elementos en el penal, el kiosco se volvió un refugio confiable para las visitas. “De repente la gente venía a pedir por favor si le podíamos guardar sus cosas porque no se las permitían ingresar. Eran mujeres y familias que venían de Buenos Aires, de ciudades grandes, pero también de muchas localidades de alrededor: Brinkmann, Las Varillas, Arroyito, Morteros, de todos lados. Entonces, empezamos a guardar las pertenencias sin cobrar un peso, pero era un compromiso muy grande. Comenzamos a cobrarles algo, a dar números, a organizarnos como se debe y así fue. Ya son años que ellas vienen acá y saben que su bolso está seguro”, explica Norma.

Y luego reflexiona: “Es una vida muy sacrificada la que hacen las mujeres por sus maridos o sus parejas que están presos, vienen a comprar, viajaban dos o tres veces por semana y a veces apenas les alcanza para el boleto de vuelta”.

Al momento de consultarle a Rubén qué le genera reconozcan al local como el “kiosco de la cárcel”, el hombre asegura: “A mí me produce orgullo, porque es como un rótulo que nos dio, pero no es nada malo. En mis redes aclaro que es el kiosco y la rotisería de Norma, porque mi mamá hace muchísimos años que hace empanadas y comidas, que a la gente le gusta mucho”.

Un nexo

“Kiosco Norma” se ha convertido en un nexo entre la cárcel y las familias que visitan a los internos. Rubén se encarga de informar a los visitantes las restricciones que existen en la requisa, es decir qué productos y cosas pueden o no pueden ingresar al establecimiento carcelario.

"Nosotros tratamos de trabajar con algunos conocidos guardiacárceles, entonces nosotros nos comprometemos y tratamos de averiguar que productos y comidas pueden pasar, justamente para que no renieguen los guardias ni la visita y en el último eslabón, nosotros. Creo que somos un poco el nexo entre ellos”, indica el hombre.

Y luego comenta que, por ejemplo, los jugos o gaseosas de manzana están prohibidos en la requisa, porque según le explicaron desde la institución, los internos pueden hacer una especie de vino; tampoco los pastelitos, porque el membrillo -después de muchos años-, teóricamente puede corroer los barrotes; y de la cocina de Norma están restringido todo lo que comida rellena, “aunque es un fuerte nuestro, las tartas y empanadas no ingresan a la cárcel porque supuestamente se les puede colocar cosas adentro, entonces, solo se pueden llevar milanesas, un trozo de pollo, carne y todo cosido”, enumera.

El quiosquito pegado a la cárcel: “Somos el nexo entre las visitas, la requisa y los internos”

El futuro

Al preguntarles cómo se imaginan la continuidad del negocio a futuro, Norma primero responde con una sonrisa: “Empezando a salir un poco, a viajar más. Que sigan mis hijos y mi nuera me reemplazará cocinando. Ella aprendió todo lo que hago, pero sola no puede, va a necesitar a alguien”.

A su turno, Rubén proyecta acomodar más el espacio del kiosco y ofrecer más comidas al estilo de una rotisería: “La comida siempre fue lo que nos caracterizó”, subraya.

Luego refiere que en varias oportunidades, sus amigos lo han reprendido porque hace muchos años que no se toma vacaciones. “Me preguntan ¿cuándo vas a cerrar un fin de semana? Y yo no me veo actualmente cerrando, me siento tan ligado a mis clientes que no podría. Si yo cierro dos días, qué va a pasar con toda esta gente que nos deja sus pertenencias y no tienen otro lado dónde dejarlo. Hoy me preguntás y te digo que es imposible cerrar. Hace más de 20 años que no me voy de vacaciones, la última vez tenía 23. Por eso el esfuerzo y el sacrificio. Pero estoy muy contento y feliz de lo que hago, mi mamá me dejó una posta a mí y la estoy llevando adelante lo mejor que puedo”, confiesa emocionado.

Su última frase refleja el rol que desempeña el kiosquito de la cárcel para ese sector del suroeste de la ciudad, un puente entre la cárcel, los internos y muchas familias.

Agradecimientos

Rubén cuenta que a lo largo de los años le ha tocado recibir agradecimientos que lo sorprendieron: “Me ha pasado que gente que salió en libertad, antes de irse, pasaba por el kiosco y preguntaba por mí para agradecernos la atención. Eso es emocionante porque quiere decir que uno trata de hacer bien su trabajo.

-¿Cómo es que te agradecen la atención?

- Nos agradecen el trato que tuvimos a la familia y la verdad que a mí me emociona porque quiere decir que se acuerdan de uno, que uno está haciendo bien las cosas y creo que cada uno en su trabajo tendríamos que brindar el trato que a nosotros mismos nos gustaría recibir, y que lo reconozcan me produce mucha felicidad. Uno vive de esto y en la vida hay que ser agradecido, yo lo tomo así.